Uno
de los balcones da al norte y el otro da al oeste. El balcón del norte me obsequia
una estupenda vista de la ciudad y la posibilidad de disfrutar de las cuatro
estaciones. El balcón del oeste me regala los más bellos atardeceres que he
visto desde que nací y una serie de montañas detrás de las cuales está el imponente
océano pacífico, mientras un viento helado se cuela desde el sur. Es un espacio
para usarlo solo durante el verano, a menos que queramos enfrentarnos con
buenos abrigos al frío austral. En el contexto de esta larga pandemia se hace
más que notable la preponderancia de la exaltación de las emociones.
Probablemente en ninguna otra época se había dado tanta relevancia a la
conceptuación de lo que significa la salud mental como en nuestro tiempo. La fuerte
experiencia de la muerte nos ha tocado directamente, sea porque hemos perdido a
seres queridos o conocemos personas cercanas que se han marchado. De tumbo en
tumbo va el siglo XXI y como si no hubiese suficientes entuertos por resolver
en el planeta, ya la necesidad de sobrevivir se ha vuelto la meta.
Encandilados y enceguecidos
A
la par de tener que lidiar con una calamidad y como si no existiesen problemas
de muy difícil resolución, ha surgido una enardecida legión de personas que se
manifiestan de manera fanática contra el uso de las vacunas. Herederos del
desquiciamiento propio de quienes se aferran a la bandera de la “consparanoia”,
no podían tener mayor enceguecimiento y exaltación de sus pasiones sino hubiese
aparecido el coronavirus. Los consparanoicos encontraron la gran causa
universal que por fin los unifica y terminan por creer que se ratifican sus enajenadas
creencias. Es la eterna lucha entre la oscuridad y la sombra, la ignorancia y
el conocimiento, la superchería y la ciencia. A veces pareciera que resurge una
nueva edad media en pleno siglo XXI. La inquisición y el mundo visto a través
del lente del prejuicio se sigue moviendo a pasos agigantados. Por una paradoja
sin comparación, volvemos a los tiempos en los cuales se preconiza la higiene,
el hospital es la meca del sistema de salud y volvimos aparatosamente de nuevo
al tiempo de la invención de la vacuna. Es como si hubiésemos viajado en la
máquina del tiempo.
La gran caída
Imposible
haber predicho que los organismos internacionales encargados de hacerle frente
a tan aparatosa situación iban a actuar de forma errática y en ocasiones con
contradicciones aparatosas. Con la pandemia va de la mano la catástrofe
económica que ella acarrea y la recesión que lamentablemente nubla el panorama en
términos presentes y futuros. Esta situación afecta a las economías más débiles
de manera más significativa y el país de mis afectuosidades está a poco tiempo
de experimentar más cambios de los que ya ha padecido. Importantes centros de
análisis han manifestado de manera pública que se espera una estampida
migratoria de antología histórica sin precedentes en la región. Esta ola
migratoria, agravada por la pandemia, complica el escenario en función de
futuro para los venezolanos. Si no hay un acuerdo interregional para atender la
catástrofe que significa el éxodo venezolano, las consecuencias serán muy
oscuras. Pensar en términos humanos requiere el tino de pensar fríamente.
Ayudar a los venezolanos esparcidos por el mundo desde una instancia
internacional será beneficioso para las naciones que creen un frente común.
Abocarse al gran drama que sufre la nación del norte del subcontinente es proteger
los propios espacios de cada uno de los países que tome la iniciativa en buscar
soluciones mancomunadas para tan apremiante causa.
La esperanza
Afortunadamente se tomó la decisión de usar la vacuna en fase 3. Las circunstancias no permitían tomar otra disposición y los avances de algunas naciones ya señalan el sendero de lo que va a ser el futuro cercano: Por una parte, países que van a vacunar a su casi totalidad de la población y otros que tardarán mucho más tiempo en consolidar las metas propias de una sociedad que piensa en la salud de sus habitantes. En el caso de Venezuela, bien valdría la pena que quienes la dirigen apostaran por un poco de sentido común y asumiesen con responsabilidad el hecho de que en sus manos reposa el destino de millones de almas. No es menor el esfuerzo titánico que se requiere para recuperar la nación, más cuando pareciera que no existe la voluntad de muchos actores en conseguir un punto medio de encuentro para que el país que una vez fue potencia lograse encauzar su rumbo. Por otra parte, están nuestros vecinos. Si no son capaces de ponerse de acuerdo para hacer un esfuerzo en concretar soluciones colectivas, no se podrá atender a una crisis que terminará por no tener precedentes en la región. Estamos construyendo una historia atropellada de gente que huye de escenarios que la mayoría no puede soportar. Abro de nuevo cada balcón y veo un nuevo atardecer con la esperanza de que mañana sea un día mejor.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 09 de marzo de 2021.
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