En el año 2002 me encontraba
en el Hotel Tequendama y hubo varias amenazas de bomba que nos obligaron a
abandonar el recinto. Fue tanta la conmoción que me cambié de hotel. Estaba
agitada Colombia en esos días, en los que visité la Quinta de Bolívar, subí al
Cerro de Monserrate, estuve en la asombrosa Catedral de Sal de Zipaquirá y
disfruté de la Sabana de Bogotá, entre otras vivencias. De las muchas veces que
he estado en Colombia, esa fue sin equívocos una de las más asombrosas por los
lugares descubiertos. Ese mismo año ganaría como presidente del país Álvaro
Uribe Vélez y la nación mejoró en materia de seguridad, entre otros tantos
avances.
Bogotá de altura
Gentes de formas sobrias y
hablar educado: Es fácil sucumbir ante las buenas maneras de los bogotanos y la
sensualidad paralizante de sus hermosas mujeres. Bogotá es una combinación
entre buen gusto, pasión y fuego. Un grupo de distinguidas personas me
invitaron a una actividad social que se iba a realizar en el que era para ese
entonces el edificio más alto de Colombia. Ubicado en la carrera Séptima con
calle 24, la Torre Colpatria era y sigue siendo un ícono del potencial
económico del país suramericano. De casi
200 metros de altura y 50 pisos, cuenta en su nivel más alto con un mirador
abierto. Entre 1978 y 1979 fue el edificio más alto de América Latina. La
verdad es que me llamó la atención que el evento fuese en el sitio más elevado
de la enorme edificación, al punto de que se llegaba al lugar programado a
través de una escalera al aire libre. Como iba de subida, no miré hacia la
enorme ciudad, que se desparramaba a los pies del rascacielos.
De ataques de pánico y otras
menudencias
En lo alto, las luces verdes y
azules oscilaban, dándole un aire irreal al ambiente, entre surrealismo y
discoteca de los ochenta. Mesoneros con trajes ajustados se paseaban entre
quienes allí estábamos, mientras el viento arreciaba al punto que llegué a
pensar que iba a salir volando por los aires. Una señora visiblemente nerviosa
se me acercó al oído y me dijo: “Como está el país, con tanto terrorismo y a
estos se les ocurre hacer una celebración acá.” Creo que ese comentario actuó
como una diana en mis pensamientos y un auténtico remolino de ideas aparecieron
en mi mente a la velocidad de la luz, atropellándose una tras otra. Bombas
amenazantes, guerrilleros a pocos kilómetros de la capital colombiana,
explosiones que hacían dudar si valía la pena poner un pie en Colombia y un
montón de ideas pasaban y volvían a pasar por mi cabeza. Fue cuando una ráfaga
de viento me movió y en los oídos me apareció un zumbido cuando me percaté que
estaba desarrollando un ataque de pánico. Literalmente el miedo me hizo perder
la cordura.
Salvavidas y cosas de Dios
No tardé mucho en percatarme,
en mi infinita ansiedad, que un psiquiatra tachirense estaba por acercárseme a
saludar (así lo creí en ese momento) y sin perder tiempo, lo abracé con fuerza
y le dije que tenía un ataque de pánico, que necesitaba su ayuda para salir de
ese lugar y que por favor no me soltara. En mi desesperación, incluso en algún
momento pensé en echarme al piso y el me haló con fuerza para que no lo
hiciese. Me preguntó si era una broma de mi parte, pero creo que la cara de
susto que cargaba lo convenció. Me dijo que juntos íbamos a salir de esa. En
medio del acto social, abrasados nos dirigimos a la escalera y, sopesando cada
paso mientras yo veía la infinita ciudad a los pies de la Torre Colpatria, en
el más profundo de los temores bajamos por esas escaleras que se hicieron
eternas. Llegamos al ascensor y yo me encontraba totalmente desencajado. Le di
las gracias en medio de mi torpeza y me dirigí a toda velocidad al ascensor.
Esa fue la última vez que vi a mi buen amigo, que me ayudó en tan inusual
situación. Al llegar a la planta baja me acerqué al primer bar que vi y ordené
un vaso con cuatro dedos de Etiqueta Negra sin hielo. La ansiedad se fue
mitigando en la espesa noche bogotana.
Epílogo
Pues quisieron las
circunstancias que más de veinte años después, mi buen amigo me llamó por
teléfono a Santiago. Estuvimos hablando un rato, recordando buenos tiempos y me
dijo algo que no sabía. Él estaba en lo alto de la Torre Colpatria, le dio un
ataque de pánico y me abrasó por miedo. La diferencia fue que él no verbalizó
lo que sentía, sino que, en un acto de absoluta desesperación, vio que yo me
encontraba ahí y no dudó en buscar ayuda. De esa manera, veinte años después me
enteré de que el pánico era compartido, como también lo fue la estrategia de
buscar socorrerse con un colega que afortunadamente estaba presente en ese
momento y en ese lugar. Todavía me río y en ocasiones no puedo evitar la
carcajada cuando evoco la situación. Dos psiquiatras miedosos, socorriéndose
mutuamente para escapar de la altura de la noche bogotana y sus infinitos
recovecos. Solo dos seres humanos ayudándose solidariamente a enfrentar un
inesperado percance. Hace veinte años sentí miedo. Hoy lo celebro.
Publicado en varios medios de comunicación a partir del 21 de mayo de 2023.
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