Una buena saga de aventuras
debe tener al menos tres capítulos. También lo digo pensando en una buena
construcción de pensamientos estructurados en nombre de la filosofía. Hay
novelas que son tan desmedidamente buenas que sus autores las han tenido que
dividir en tres toletes. Estaba pensando en esa suerte de posibilidad de
plantearse las cosas en tres, cuando llegó a mis manos la trilogía de novelas
de aventuras del escritor español Arturo Pérez-Reverte, que me hicieron darle
unas vueltas al asunto.
Resulta que los
enmarañamientos de algunas tramas literarias tal vez hastiaron a muchos lectores
contemporáneos y el éxito de Pérez-Reverte consiste precisamente en contar
historias, que sean emocionantes y que tengan un comienzo y un final. Viéndolo
bien, es el propósito del artista que sobrepone la historia y su capacidad de
entretener por encima de contarla en forma potencialmente más elaborada,
incluso rebuscada. En Pérez-Reverte, el afán de contar una buena historia es lo
que lo define, al estilo de grandes novelistas clásicos que lo precedieron. Al
plantearse una doble forma de interpretar el arte de la novela, se establece de
manera falaz, una lucha entre el entretenimiento y la profundidad literaria.
Ambas instancias, propias del estilo de quien escribe, son bien apreciadas por
quienes tenemos el hábito de la lectura. Pero no se debe equivocar el lector distraído
y dejar pasar el hecho de que la literatura, la buena, a fin de cuentas,
propende a la transgresión. Y en eso de ser un provocador, Pérez-Reverte es un
maestro y logra elevarse con su arte.
La secuencia de novelas en las
cuales el personaje Lorenzo Falcó hace de las suyas durante la Guerra Civil
Española (1936-1939), nos lleva a asomar la siguiente premisa: Está ambientado
precisamente en ese tiempo porque la manera de conducirse del protagonista (la
cual apreciamos los lectores) es totalmente fiel a ese tiempo. Se las hubiese
visto un poco enredado Pérez-Reverte si ubica un personaje con tales gustos y
maneras de ser en la España contemporánea, porque hubiese podido más el mal
gusto y la tendencia a lo inquisitorial propio de ciertas corrientes de
“pensamiento” de nuestro tiempo y se hubiesen ensañado con el autor, por
escribir sobre personajes propios de su mundo literario, como lo es Lorenzo
Falcó. Entrenado y dotado de habilidades para la supervivencia en un ambiente
hostil, la ubicación temporal y el lugar donde ocurren sus aventuras es una
carta blanca que Pérez-Reverte domina magistralmente y hace uso y con buen tino
incluso abusa de los alcances del personaje.
Falcó, Eva
y Sabotaje son una trilogía de lectura gustosa que deleita al amante de
los libros, entendiendo que una aventura bien contada es algo que se
agradece. La idea de retomar el arte de contar buenas historias sin dejar de
lado la documentación histórica necesaria para abordar circunstancias del
pasado, potencialmente generadoras de polémica es un arte en sí mismo. En eso,
el español es fiel al legado de la camada de escritores de ese país que en su
sino artístico hacen de la provocación la esencia de lo que escriben, bajo la
consigna plausible de que el arte muere cuando no se atreve a trasgredir un
tanto el orden con que se suelen ver y entender las cosas de la existencia.
Lejos de ver los asuntos de la
vida de manera dicotómica, en Pérez-Reverte se mezcla la suciedad humana con su
más impoluta condición, lo cual es una aproximación respetable de conceptuar la
esencia de lo humano. Esa manera en que el escritor logra elevar a sus
personajes a la par de hacerlos menos que abyectos como si de algo natural se
tratase, esconde o tal vez exhibe a secas un nihilismo que raras veces podemos
apreciar en lo que entendemos por arte. En ese nihilismo destaca la excelsitud
de lo contado, porque se hace interesante y atractivo, pero, sin cortapisas y
de la mano, también está lo vulgar. No solo la vulgaridad de lo que pudieran
mostrar los personajes de las tramas sino la propia vulgaridad del autor, que
no se anda con miramientos para exponer la ordinariez de lo que asume como arte
sin mucho pudor. De ese nivel de complejidad, a la par de una ligereza pocas
veces vista, me ha parecido la obra de Pérez-Reverte. Como si una cosa
implicase la otra, en este hombre de letras que ya ha cuajado una muy robusta
obra para deleite de multitudes.
El otro tema no menor, es la
propensión a la descripción de los acontecimientos que tienden a ser
relativamente fáciles de llevar a imágenes visuales claras que tienden a fluir.
Eso explica la tendencia de que sus libros hayan ido a las pantallas, sean del
cine o de las series de televisión. Ese asunto, el de facilitar la adaptación
literaria en un género complejo, como lo es el audiovisual, probablemente esté
garantizado en la obra del escritor nacido en la Región de Murcia, cuya obra se
ha universalizado al punto que es frecuente encontrarla en los más lejanos
rincones y las más modestas librerías. Seguiremos aplaudiendo la escritura, más
cuando en la contemporaneidad parecieran presentarse opciones que interfieren
el sano hecho de que los libros sean una buena compañía para quienes apreciamos
la peripecia de vivir más vidas de las posibles, asunto que muchas veces, es un
camino que se transita a través de la literatura.
Publicado en varios medios de
comunicación a partir del 10 de julio de 2023.
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