Pedro
Pardo tenía tres meses consumiendo alcohol sin detenerse. Reconocido como
cirujano talentoso por la comunidad en la cual ejercía, generaba pesar entre
sus pacientes, las personas conocidas, pero sobre todo en su familia. Con
esposa y tres hijos adolescentes, Pedro Pardo había sido un ejemplo como
ciudadano, profesional y hombre de familia. Poseído por el trastorno de beber,
literalmente su vida se le iba cada día transcurrido. Se había fracturado la
nariz en una de las tantas caídas que había presentado y su familia acudía en
grupo a rezar, dado que no encontraban solución al incontrolable estado del Dr.
Pardo.
Familia
unida
La
familia del cirujano, lejos de alejarse o abstraerse del problema, se había
cohesionado a tal punto que todos giraban en torno a él. Su esposa y los tres
hijos casi se habían obsesionado con sacar al médico del problema e incluso
habían abandonado sus propios quehaceres. Las horas pasaban y la ocupación de
sus mentes estaba focalizada en la vida y actitud del hombre que durante muchos
años solo era un modelo de persona, que se conducía socialmente de manera muy
provechosa, puesto que su talento estaba al servicio de salvar vidas a través
del impecable oficio de su profesión, que en sus manos se traducía en arte. Los
tres hijos eran estudiosos y solidarios, con planes de estudiar medicina, como
su padre. La esposa se había entregado a levantar la familia, sacrificándose de
manera tenaz para que su estirpe fuese de bien. Lo único torcido era la
imposibilidad que presentaba su esposo para dejar de beber.
Con el
pie izquierdo
Resulta
que un lunes, Pedro Pardo se dirigió a su esposa y a sus tres hijos y les dijo
que había tomado la decisión de internarse en un centro para rehabilitarse de
aquello que estaba destruyendo su vida y la de sus seres amados. Un quince de
febrero ingresó al Instituto Internacional para Tratamiento de Adicciones
Edgar Allan Poe. Temblaba como consecuencia de la abstinencia y la familia
se despidió de él justo cuando comenzaba a dar manotazos para quitarse de encima
los insectos imaginarios que lo atacaban con saña en el intrincado delirium
tremens. Luego de someterse al tratamiento de rigor, en el cual necesariamente
requirió ser contenido con brazaletes por su alto nivel de agitación, se le
realizaron los estudios que derivaron en un hallazgo que le daría un vuelco a
su vida. El daño hepático era irreversible y tenía la vida limitada a meses. Se
culpó y maldijo a sí mismo infinidad de veces, al punto en que ya no quedó idea
miserable que pudiera asomar. Los días de internamiento se le fueron en hacer
planes y contar los días que le quedaban. Su mente estaba literalmente convulsa
y sentía cercano el hálito mortuorio. Bajo juramento, el médico que le dio de
alta en el instituto se comprometió en no revelar a la familia que Pedro Pardo
tenía los días contados.
Planes
en la víspera
Contrario
a la idea inicial de hacer un montón de cosas pendientes antes de dar el último
suspiro, el Dr. Pardo regresó a su hogar luego de tres meses de internamiento.
Vestía una camisa de lino que le quedaba holgada por los kilos perdidos durante
su tratamiento y de manera sorpresiva se apareció en la cocina, mientras su
esposa, que no lo esperaba, hacía una de las legendarias sopas que tanto le
gustaban al Dr. Se volvieron a amar como alguna vez lo hicieron y esperaron a
los hijos, quienes no cabían de la emoción. Parecía un milagro lo ocurrido,
pues su padre no solo había regresado sobrio, sino con afabilidad, sencillez,
bondad y don de gentes. Sus hijos lo adoraron y lo admiraron como nunca. Fue
así como Pedro Pardo, consciente de que le quedaba poco tiempo de vida, trató
de vivir como si no estuviese enfermo, retomó las intervenciones quirúrgicas y
de nuevo ayudó a las personas. Lo pudo hacer hasta que comenzó a ponerse
amarillo y asomaron los primeros síntomas limitantes, propios de su enfermedad.
La
despedida
La
noticia no pudo ser más triste, por lo que tanto los hijos como la esposa
trataron de presentar la mayor cantidad de opciones posibles, pero era ya muy
tarde. El daño corporal se había complicado mucho más de lo esperado y con
absoluto estoicismo, el Dr. Pardo pasó sus últimos días con su familia. Cuando
lo espetaron para señalarle que debió informar que le quedaba poco tiempo de
vida, él les habló de manera sabia y pausada: “Mi mayor aspiración era a volver
a retomar los días y la familia que una vez tuve. Lo logré y no hay mayor
felicidad en el mundo para mí. Espero que me recuerden como he sido en este
último tiempo y no de otra manera.”
Vino a despedirse de mí. Hablamos más de una hora y cada palabra que pronunció me quedó grabada para siempre. La ausencia de vicios no aumenta las virtudes de un hombre, dice el poeta español. Yo solo digo que, con sus imperfecciones, él demostró que se puede ser bueno en la vida y ayudar a los demás. Por petición de la familia dije algunas palabras al momento de su entierro.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 08 de febrero de 2022.
Excelente narrativa, coherencia en los párrafos y una gran historia que contar, que hace ver a Dios, en cada situación que nos presenta y nos hace más humildes.
ResponderEliminarFelicidades Alirio. Un placer tener la oportunidad de leerte.
Un abrazo.
Gabriel Ramirez