domingo, 22 de abril de 2018

Siempre Don Juan



Don Juan ha sido tema de innumerables obras teatrales, novelas, películas, infinitos ensayos y estudios, muchos poemas, y ha llegado a convertirse en un símbolo humano. Forma parte de lo que pudiéramos llamar el juego de valores y símbolos de nuestro mundo. A él nos referimos constantemente y se han convertido en palabras del lenguaje ordinario las voces “donjuanesca” y “donjuanismo”. El machismo está profundamente enraizado con él.


Este personaje universal tiene incluso una imagen definida que parece venir del pasado, la que muchos artistas han estilizado de una manera atractiva y misteriosa. Es ese hombre en un traje del siglo XVI, vestido de una forma llamativa y extraña, generalmente joven, audaz, aventurero, enigmático, tocado de cierto halo diabólico. La vida es un festín que ha de ser asumido sin límites. Lo dionisíaco forma parte de su carácter. Este personaje, que aparece en muchas formas de nuestra vida diaria y que forma parte de lo que pudiésemos llamar los símbolos básicos de nuestra civilización, tiene un origen cierto. Tiene un punto de partida desde donde se lanza a todas las formas del arte, que lo han tomado por tema durante cerca de cuatro siglos.


Don Juan surge en el siglo XVII en España. Nace español y conserva su carácter español, con adulteraciones, en todo el teatro universal. De España lo han tomado los franceses, los italianos, los rusos, los ingleses, todos los pueblos de la tierra han hecho sus versiones, sus interpretaciones poéticas de Don Juan. Hay un Don Juan de Puschkin, hay un Don Juan de Byron, Hay un Don Juan de Mozart, hay varios donjuanes españoles hasta el de Zorrilla. En este hombre existe un tema fundamental: Es un hombre joven, gozoso de la vida, quien quiere disfrutar sin freno de todo lo placentero y grato.


Quizá no exista un personaje más famoso en el mundo de la ficción que Don Juan. Son muchos los pensadores que lo han utilizado como instrumento para desarrollar sus ideas. Filósofos como Kierkegaard y Unamuno, entre otros, recurren con frecuencia a él y los conceptos expuestos por Nietzsche en lo que respecta a lo apolínio-dionisíaco, son atinentes a la estética de Don Juan Tenorio. 


Con la palabra  “dionisíaco” se expresa un impulso hacia la unidad, más allá de la persona, de lo que es cotidiano, de la sociedad, de la realidad sobre el abismo del crimen: un desbordamiento apasionado y doloroso  de estados de ánimo hoscos, plenos, vagos; una extática afirmación del carácter complejo de la vida, como de un carácter igual en todos los cambios, igualmente poderoso y feliz; la gran comunidad panteísta del gozar  y del sufrir, que aprueba y santifica hasta las más terribles y enigmáticas propiedades de la vida; la eterna voluntad recreación, de fecundidad, de retorno, el sentimiento de la única necesidad  del crear y el destruir.


A partir de Humano, demasiado humano, parece claro que el arte de las obras de arte no puede ser el modelo, ni siquiera el punto de partida, para una nueva civilización trágica, también sale a la luz que el arte, tal como se ha determinado en la tradición europea, tiene un carácter ambiguo: no todo, en él, está destinado a desaparecer con la desvalorización de los valores supremos. En el arte se mantiene vivo el elemento dionisíaco. Para los poseídos por Dionisos, señala Nietzsche, no sólo se establece el vínculo entre un hombre y otro, sino también la naturaleza enajenada, hostil y sojuzgada, celebra de nuevo su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el hombre.


Don Juan es negador de cualquier límite, conduce a la exaltación que el vino proporciona. Esta actitud ha sido frecuente, no solamente en la vida sino en la literatura y en la filosofía. Esto es lo que canta Anacreonte, lo que celebra Omar Kayyam y todos los que han cantado la fugacidad de los placeres humanos y la necesidad de aprovechar la primavera de la vida. Este personaje no sólo está en esa situación, sino que la acompaña de una especie de instinto malévolo de engañar, de burlar. Al Don Juan de Tirso de Molina, modelo y fuente de todos los Don Juanes, lo que le importa es el engaño, y por eso se llama El burlador de Sevilla


Para Nietzsche, el espíritu apolíneo nos arranca de la universalidad del estado dionisiaco y nos interesa por los individuos; en ellos vincula nuestra compasión, con ellos satisface nuestro instinto de belleza, ávido de formas grandiosas y sublimes: hace pasar ante nuestros ojos cuadros de vida e invita a nuestro pensamiento a descubrir su profundo sentido, a penetrar hasta el instinto vital que velan estos símbolos. Lo apolíneo arranca al hombre al orgiástico aniquilamiento de sí mismo.


En Don Juan, lo ético estará presente como una sombra que lo sigue. El saber que lo que hace está en contra de un sistema de valoraciones que conforma su visión del mundo, lo convierte en un extraordinario representante de las potenciales características del carácter apolíneo y la ocultación y “desocultación” del mismo. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 08 de abril de 2018

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