Estaba
soñando con un viejo profesor que insistía en que había dos clases de personas:
Las que se lanzaban al ruedo y las que veían los toros desde la barrera cuando
nuevamente una amiga me llama para interrumpir mi sueño un domingo en la
mañana. Termino de hablar largo por teléfono con ella, desayuno y me siento a
escribir frente a la imponente cordillera de Los Andes durante buena parte de
la mañana de domingo de un largo verano. Al momento en que nos arrope el
desánimo se nos daña la existencia. De ahí que la vida es como una precaria
montaña rusa de subidas que elevan a lo impensable y bajadas que casi terminan
por convertirse en aparatosas estrelladas. En ese subir y bajar de escenarios
imprevistos, en los cuales la mayor parte del tiempo improvisamos el discurso
que nos toca repetir, bien vale la pena atreverse a pensar en que se puede
cultivar un equilibrio mínimo de actividades indetenibles en las cuales, en vez
de correr, caminemos despacio sin detenernos.
La épica venezolana
Ella
insistió mucho en que recordara mi origen, asunto en el cual le doy razón. Hay
una épica de la venezolanidad que está presente en quienes somos de esas
tierras. Los excepcionales talentos de los prohombres que construyeron nuestra
nación son incomparables. Es difícil que en un solo país se junten tantas
personas inteligentes, que a la par de tejer y desarrollar sus sorprendentes
habilidades, no podían dormir sin dejar abierto un ojo por tener que lidiar con
la bestialidad. La perfecta combinación entre talento y barbarie es el sino de
cualquier venezolano talentoso, como lo es para cualquier persona de bien que
haya vivido en nuestra tierra. Venimos de una larga historia en donde los dos
extremos de lo humano han estado permanentemente de la mano. El profesor
insistía en que él veía los toros desde la barrera, cosa totalmente falsa por
cuanto no había asunto de su interés sobre el cual no opinase ni actividad en
la cual no participase.
Cansancio natural
Las
sociedades atraviesan ciclos en los cuales se escriben páginas gloriosas de sus
logros para luego destrozarlos en cuestión de días. De esa dinámica es
esperable que se genere un cansancio natural. Ese viejo profesor era proverbial
porque nunca parecía cansado, menos afectado por las circunstancias y siempre
dinámico, con fortaleza y agilidad para enfrentar las adversidades, con gran
capacidad de voltear lo desfavorable y convertirlo a su favor. Era literalmente
un guerrero de la cotidianidad, un prohombre que enseñaba con su ejemplo y fino
verbo lo que pensaba de la vida y el rol que ocupaba. Se veía indetenible y
triunfante, incluso cuando las cosas parecían implacablemente adversas. Tuve
mucha suerte de conocerlo y más de que me diese clase.
Sale el sol
Que
al final el sol siga saliendo para todos va de la mano con el gran milagro de
la vida. En estos días que he tenido más tiempo de lo habitual para volver
repetidamente a las ideas de siempre, me he preguntado qué motivaba al profesor
a ser indetenible y perseverante en las cosas que se proponía y no dudo que era
la gran convicción de estar vivo y divertirse al falsear el discurso. Era el
eterno protagonista de las mil y una aventuras que creaba, a la par de decir
que se limitaba a ver los toros, sin participar en la faena. ¡¡Menos mal que no
participaba, pues qué tal si lo hiciera!! En una ocasión me contó la cantidad
de situaciones enredadas que había protagonizado en solo un año y a mí me
pareció que daba tela para varias vidas. Vidas posibles, que podrían parecer
sensatas o insensatas, pero iban de la mano con el convencimiento de que estaba
obrando para hacer las cosas bien y que estaba aportando una pizca de sí mismo
para hacer un mundo mejor.
Esperanzados como estilo
Tal
parece que la pandemia enlentece los tiempos, mientras Latinoamérica se asemeja
a un polvorín de incertidumbres en el que cualquier acontecimiento puede
cambiar el curso de las vidas de sus habitantes en cuestión de días. La
impresión que desde hace tiempo se cuecen planes en relación con el futuro
oscuro de la región es algo que con facilidad pasa por nuestra mente. La
posibilidad de pensar de manera centrada, sin polarizaciones ni visiones en
blanco y negro de las cosas no es el espíritu común que sobresale. La
resurrección de vetustas y anacrónicas ideas utópicas se hace una constante
creciente. Pasadizos que nos regresan a los mismos lugares y callejones sin
salida hacen de las suyas en el universo de las ideas. De eso más o menos iba
la conversación telefónica con la amiga que me despertó mientras soñaba con ese
viejo profesor que era y sigue siendo una inspiración en mi atareada vida de
nómada sin descanso y luchador de causas perdidas. De eso más o menos va
hilándose el destino de cada día que me levanto y trato de mantener la frente
en alto y el tronco erguido mientras camino por aparentes senderos
anteriormente transitados en donde siempre hay espacio para las buenas
sorpresas.
Publicado
en el diario El Universal de Venezuela el 16 de marzo de 2021.
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