domingo, 25 de julio de 2021

Atravesando ríos con pirañas

 


Pescando por los lados de El Yagual, en el Estado Apure, vi un grupo grande de personas atravesando un río repleto de pirañas. La primera vez que presencié tamaña hazaña me impresionó mucho porque sé lo peligrosos que son esos peces. Lo cierto es que, si no hay sangre, las pirañas no son atraídas. En el invierno llanero, cuando la sabana se anega, al ganado se le reblandecen las pezuñas y puede que sangre. Ahí las pirañas aparecen y desguazan vivas a las reses. Verlo es asombroso o monstruoso, por el grado de salvajismo y la velocidad conque devoran la presa. Hace poco, un familiar cercano perdió el pulpejo completo de un dedo índice cuando trataba de quitarle el anzuelo a una piraña que había pescado. Es que hasta fuera del agua son peligrosas. ¿Cómo salvarnos de un ataque de pirañas si sangramos en la mitad de un río?

Pirañas y gastronomía

Bien preparadas, las pirañas son una exquisitez. Tengo la buena experiencia de haber comido bastante piraña en mi vida. Generalmente se acompañan de cachapa y si se fríen bien, en aceite de maíz, se pueden comer en su totalidad, pues quedan completamente tostadas. Hace ya algún tiempo que viví en esas tierras extraordinarias y llenas de misterio, en donde lo humano se diluye en una naturaleza de verdores incandescentes y beldad irreal, probablemente tan indescriptible que solo la podemos recrear cuando verbalizamos las emociones que nos genera el encantamiento del lugar. Ir de San Fernando a Achaguas era un buen paseo, el cual se hacía más sorprendente mientras más nos íbamos internando en esas tierras. Bastaba con ser invitado a un parrando para entender que la puerta a los placeres mundanos estaba en las riveras del río Arauca o ser convidado a un sancocho de Curito, para que durante varios días la gente supiera que uno se había saciado probando esos extraños peces que dejan la piel aromática durante días. ¡Usted huele a Curito, caray!

Lo bueno y lo malo se juntan

Después de alguna incursión inicial en la cual alquilé una platabanda con medio techo y una hamaca, pude conseguir una buena casa en donde descansaba, leía y escribía. Vivía a dos cuadras de un importante centro nocturno en el que confluían excepcionales artistas del contrapunteo provenientes de las más lejanas profundidades del llano. Hombres y mujeres se batían en las noches en duelos de ingenios en los que Florentino y El Diablo se veían una y otra vez la cara, como si fuese una historia imposible de dejar de contar. La capacidad de improvisar cantando es un arte bien cultivado y tenido en alta estima en ese lugar del mundo. A mí me dejaba boquiabierto el poder disfrutar de tanta pasión reunida en un mismo lugar. Era un espacio irreal y un tiempo muy aprovechado que hace sus incursiones de vez en cuando en mi memoria diaria y me asalta por sorpresa en mis sueños cotidianos. De Apure recuerdo la savia de la vida, que emergía en cada encuentro con la gente bondadosa y alegre que me abrió las puertas y de la locura cotidiana propia del hombre que se disocia al entrar en contacto con las fuerzas de la naturaleza al punto de fusionarse con las mismas. Demasiada intensidad junta. Esa fuerza que emerge de la confluencia entre lo humano y la naturaleza parecía ir más allá de una dosis de misterio y terminaba por parecer una suerte fenómeno sobrenatural que se asumía con la tranquilidad de quien decide contemplar el atardecer. Así va transcurriendo la vida, entre la plenitud de aquello que no deja de sorprendernos y la serenidad que transmite la furiosa sabana: Una paradoja perfecta.

La vida y sus caminos

Quisieron las circunstancias que después de mi estadía en el llano y sus entrañables enseñanzas, terminase viviendo en la ciudad de Caracas. Viví con el confort del citadino que se dedica a aprovechar las bondades de la gran capital y sabe sacarle el jugo al asfalto y las torres de concreto como si fuese una mina de oro con muy pocos filones. Después de haber vivido un largo rato en tierras de aventuras por montón, la ciudad era la puerta para asumir otras maneras de mostrar nuestra inclinación por el buen vivir. Sin embargo, los recuerdos me perseguían para hacerme feliz por haber experimentado situaciones y atrapado enseñanzas que en otras condiciones no hubiese podido. En ese juego íntimo de ingenios y metáforas con las cuales suelo lidiar, cuando no probar hasta dónde puede llegar el alcance de mi imaginación, no dejo de ver a ese grupo de personas atravesando un río lleno de pirañas. Hombres, mujeres y niños, personas de todas las edades, cruzando el río como si no existiese peligro alguno. ¿Cuál es el arte u oficio de vivir? El arte es no sangrar durante ese trance en medio del agua, con piedras afiladas en el fondo y la posibilidad de lastimarse tras una caída. La vida vista como la habilidad de atravesar un río sin derramar una gota de sangre o las pirañas nos devorarían en segundos. Así lo sigo creyendo y así sigue apareciendo en mis sueños. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela, el 27 de julio de 2021.

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