lunes, 6 de febrero de 2017

Trumpmanía


Expertos en el difícil arte de pronosticar el futuro, comenzaron por aseverar que era imposible que Donald Trump fuese candidato a la presidencia de los Estados Unidos. Luego se rajaron las vestiduras, señalando que no era viable que ganara las elecciones. Después de haber vencido electoralmente, aseguraron que no iba a poder ser congruente con la retórica que había usado en la campaña y una vez que su discurso y sus acciones comenzaron a ir de la mano, siguen señalando la imposibilidad de que se materialice lo que ya dejó hace rato de ser palabra para convertirse en acto.

A mí todo esto me produce una especie de reminiscencia y por más que evito tocar el tema, me cuesta mantenerme alejado del mismo, porque una cosa es lo que las personas quieren que sea la realidad y otra muy distinta lo que las cosas son. Este ser de las cosas tiene una explicación y esa manera de acercarnos con argumentos sopesados a los distintos fenómenos sociales tiene una razón que los mantiene.

El fenómeno de Donald Trump es en realidad un proyecto político de vieja data que tiene un antecedente palmario: Ya antes había apostado por ser el presidente de la nación más poderosa del planeta. La banalización de su proceder o las burlas que se han tejido en contra de Trump no han hecho sino realzar su figura, lo cual tiene una lógica que lo sustenta. Fiel a la receta de la antipolítica de mostrarse como un enemigo de las élites, el líder norteamericano ha puesto al mundo entero a girar en torno a él. Ha criticado a los políticos tradicionales de su país, la manera como se ha venido manejando la dinámica económica de su nación, pero particularmente ha clavado la diana con exactitud en el corazón de esencia de la antipolítica: Los medios de comunicación.

En una sociedad existe toda clase de actores y cada uno juega un rol fundamental en la dinámica de cualquier pueblo. Los educadores hacen sus funciones de canalizar las vocaciones de las juventudes, los deportistas forman parte del mundo del entretenimiento, los políticos a través de sus malabares se encargan de evitar la barbarie, las fuerzas del orden público deben garantizar la seguridad de los ciudadanos, los periodistas deben informar tratando de ser lo más objetivos posible y los payasos de los circos son los encargados de hacer reír.

El problema con Trump es que logra impregnar de política a todos los sectores de la población al punto de que los políticos se terminan convirtiendo en bárbaros y la sociedad en general se sobrepolitiza” y hasta el momento ese es el saldo que lleva el presidente de los Estados Unidos a su favor. No tengo idea si el proyecto de Trump sea o no viable a la larga, lo que sí sé es que hasta el día de hoy marcha y ese logro tiene varios elementos que lo ha consolidado, de los cuales me referiré a algunos.

Uno de los logros operativos es haber cohesionado el enemigo interno y el enemigo externo en un solo adversario: Los mexicanos. Sin un enemigo externo y uno interno, ningún nacionalismo es viable. Lo interesante es que en el caso que nos ocupa se logra la materialización de esos dos frentes en uno solo, con todas las implicaciones negativas que conlleva, pero con el claro propósito de crear una cohesión emocional de las bases que sustentan su poder. Los nacionalismos requieren de adversarios que generen movilización sentimental pasional en los seguidores del líder.

Otro es haber creado un enfrentamiento entre pares. Personas a favor y en contra su mueven con las emociones a flor de piel, unos para adversarlo de manera airada y otros para apoyarlo en forma tozuda, lo cual es apenas el comienzo de un proceso de confrontación imprescindible, sin el cual Trump desaparecería como el fenómeno político que es. No se debe caer en la banal descalificación de sus atributos, porque detrás de él hay un enorme equipo de personas, de las mejores formadas en el arte de la política, asesorándolo y enseñándole cada detalle de los asuntos que desconoce. El presidente de los Estados Unidos no juega solo y su equipo lo ha llevado nada menos que a ser el hombre con más poder en el planeta.


A mi juicio el asunto más importante en torno a todo este fenómeno es el de los medios de comunicación. Como un enjambre, desde una posición ajena a la objetividad y en una actitud tan o más fanática que la del propio Presidente, la posición anti-Trump hace que todo gire en torno a él. Cuando un medio de comunicación se fanatiza pierde credibilidad. Eso es elemental. La histeria mediática termina por fortalecer a quien atacan en conjunto, porque en realidad no hay manera de ridiculizar al líder y cada afrenta contra él es una agresión contra todos los que votaron por él. De ahí que el papel de los medios, al perder su objetividad y pasar a ser un actor político, paradójicamente favorece a quien en estos momentos representa a millones de estadounidenses que asumen cada ataque contra su líder como algo propio, pues desde lo valorativo, todo es personal.



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 06 de febrero de 2017

Enlace: http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/trumpmania_638191


Twitter: @perezlopresti

Ilustracion: @odumontdibujos 

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