Escribo
este texto desde Santiago de Chile, en un febrero acontecido. El verano sureño
ha estado acompañado de sobresaltos para cualquier venezolano que observa el
curso de su nación desde el extranjero.
Una de las
cosas que desde el alma más me ha afectado, es lo que ha pasado con mis
pacientes en una Venezuela que no ofrece posibilidades de tratamiento adecuado.
Muy en particular en aquellos que padecen condiciones mentales o emocionales
que afectan su vida y cuya evolución de carácter crónica, requiere de
tratamientos de manera continua, permanente e ininterrumpida que mi país no
garantiza.
Entre 1998
y 2004, durante mi desempeño laboral como psiquiatra en el Hospital San Juan de
Dios de la ciudad de Mérida, Venezuela, realicé el seguimiento de una población
de pacientes con diagnóstico de Trastorno Bipolar. Los resultados de dicha
investigación fueron publicados en el Volumen 58/ No. 119. Julio/Diciembre 2012
de la legendaria revista Archivos
Venezolanos de Psiquiatría y Neurología; órgano de divulgación del
conocimiento científico de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría, antes de que
desapareciera en su regular versión impresa, condicionada por los cambios
políticos ocurridos en mi país.
Esta
investigación, a su vez, tiene un antecedente que se corresponde a otro estudio
de mi autoría, realizada durante los años 1995, 1996 y 1997, la cual permitió mi acreditación como Psiquiatra por
la Universidad Central de Venezuela en el año 1998. Con el título de Trastorno Bipolar en fase Maníaca,
Tratamiento con Ácido Valproico vs Haloperidol, este trabajo fue publicado
en Neuropsicofarmacología, revista
del Colegio Venezolano de Psicofarmacología Volumen 2/ No. 2. Año 2000. Este
instrumento de divulgación científica caribeño también desapareció en su
versión impresa.
En el año
2004 ingreso por concurso de oposición como profesor de la Universidad de Los
Andes en el Departamento de Psicología y Orientación de la Facultad de
Humanidades y Educación, pudiendo mantener la línea de investigación que
comenzó en 1995 en el Hospital Vargas de Caracas.
Durante este
tiempo, he mantenido un trabajo de carácter permanente en el cual hemos venido
realizando otras investigaciones y publicaciones sobre el Trastorno Afectivo
Bipolar, sumando en totalidad casi un cuarto de siglo de dedicación en relación
a los trastornos afectivos y en particular la enfermedad maníaco depresiva, hoy
conocida como Trastorno Bipolar.
En estos
25 años ha habido una gran cantidad de avances para tratar de ser lo más
acertado posible en relación al diagnóstico, tratamiento, mantenimiento de las
estrategias para minimizar las descompensaciones propias de esta condición, así
como intentos por mejorar la calidad de vida de nuestros pacientes y sus
familias.
El
elemento educativo es pilar fundamental para hacer frente a las crisis propias
del Trastorno Bipolar, razón por la cual me he mantenido de manera perseverante
generando material de investigación que pudiese servir de ayuda para quienes
tienen que lidiar con este trastorno.
Mis deseos
son haber sido útil para todo aquel que padezca o tenga interés en conocer
sobre la condición Bipolar, sea porque la vive en carne propia o porque
necesita herramientas para aclarar inquietudes.
Mi mayor
agradecimiento será siempre con mis compañeros del Departamento de Psicología y
Orientación por haberme dado el espacio para desarrollar esta línea de
investigación, que se corresponde a casi la mitad de mi vida y por supuesto a
la Universidad de Los Andes, la escuela en donde me formé como médico,
filósofo y educador, habiendo
desarrollado una carrera profesoral hasta el presente en mi condición de
Profesor Asociado.
Estas
reflexiones van de la mano con la extravagante realidad que vive Venezuela y la
enorme contrariedad que siento cada vez que me entero del destino de tantos
pacientes a los cuales les dediqué el mayor esfuerzo posible para mejorar sus
condiciones de vida. Las baratas sales de litio, de antología por ser el
tratamiento natural más antiguo y efectivo dentro de los procedimientos propios
de mi profesión, se han convertido en un bien inalcanzable, por no decir
inexistente en la que una vez fue considerada la nación potencia del
continente, la gran esperanza Latinoamericana.
Nada
justifica que Venezuela no sea una nación del primer mundo. Solo una ceguera
incomparable y un afán perverso de conducirse, pueden explicar la actual
situación de ruina obscena que vive mi país y afecta a mis pacientes hasta lo
indecible por estos medios.
Veinticinco
años de dedicación académica, voluntariosa y útil, terminaron por ser puestas
al servicio de otras realidades que nos han dado oportunidades con un afecto
inconmensurable. Igual me duele mi país, en particular mis pacientes, a quienes
les he dedicado literalmente la mayor parte de mi vida, en sus días y largas
noches, para ser testigo de cómo sufren sin que pueda hacer mayor esfuerzo por
ayudarlos.
Publicado
en el diario El Universal de Venezuela el 26 de febrero de 2019.
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