martes, 6 de junio de 2017

La cabra y el monte


Una de las bases sobre la cual se estructura cualquier sociedad moderna es la idea de que los grupos minoritarios tengan la posibilidad de expresar aquellas cosas en las cuales creen, con visiones particulares, incluso hasta extravagantes de la vida en conjunto. El parlamentarismo de cualquier nación civilizada permite que en ese espacio hagan vida en común las gentes con las más controvertidas ideas y tengan un foro desde el cual plantear las mismas, fomentando el debate y permitiendo que cada cual tenga la posibilidad de participar como ciudadano y ser representado. 

Cuando desde la instancia parlamentaria se crean las reglas básicas de juego sobre las cuales reposa el entramado social, la premisa que debe privar es la inclusión de todos los sectores que hacen vida en una nación. El caso de la historia reciente de Venezuela debe habernos dejado alguna lección con respecto a esto que aquí señalo. La Constitución de una república constituye el conjunto supremo de normas sobre las cuales va a funcionar el Estado y sus bases normativas deben poseer un carácter incluyente o de lo contrario se crea una trasgresión de origen que pone en riesgo la posibilidad de que se alcance un equilibrio como país.

En el caso de la Constitución del año 1961, por ejemplo, existió el consenso de darle un carácter marcadamente civil a la manera de funcionar el Estado. Eso produjo que los militares quedasen relegados del juego político y se les negara la posibilidad de ejercer el derecho a votar, con las consecuencias que conocemos: un claro ejemplo de que ningún grupo social debe ser excluido de las reglas de funcionamiento de la dinámica que nos une. Las pautas de juego eran apropiadas para ese momento, pero debieron cambiarse antes de que se produjese una ruptura de un sector con las mismas.

En el caso de la Constitución del año 1999, la mayoría del país aclamó la materialización del proyecto, en donde se asomaba como eje que la democracia funcionara con un rol de mayor protagonismo popular, como consecuencia de la crisis de los partidos políticos que en ese momento estaba viviendo la nación. El espíritu de las leyes privó en sentido de dar mayor participación a las bases ciudadanas y además se materializó la posibilidad de que los militares ejercieran el derecho a votar.

Nada de extraordinario tiene que en cualquier país se realicen modificaciones, enmiendas, mejoras o cambios en lo que respecta a la manera en que se manejan las reglas del juego democrático. Incluso cuando se requiere de una modificación sustancial de las normas que nos rigen, se puede llamar a realizar un cambio importante de las mismas. Esto es algo propio de la vida de ciertos países, particularmente de aquellas naciones en las cuales todavía se están estableciendo lo que parecieran ser las bases fundacionales de su proceder como república, lo cual es el caso venezolano. Herederos de una larga tradición de conflictividad social  y problemas que han desestructurado al país, seguimos en la búsqueda de una especie de fórmula que nos permita vivir a todos de manera tranquila y civilizada. Apenas pareciera que comenzamos a transitar por caminos en donde otras naciones vecinas con menos potencialidades económicas y menor desarrollo de talento humano nos aventajan en lo que respecta a la capacidad de crear reglas que permitan el entendimiento y la convivencia.

Aquello que unifique en sentido de crear armonía y tenga un carácter incluyente debe ser siempre celebrado. Flaco favor le hacen los líderes de una nación al futuro de la misma cuando se apuesta por la confrontación y a dejar fuera de juego a quien se le considere un contrincante. En términos políticos la palabra “enemigo” no es propia de la civilidad, por eso se usan los términos “opositores” o “adversarios”.

Nada es más peligroso para equilibrar una sociedad que dejar a relevantes grupos fuera de la dinámica política. Sería volver a repetir un error, que ya se hace costumbre en una tierra que devora sus mejores tiempos y sus mejores talentos. Cuando un protagonista social queda fuera del juego, hará lo imposible para ser incorporado o tratará de desplazar a quien se lo impida, como la cabra que inexorablemente jala para el monte.

Si se apuesta por la exclusión, el revanchismo, la persecución y el señalamiento violento y agitado, la zozobra será el norte que transitemos de manera indefinida. Sería un gravísimo error, que en un país donde existen las más variadas maneras de interpretar los fenómenos que vivimos, se desprecie o se margine a partes de la sociedad que van a seguir existiendo y haciendo vida en conjunto con todos. Cabemos y somos necesarios para nuestro país en la medida que no sean excluidos importantes sectores de la población. La lección pareciera que no fue asimilada por algunas fracciones, que piensan que con minimizar la participación social de actores fundamentales, el país va a un mejor futuro, cuando es precisamente todo lo contrario.


Twitter:  @perezlopresti 

Ilustración: @odumontdibujos 



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