Parece que el avance tecnológico
va a una velocidad fantástica. Tanto, que con mucha dificultad podríamos
ponernos al día. Lo normal será que nos quedemos atrás con los cambios
tecnológicos. De ahí que me hago la pregunta ¿Qué se gana y qué se pierde con
tanta velocidad? A fin de cuentas, la brecha entre personas de los países
pobres y de los países ricos se hará más pronunciada y entre jóvenes y adultos
mayores se hará infinita. Pero: ¿Qué tan cierto hay en tales aseveraciones? El
ser humano, por más intentos que haga por parecer diferente al común de la
manada, avanza a una propensión a la masificación general. El hombre masa que
tantas veces ha dicho presente en el curso de la historia, tiende a ensanchar
su existencia. Esta vez gracias a lo desaforado del avance de las tecnologías
novedosas y otras apuestas de mal tono.
La brecha
Sin duda que la tecnología es
una manera de condenar a ciertos grupos humanos al aislamiento. Quien no está
de la mano con las últimas versiones tecnológicas corre el riesgo hasta de dejar
de utilizar adecuadamente sus finanzas. Sin embargo, la apuesta tecnológica
lleva una trampa implícita que tal vez la condene. Contrario a lo que pudiese
ser y desarrollándose en el contexto de una paradoja perfecta, mientras más parecieran
unirnos las tecnologías, más nos distanciamos como miembros de un grupo que
necesita interactuar cara a cara. El olor o el calor de una persona no se perciben
a través de los celulares. El teléfono móvil como parte del cuerpo (una
extensión aparatosa del mismo) llegó para arruinarnos los espacios de
potenciales intimidades compartidas. La orgía de la imagen y los nuevos estilos
comunicacionales que alardean de su superficialidad avanzan rápidamente.
Bellas falsedades, bondades y
maldiciones
Con el auge del montón de
plataformas que nos invaden, ha aparecido cualquier cantidad de gurús
descerebrados que intentan darnos clases en relación con los asuntos más
disímiles de la existencia. La chapucería y piratería de los nuevos modos de
comunicación tienden a exaltar la obtención de riqueza sin esfuerzo, la banalidad
discursiva como manera de alardear y la falsedad de estados de ánimos
aparentemente alegres, que esconden una tristeza agobiante y colectiva que
aflora a flor de piel, en un montón de intérpretes de esta farsa comunicacional
propia de este tiempo del siglo XXI. Dado que en el fondo es solo una careta
que esconde lo que no quieren que veamos, tendrá fecha de vencimiento y a pesar
de que veo el presente con ojo de quien presencia el surgimiento de una época,
no dejo de pensar que tal vez este tiempo venga con fecha de vencimiento por lo
contrahecho de lo cual hace gala. De ahí que no dejo que se esfume mi
optimismo.
Contacto sin contacto. Apócope
de lo fallido
El intento de generar espacios
de comunicación inmediata hace que se banalice el contacto interpersonal al
punto de que los encuentros entre las personas terminan por ser desencuentros,
donde lejos de conseguir afectuosidad, se apuesta por una rápida resolución de
necesidades sexuales que hablan del signo de los tiempos que vivimos. La
seducción y el tiempo para conquistar con galantería, buen gusto, placidez y lentitud
es desplazado por maneras “flash” de resolver asuntos que si los miramos acuciosamente
bien valdría la pena ocupar un buen tiempo en ellos. La palabra amor luce herida
de pena y la agonía del amor profundo pareciera que se va a apoderando de los
espacios más inverosímiles. Quedamos quienes obstinadamente hacemos resistencia
a estos retortijones y pujos generacionales, que lejos de configurar un
postulado, encarnan una mala caricatura. En eso va también una apuesta de
optimismo, por cuanto trasciende, en términos generales, lo que propende a ser
bueno o definitorio para la humanidad.
El amor y la lentitud
El amor y la lentitud suelen
ir de la mano. La movilización sentimental propia de lo amatorio, si bien puede
pasar por una etapa de desvarío, con el tiempo debe cimentarse para volverse
trascendente. Todo esto requiere tiempo y necesita que nos movilicemos con
calma y lentitud. Amar es siempre un avance en términos de conquista de
espacios afectivos y renuncias a egos soterrados para complacer al ser amado.
No pareciera esa la manera como se conceptualiza el amor y mucho menos la forma
de practicarlo hoy en día. Tal vez la banalización de lo sexual, lejos de
convertirse en una reivindicación, ha terminado por representar una falta de
respeto y un profundo desprecio para consigo mismo. La épica de las nuevas
generaciones se encuentra con frecuencia con callejones sin salida y preguntas
sin contestación posible. Entenderlo y ubicar los problemas contemporáneos en
su justa dimensión es hacernos un favor a todos. Tarde o temprano, la realidad,
una vez más, se saldrá con las suyas.
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