domingo, 14 de mayo de 2023

Nihilismo y felicidad

 


Por necesidad humana, a efectos de dar algún sentido a nuestra existencia, solemos transitar el laberinto de los idearios. Si no los podemos crear, volvemos a tomar los ya desarrollados, incluso aquellos que han demostrado varias veces su inexorable fracaso. De ahí que en el siglo XXI seguimos escuchando cantaletas desvencijadas, las cuales, cuando ya lucen impresentables se les termina por cambiar solo de formato de promoción. Vienen con un estuche nuevo. En términos etarios, son maneras de pensar propias de gente probablemente inmadura. El asunto se hace grave cuando esas banderas son enarboladas por liderazgos tradicionales. Los lobos suelen disfrazarse de ovejas y, a fin de cuentas, el camino del resentimiento tiende a ser efectivo.

Atrapados con salidas

A través de la censura, los grupos que fomentan el radicalismo contemporáneo han logrado apagar más de una voz lúcida. El fanatismo representa la imposibilidad de pensar y frente a ciertos alocados desatinos contemporáneos, es de esperar que surjan formas de resistencia, algunas igualmente fanatizadas. No existe el delito de opinión como tal. Satanizar el punto de vista del otro es una manera de ahuyentar voces disidentes que tratan de hacer ver cómo la contemporaneidad va elaborando discursos mentirosos, disociados de la realidad. El resultado: Una acción conduce a una reacción y si aparece un radicalismo, suele aparecer su polo más distante. Esta cosa propia de la dinámica social es más que conocida por los sospechosos habituales. Bajo la premisa de que fomentar lo radical tiende a ser una postura triunfadora, se apuesta por esta forma de pensamiento en desmedro de la convivencia sana.

Fragilidades democráticas

La convivencia democrática es atacada con furia porque es una forma de vivir en la cual se garantizan las máximas libertades humanas, incluyendo la libertad de expresarse. El gran salto cuántico occidental, que lo distancia del fanatismo de pensamiento, está representado por estirar la línea que mezcla lo religioso con lo político. En su esencia, son lo mismo. Sin embargo, en occidente se ha realizado un gran esfuerzo porque lo dogmático sea separado de la convivencia cotidiana, de manera de poder permitir que las personas piensen y cultiven aquello que les parezca adecuado. Alejado de esa tentación dogmática, lastimosamente surgen otras formas de rigidez ideológica que funcionan igual que los pensamientos fosilizados del mundo oriental, en donde la constitución de los países y los vetustos textos religiosos son exactamente la misma cosa. Ni siquiera la mitad de los países de la tierra ha logrado desarrollar sistemas en los cuales la democracia sea lo preponderante.

Épicas sin gloria

Quienes apuestan por “el amasijo de idearios”, tratan de mezclar en un solo bloque lo que en cualquier otro tiempo sería el equivalente de intentar fusionar vinagre y aceite. El asunto representa tal pereza de ideas que combina cuestiones gastronómicas con ideologías rancias. Hay fanatismos que se materializan en veganos, ambientalistas, indigenistas, feministas radicales, perversos sexuales, comunistas y un montón de etcéteras, los cuales se fusionan en un solo bulto de personas que trata de crear una falaz épica con relación a luchas falsas que enarbolan formas de vida que no permiten la convivencia social. Si las desglosamos, cada una podría tener un fundamento que en su abanico de posibilidades poseería un lado positivo (intentar construir vidas sanas) y un lado oscuro y negativo (fomentar prácticas abiertamente enfermas y autodestructivas). El problema de la contemporaneidad es que estas ideas son proclives a manifestarse juntas y esa fusión de posturas, que desde lo racional no tienen conexión entre sí, es uno de los grandes peligros de la contemporaneidad. Prima lo argumentativo sobre la lógica.

Fanatismo como método

El fanatismo, como expresión máxima de la barbarie humana, tiende a operar anulando al otro, desconociendo su punto de vista e incluso negándole la posibilidad de existir. El peor de los enemigos del ser humano es sin duda la expresión radical de las cosas, sin considerar las voces disonantes y sin la intención de tolerar la confrontación de las ideas. El debate es una parte esencial de la vida, porque permite que sea lo dialógico y potencialmente lo consensuado lo que salga adelante.  En la vida colectiva, la única manera que el ser humano ha logrado desarrollar para cultivar la armonía es la democracia. Hasta ahora ningún otro invento le aventaja. En democracia, incluso un nihilista y negador, que no tenga intención de expresar cuanto piensa ni cambiar lo que le circunda, se puede desarrollar ampliamente en el plano de los afectos y de los placeres. De ahí que el nihilista podría ser feliz en el único sistema que le garantiza su paz personal, sea porque tienda a negarlo todo o porque las prácticas parciales de sus negaciones van a ser respetadas. El nihilista feliz sabe que ni siquiera su forma de pensar puede ser cuestionada.

 

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 14 de mayo de 2023.

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