jueves, 25 de febrero de 2016

Pesadilla y realidad


“La suerte está echada”, digo mientras atravieso el río a caballo rumbo a Roma. Es un 15 de marzo y no creo en quienes me han dicho que existe una conspiración fraguándose en mi entorno. Menosprecio los anuncios y las murmuraciones. Es temprano en la mañana y me dirijo hacia el Senado. Alguien me entrega un escrito denunciando la conspiración y no me digno a leerlo. Subo las gradas, entro en el salón y cuando tomo asiento mis más cercanos me rodean. Uno de ellos me toma por el cuello y asesta la primera puñalada. Me pongo de pie y trato de defenderme con una pequeña lanceta, pero son muchos, entre quienes distingo a uno que quiero particularmente y lo había incluido en mi testamento en el grupo de herederos. Con más de veinte heridas, lo miro a los ojos y en griego le digo: “Tú también, hijo mío”. Sin voz, me cubro el rostro con un manto y quedo tendido.

Grito ansioso y despierto a mi esposa, quien me tranquiliza diciéndome que todo es una pesadilla. Le cuento lo soñado y me serena. -“Es Julio César, no eres tú el del sueño”. Son las tres de la madrugada y se me ha trastocado el sueño. A pesar de que vivo en una zona rural, se escuchan a lo lejos las alarmas de algún vehículo que suena una y otra vez. Mis perros mucuchiceros están alertas y gruñen. Me caliento una infusión, pero se me hace imposible dormir. Ahora tengo pesadillas en las cuales soy Julio César. ¿Qué habré leído recientemente? ¿Qué cené?

Me pongo a pensar en la historia de la humanidad y me viene a la mente un sinfín de impresiones. Guerras desde la edad de piedra, la crucifixión de Jesucristo, la persecución de los cristianos, Pablo de Tarsos, las enfermedades a las que nos enfrentamos, el horror de los que sufren los desvaríos de la mente, la pobreza y mendicidad de los indígenas con los que conviví cuando trabajaba como médico en las regiones fronterizas de mi país, el ser un emigrante porque no hay más opciones, el motorizado que se estrelló contra el retrovisor de mi carro y siguió como si nada. Lo duro de la existencia, con todas las injusticias y horrores que nos acompañan.

La infusión está reposando y la endulzo con miel de carcanapire que me obsequió un vecino. Así se va atenuando la angustia de la pesadilla. Recuerdo una ocasión en la cual me encontraba en un centro nocturno, cerca de Abejales, estado Táchira, en donde bailé con todas las muchachas que se hallaban presentes. Nadie hablaba de política, ni leía prensa, ni escuchaba radio y mucho menos llegaba la señal de las televisoras. Hubo un intento de golpe de Estado en la Caracas de ese tiempo y me enteré a los tres días. 

Pienso en la vida agitada de quienes se dedican a la política y de mis intentos por escapar de la misma. Pero ni siquiera alejándome lo logro. Tengo pesadillas en las cuales no soy una persona cualquiera, sino el más grande de todos los políticos: El propio César.

En una ocasión un colega que trabajó conmigo en un hospital psiquiátrico durante casi diez años me dijo: “Abraza la filosofía para que no pases la vejez tan solo”. Hay mucho de cierto en esa frase. La madrugada arrecia por lo oscura y helada. Nietzsche determina la filosofía de José Ortega y Gasset. De ahí que para Ortega lo que existe es la biografía humana. “Yo soy yo y mi circunstancia” (…) “y si no la salvo a ella tampoco me voy a salvar yo”. Expresión magnánima tan criticada, pero desmesuradamente cierta. Una manera de expresar la grandiosa o pequeña vivencia humana que cada día marca y determina nuestra existencia.

El filósofo es alguien que ha caído del barco, un náufrago en el océano arremolinado que debe hacer todo lo posible para intentar nadar y poder salvarse. La filosofía es el intento de nadar cuando nos estamos ahogando en la realidad en la que hemos caído. La filosofía es precisamente el intento de salvación a través de los manotazos que damos en el agua. No es una dimensión meramente académica, ni al abrazarla estamos acudiendo a un espectáculo agradable, sino que se trata de una manera de saber cómo vivir, una forma de conducirse. Tiene que ver con saber a qué atenernos. Tratar de darle sentido a las formas como nos vamos a seguir involucrando con la realidad. La tesis de Ortega está más vigente que nunca.

El apego a lo terrenal, a lo resolutivo, a nuestra capacidad de sobreponernos a las adversidades y la idea de salir triunfadores se apodera de mi ánimo. Hago una lista de las cosas por hacer cuando llegue a la ciudad, estreno la agenda que me regalaron en navidad. El sosiego finalmente llega. Si me apronto, tal vez rescate más de una hora de sueño. Debo dar clase a las siete de la mañana y uno de los cauchos está casi en la lona. Debo manejar lento y apuntarme en la lista de los que venden neumáticos. Seguro la cola va a estar muy larga porque desde hace meses no les llegaba ni un caucho. Trato de no despertar a mi esposa, pero ella me da un beso en la frente al acercarme y me dice que duerma tranquilo. Todavía queda noche.



Twitter: @perezlopresti   




Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 25 de enero de 2016

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