lunes, 25 de julio de 2022

Grandilocuente

 


Existe un sentido propio de lo humano en el que se debe recurrir a lo pomposo para que las cosas puedan hacernos un poco de sentido. Sin esa tendencia a la exaltación, lo plano prevalecería y para bien y para mal, necesitamos de una épica de la cotidianidad para que nuestras vidas tengan la tensión necesaria que nos induzca a actuar.

Pasionales e histéricos

En asuntos de emociones, se pueden asumir las cosas con gran pasión. No tendía nada de malo salvo que el límite que separa aquello que es propio de la intensidad emocional, que es la pasión, se encuentra muy cerca de la histeria, que es en rigor su antítesis por cuanto representa la superficialidad y lo fatuo. En la dinámica propia de la histeria podemos ir a parar si no somos lo suficientemente cautelosos en nuestra capacidad de discernimiento. Vale la pena mencionar que, si bien la histeria etimológicamente viene de útero, nada supera en fatuidad a la histeria masculina, mucho peor que la femenina cada vez que hace su aparición.

Dignos e indignos

Hay palabras tan huecas que ya dejan de dar náuseas. Eso me pasa con la palabra “dignidad”. Cada vez que la escucho, me coloco el monóculo de las sospechas y sin ánimos de ver a nadie por debajo del hombro, la persona para directo a la lista de los indignos sociales. Esa gente que no entiende que una premisa tiene sentido en la medida en que pueda producir un efecto. Una premisa tiene sentido cuando es operativa, de lo contrario es un simple eslogan que va a terminar en el lavadero de las cosas propias de lo cotidiano. En un tiempo y un lugar de donde vengo, se abusó de tal manera de la palabra dignidad que se volvió un insulto. Hay un grupo de dignos que hicieron lo imposible por destruir la nación de donde vengo. Lo insulso vuelve a triunfar en los corrales.

Humillados y ofendidos

Cuando me veo adolescente, no dejo de recordar las grandes obras del escritor ruso Fiódor Dostoievski. Humillados y ofendidos es una categorización personal propia de quien la ha pasado atribulado por sus pasiones. Tener pena por una situación es tan propia de lo humano que sin un poco de locura no se puede salir del foso de las cosas que potencialmente nos pueden ocurrir. Esa locura o chispa que va de la mano con lo mejor de lo humanitario es en definitiva lo que nos diferencia entre nosotros. La sensibilidad es el genio del hombre y sin la chispa de lo excepcional, la vida no deja de ser un vertedero de medianías.

Aula B 21

Durante quince años di clase a las siete de la mañana en el aula B 21, en la Universidad de Los Andes, en Venezuela. Con frecuencia algunas personas desconocidas esperaban el fin de mis lecciones para acercarse a conversar conmigo. Gentes de otras regiones, curiosos dispersos y rigurosos centrados, alucinados y gente que pisaba dos veces tierra, posesos y pragmáticos iban a hablar de esto y lo otro. En algunas ocasiones iban solo a pedirme una opinión y en otras a invitarme a dar una conferencia en algún barrio de mi ciudad natal. Sobre ese tiempo y esa experiencia suelo recrearme cuando estoy dudoso en relación con si he hecho bien las cosas en lo que llevo de vida. Tal vez he sido un hombre generoso y no lo sabía. Ya va quedando el recuerdo en la esquina de esa parte de mi vida. Como todo recuerdo, se va modificando con el tiempo y cierta sensación de serenidad se va apoderando de mis atardeceres. Eso, por supuesto, contrasta con cierta esencia grandilocuente que sin poderlo evitar guía nuestros pasos. Una y otra vez. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 26 de julio de 2022.

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