martes, 25 de julio de 2017

Aplomo ante el plomo


En muchas ocasiones, pensar qué es lo correcto se puede volver un dilema. Lo digo porque en la Venezuela de nuestros días, se hace difícil mantener una actitud serena en la cual se logren controlar las más contrariadas pasiones. ¿Cómo mantener la racionalidad cuando es la incertidumbre lo que campea?

Desde el discurso que escuchamos por parte de quienes dirigen la nación hasta los hechos que ocurren a diario en nuestras calles, no pareciera que la sensatez fuese a hacer su aparición y nos seguimos cundiendo de desesperanza. Un amigo ya fallecido, me dijo que con el tiempo, algún día iba a encontrar en la filosofía mi mejor compañía y creo que poco a poco así se ha venido configurando mi fiel amiga; porque lo filosófico no sólo es el campo para cuestionar las cosas, sino que hay elementos de certeza que solo en el estudio contante se pueden encontrar.

En estos días de agitación me he volcado a recordar a los estoicos y he pensado que para ellos, tal vez no hubiese existido incertidumbre posible ante el escenario que enfrentamos. Como prevé la ética estoica, Séneca, por ejemplo, prefirió el suicidio que faltar a su deber. El estoicismo fue fundado en Atenas en torno al año 300 a.C. por Zenón de Citio. En la historia de la que fue sin duda una de las principales escuelas helenísticas, la enseñanza se dividía en tres partes: 1) Física, fundamentada en el concepto de pneuma. 2) Lógica, campo donde los estoicos intuyeron por primera vez la distinción entre signo, significante y significado, en una sugestiva anticipación de las teorías semióticas contemporáneas. 3) Ética, campo en el que rápidamente se concentró la reflexión.

La moral estoica prescribía “vivir según la naturaleza”, es decir, según el principio de racionalidad que los estoicos, con una optimista valoración de la realidad, considerada esencial en el hombre y en el Universo. La misma lógica o pneuma o Dios que subyace en la inteligencia del hombre mueve asimismo la naturaleza, en la que nada se origina por azar o por suerte. Este racionalismo metafísico, cósmico y absoluto, según el cual cualquier acontecimiento ocurre por necesidad, junto con la visión cíclica del tiempo, dio origen a la deslumbrante doctrina del eterno retorno.

En el hombre, la vida en función de la naturaleza se expresa en el sentido del deber (la acción según el orden racional). En oposición al hedonismo epicúreo, que situaba en la felicidad el objeto de la existencia, el estoicismo distinguió entre: 1) Comportamientos necesarios que siempre han de buscarse, como el empeño en la vida civil, el respeto a las obligaciones familiares, a la patria, a los pactos y a la amistad. 2) Comportamientos injustos o lo que es lo mismo, en contra de la razón; estos comportamientos siempre han de evitarse, incluso sacrificando la propia vida (en esta categoría entran todas las acciones dictadas por la emoción, considerada como una verdadera patología del alma). 3) Comportamientos indiferentes, ni virtuosos ni viciosos, de los que no se ocupa el sabio: salud/enfermedad, belleza/fealdad, riqueza/pobreza. El sabio acepta su destino vital.

Esta posición ante la vida va a anidar en varias personalidades a lo largo de la historia, pero particularmente en uno de los más extraordinarios hombres que ha existido y me refiero a Miguel de Cervantes Saavedra, quien adquiere o perfecciona lo que él va a llamar después “la virtud de ser paciente en la adversidad”. Este hombre va a la cárcel, pasa miserias, se ve negado y desconocido, fracasa como escritor, fracasa como soldado y sin embargo tiene una virtud admirable porque ni envidia ni siente que tiene que tener una actitud pesimista ante la vida; todo lo contrario, su bondad natural se va afirmando y adquiere lo que pudiéramos llamar una gran tolerancia y una suprema benevolencia que le permite contemplar las desgracias con un tono sereno y compasivo emparentado con la tradición senequista y estoica.

Cervantes nos regala a Don Quijote y este personaje termina trágicamente porque se vuelve cuerdo y al perder la poesía se transforma en la realidad de los demás. Comienza a ver lo que los demás ven. Don Quijote fracasa y se da cuenta de que por sus acciones la justicia no va a poder reinar en el mundo y solo le queda el consuelo de haber sido bueno. La bondad fundamental que se encuentra en esta extraordinaria obra, la biblia de los escritores, es la materia prima de lo heroico y de lo poético.

Apelo a estos fundamentos propios de la buena conducción de las pasiones porque solo a través de una manera de ver el mundo alejada de la maldad y apegada al buen manejo de las inquietes es que se puede construir y no destruir.  Ojalá y la bondad natural humana hiciese su aparición en estas horas de confrontaciones radicales y luchas inagotables para conducir el mejor de los países al mejor de los puertos. Que los que dirigen la nave se den cuenta que no se puede considerar un triunfo el hundir al mejor de los navíos.



Twitter: @perezlopresti


Ilustración: @Rayilustra 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 25 de julio de 2017




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