A mis queridos
estudiantes de la Universidad de Los Andes
En
2017 me llamó mucho la atención un asunto al cual comencé a darle vueltas.
Muchos de mis estudiantes de la Facultad de Humanidades y Educación estaban
leyendo simultáneamente a Víctor Frankl y sus trabajos sobre logoterapia. El
país iba directo a un nivel de colapso cada vez mayor y mis alumnos sentían que
había que darle sentido al sufrimiento que estaban experimentando. Se sujetaban
al legado de quien había creado la tercera escuela vienesa de psicoterapia. La
idea de que se estuviese de alguna manera comparando la experiencia de Frankl
con sus propias vidas de jóvenes universitarios era bastante perturbadora:
Venezuela vislumbrada como un potencial campo de concentración. A todas estas,
yo hacía planes para migrar en busca de un país en donde la vida tuviera más
sentido que solo sobrevivir cada día.
En lo
más profundo de la miseria
Víctor
Frankl fue un neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco que sobrevivió desde
1942 hasta 1945 en cuatro campos de concentración nazis, incluyendo Auschwitz.
Logra sobrevivir a este infierno, pero no así su esposa, sus padres, su
hermano, su cuñada, muchos colegas y amigos. Esta experiencia extrema lo lleva
a escribir uno de los libros más leídos en el siglo XX (El hombre en busca
de sentido) y crea la logoterapia y se dedica al análisis existencial. De
esta vivencia espantosa, escribe y desarrolla una teoría en la cual aborda
aspectos cardinales de la existencia como la libertad, la responsabilidad, el asunto
del sufrimiento y su potencial utilidad y, en definitiva, lo más trascendente
de su obra, hace una propuesta acerca del sentido de la vida.
En condiciones extremas, Frankl se apega a dos elementos esperanzadores de carácter futuro, como el desarrollo de una teoría psicológica de la cual había elaborado un manuscrito (que le fue arrebatado al llegar al campo de concentración) y el amor que sentía por su esposa. Su obra ampliamente conocida, El hombre en busca de sentido, se construye sobre la base de unas modificaciones muy pertinentes. La primera edición es un ensayo sobre la vivencia de haber estado en un campo de concentración. Inicialmente exitoso, no estaría escribiendo sobre ese libro si Frankl no lo modifica y escribe por petición de los lectores y de los editores, la segunda parte de la obra: Conceptos básicos de logoterapia.
El sentido de la vida
Al
existencialismo, y particularmente a la obra de Víctor Frankl, se le opone la
fuerza del determinismo, al punto de que el austríaco lo llama
“pandeterminismo” y lo muestra como una enfermedad infecciosa que los
educadores hemos inoculado. Como en cualquier intento de darle forma a las
ideas, se recurre a la posición de defenderlas con las garras, lo cual es
loable y forma parte de la historia de lo civilizatorio. Cuando Frankl señala
que “la libertad no es más que el aspecto negativo de cualquier fenómeno, cuyo
aspecto positivo es la responsabilidad”, y propone que la estatua de La Libertad
en la costa este de los Estados Unidos debería ser complementada con la estatua
de la Responsabilidad en la costa oeste, establece opiniones muy difíciles de conceptualizar,
cuando no yerros en la manera de entender el asunto de la existencia.
Contraviniendo
la idea de Frankl, el sentido de la vida es el que la persona (el ser) pueda
darle. En la medida de que alguien pueda darle sentido a su vida, la misma lo
tiene, independientemente de que no se esté actuando de manera libre o
responsable. Las ideas de responsabilidad y libertad poco tienen que ver con el
sentido de la vida, salvo en sujetos muy elevados y con grandes atributos
intelectuales como el propio Frankl. Al final de todo, el nihilismo gusta
salirse con las suyas, entre otras razones porque las ideas de libertad y más
aún la de responsabilidad son etéreas y muy difíciles de atrapar.
La vida sin sentido
En
la medida que las personas llenen el vacío de la existencia con creencias, la
vida puede tener sentido. Esas creencias pueden ser generalmente de carácter
político o religioso, que a fin de cuentas son las dos vertientes más
primitivas del pensamiento. Lo político y lo religioso están al alcance de
cualquier persona porque son instancias vulgares, que no requieren de mayor
elaboración intelectual y por más primitiva que sea la persona, en ambos de
estos aspectos se puede sentir un experto y dar sentido a las cosas. Incapaces
de razonar, al asumir el pensamiento político o religioso, se está endosando un
recetario de ideas al sistema de valoraciones humanas.
No es casual que los dos temas de conversación que unían a sus compañeros en los campos de concentración eran precisamente los temas políticos y religiosos, ambos ajenos al razonamiento y apegados a la capacidad de argumentar. Deficientes a la hora de razonar, los grandes argumentadores de ideas deslumbran, convencen y dan sentido a la vida. Si no es destructivo, debe ser respetado.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 15 de septiembre de 2020.
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