Desde
1939 hasta 1945, durante la segunda guerra mundial, mi abuela tuvo un hijo por
año y todos nacieron en diciembre. La razón era sencilla: nueve meses antes de
cada parto, mi abuelo, que era soldado, había estado en su hogar de permiso.
Dadas las circunstancias extremas en las cuales transcurría el tiempo en
Europa, no era fácil encontrar fuentes de satisfacción. La maternidad, asumida
en ese contexto, era, por decir lo menos, un acto de fe, pero por encima de
cualquier cosa, un ejercicio que fortalecía la idea de supervivencia.
Ante la
muerte inmanente que inunda cada rincón en los lugares donde hay conflictos
armados, la vida, a veces, se sigue celebrando y cada vez que la misma aparece,
la esperanza va de la mano con ella. ¿Cómo hacía el día a día una mujer con
cinco hijos? Con la visión de futuro tomada de la mano o de lo contrario nada
hubiese tenido sentido. El entorno disparaba mensajes negativos por todos
lados, pero la dinámica propia de la vida, precisamente porque se hacía cada
vez más dura, era la que empujaba a quienes atravesaban por esas circunstancias
únicas y extremas a seguir respirando.
El
mensaje frecuente de cualquiera que haya sobrevivido a los extremos es el de
anteponer el principio de vida sobre el principio de muerte o de lo contrario
vence la desesperanza. Pero si a esto le anteponemos la condición de mujer que
debe sobrevivir para que otros puedan trascender, entonces entendemos cómo
existe gente tan luchadora, para quienes el batallar diario y la vida son
sinónimos.
Por una
especie de tara o debilidad que nos suele acompañar como especie, solemos ser
un tanto reacios a aceptar la idea del equilibrio. De ahí que vemos tantas
veces repetida en la historia de la civilización, esa tendencia a romper con
las ponderaciones cuando se alcanzan. Tanto a nivel personal, como en el ámbito
social, quien entra en conflicto con el equilibrio, tratará por todos los
medios de hacer que resurja el caos. Ese precepto se repite, pero las
generaciones lo olvidan, porque el aburrimiento y el tedio tienden a conducir a
la búsqueda compulsiva y desmedida hacia la aventura incierta en los espacios
donde se alcanza bienestar. De ahí que aparezcan tantos advenedizos y
pescadores en río revuelto.
La
experiencia de cada uno, que es la historia única de vida de cada cual, nos
marca en lo que respecta a nuestra manera de leer y percibir la realidad.
Solemos reconstruir y construir una postura hacia la existencia que está
signada por las vivencias que vamos armando. Una mujer todavía joven y todavía
guapa me decía que era desmedidamente infeliz porque el pasado la perseguía
cada día. Ella está condenada a no poder pasar la página, o porque siente que
le es imposible o porque ni siquiera se lo ha planteado.
Tal vez
el día que más recogimiento familiar produce y mayores expectativas,
relacionado con vínculos interpersonales, es el día que celebramos la
navidad. La navidad es una fiesta
determinante para saber hasta qué punto nuestra vida va por buen norte, sea
para compartir en forma cercana o para condolerse por las separaciones
familiares que las circunstancias van generando; la navidad es tiempo de
familia y para quienes no tienen una familia como tal, la navidad es la fecha
de los afectos más cercanos, que a fin de cuentas son la familia que uno va
construyendo a la par de aquella con la cual tiene lazos consanguíneos. Los
amigos son la familia que la vida nos va regalando en el transcurso del
tiempo.
Como
muchos, y desde que era un muchacho, esperaba como nada la noche buena, por
encima de cualquier celebración o festejo; la llegada de la navidad era la
mejor época del año y debo reconocer que en cualquier circunstancia por las que
he pasado, lo sigue siendo. Incluso es una fiesta como ninguna por un asunto de
convicciones. Navidad es la gran celebración y todo lo demás es consecuencia de
lo representativo de esta fecha. Tanto desde el plano tangible como del más
simple simbolismo.
Tiempos
malos y tiempos buenos suelen ser el péndulo que ha acompañado a la
civilización. Los malos a veces son proporcionales al grado de bienestar que
logramos alcanzar cuando las cosas están bien. El paso del hombre lleva en su
brújula las dos vertientes del ser, en un ciclo casi perfecto que conjuga en
uno solo el sino que marca la vida de los hombres.
Mi
abuela, luego de años de lucha, lo dijo muy claro: “Aquí ya no se puede vivir”
y en una lejana noche de navidad le pidió al abuelo que se adelantara a “La
América”, porque Europa no ofrecía ninguna posibilidad para sus hijos. Cada vez
que escucho esa historia familiar, me repito a mí mismo a manera de talismán,
ese precepto que siempre he seguido: “El mejor lugar del mundo es donde nos
vaya bien”. Que no sea la tristeza ni la nostalgia aguafiestas la que se
imponga sino el más profundo e indómito espíritu que sobrepone la vida sobre
los males y la unión familiar sobre los retorcidos laberintos del existir.
Publicado
en el diario El Universal de Venezuela el 19 de diciembre de 2017.
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