El
marxismo adopta lugares comunes a la sacralización del arte. Mantiene una polémica
«puritana» contra el «arte culinario» o la «industria cultural». El verdadero arte
(para el marxismo) es el que supuestamente pone al desnudo la alienación social
del hombre. El arte vendría a ser la protesta contra una necesidad globalmente
mala, y por lo mismo una promesa de reconciliación utópica. La verdadera
experiencia estética, o debe convertirse en filosofía o no existe.
La
tesis de Shopenhauer es de la salvación por el arte. Es sin duda
una de las formulaciones filosóficas de la teoría especulativa del arte que más
ha tenido éxito histórico y la estética de la «voluntad de poder» de Nietzsche
tiene un papel central en la mayoría de los movimientos de vanguardia a
comienzos del siglo XX. Existe un activismo artístico-político en el
expresionismo, futurismo, neoplatonismo, incluso en el constructivismo. Habrá
quien de manera retorcida vea en las muertes en masa de la primera guerra
mundial la conmoción sangrienta, que, según Nietzsche, habría de acompañar al
nacimiento del superhombre; el artista vanguardista visto como el «hombre
nuevo».
Las
teorías artísticas vanguardistas están determinadas por la tradición de
sacralización del arte. La evolución artística culmina en una escatología que
realiza la síntesis absoluta entre sociedad y arte. Los artistas nuevos crean
formas de vida, más que arte. Por otra parte, decir que la teoría especulativa
propone una definición valorativa no implica que esté desprovista de todo
componente descriptivo.
En
el análisis de la estética kantiana cuando se afirma que «X es bello», se
expresa ciertamente una actitud, pero si se contradice o pregunta por qué se
encuentra bello el objeto en cuestión, las razones que se dan son, en general,
tales o cuales propiedades que el objeto posee efectivamente, o al menos que la
persona que lo percibe como bello cree que posee. El romanticismo postula que
el objeto de la literatura es la literatura misma; por lo tanto, su fin último,
el que guía la historia de su progreso, reside en la realización de su esencia
interna. Así, cada generación está conminada a tomar su sitio ante esta tarea
histórica y conducirla más allá que la generación anterior.
En
el modernismo, la dinámica prospectiva es esencial en este sentido: El pasado
no es un modelo acabado. Sólo esboza los primeros pasos de una evolución por
venir. El consenso colectivo define para tal o cual grupo de lectores el
determinar que la obra posea cualidades que hacen que valga la pena abordar
estéticamente. Para el siglo XVIII las artes canónicas eran: Arquitectura,
pintura, música y poesía (o literatura). La novela, por ejemplo, era considerada
una manifestación artística de menor valía.
En
Japón, por ejemplo, la ceremonia del té, el arreglo floral o la caligrafía son
comparables en valor a la poesía o la pintura. Incluso las obras de cerámica
que presentan defectos de cocción adquieren un carácter especial y valioso,
dado el hecho de que se transforman en piezas únicas. Pero, lo que fue un arte
menor, puede convertirse en occidente en un arte mayor, como ocurrió con la
novela. Una obra lograda que pertenece a un arte menor puede ser mucho más
interesante que una obra mediocre que pertenezca a un arte canónico. Para
Jean-Marie Schaeffer el «vale todo» que algunos han pretendido invocar en la
contemporaneidad no es aceptable.
El
placer estético suele ser despreciado por los críticos y hasta por los
artistas, persuadidos de la incompatibilidad de la dimensión hedonista de la
experiencia estética con la dignidad. La experiencia estética no impide que una
obra cumpla toda suerte de funciones cognitivas, morales, sociales, religiosas,
políticas o existenciales. De hecho, nos cuesta soportar que un placer
anunciado no se manifieste. Abandonamos la sala de cine refunfuñando, o
arrojamos lejos el libro. El placer estético sería todo placer (repitiendo a
Kant) provocado por una actividad representacional ejercida sobre un objeto.
Esto lo distingue del placer sexual o el culinario en los que la actividad
representacional es la fuente de placer. Kant insiste en que el placer estético
debe ser desinteresado, mientras los otros como el sexual y el culinario son
interesados. Esta tesis tuvo mucho peso en la sacralización del arte.
El
placer estético, en definitiva, es inseparable de una actitud cognitiva (perceptual
y conceptual). Las múltiples interpretaciones propuestas para una misma obra de
arte bastan en efecto para demostrar la singularidad de cada experiencia
estética. Ningún objeto se da «espontáneamente» como objeto estético. Debemos
construirlo como tal. Abordarlo de cierta manera, hacer diferencias entre las propiedades
pertinentes y las que no los son.
En
literatura, la percepción tiene un papel indirecto. La sacralización de las
artes no ha sido más que una convención local y no la última palabra de la
humanidad en lo que se refiere a la estética.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 17 de abril de 2018
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