sábado, 27 de agosto de 2016

MARIANO NAVA CONTRERAS: Polis y academia

El domingo pasado tuve el gusto de leer dos artículos sumamente interesantes. En su artículo “¿Somos polis?”, Alirio Pérez Lo Presti analiza las condiciones necesarias para que exista una polis, una comunidad política. El artículo tiene como punto de partida un pequeño trabajo que publiqué hace años en la Universidad de Los Andes pensando en mis alumnos de griego, pero que también ha sido útil en la escuela de Ciencias Políticas. Allí reviso las condiciones necesarias para que pudiera existir una polis en la antigua Grecia: la existencia de una comunidad fuertemente estructurada, la pertenencia y arraigo a un territorio y la percepción que de ella se tiene, como Estado soberano, en el contexto internacional. Pérez Lo Presti aplica estas condiciones a la situación actual de nuestra Venezuela y advierte que el país está lejos de cumplirlas a cabalidad, con lo que estaríamos bordeando el Estado fallido. El autor concluye en la necesidad de repensarnos como país a la luz del corpus teórico sobre el que hemos desarrollado nuestra manera de concebir la política: el pensamiento griego.

En otro estupendo artículo, “La universidad digna”, Ricardo Gil Otaiza se queja de la pérdida de una cualidad fundamental que debería caracterizar a nuestras universidades: la de ser un semillero de ideas, el espacio por excelencia para que el pensamiento, el arte, las ciencias y la cultura desarrollen y confronten sus corrientes y tendencias. “¿Cuándo perdimos a la universidad?”, se queja el autor. Recuerda los tiempos en que la Universidad de Los Andes era “un hervidero de ideas”, uno de los focos intelectuales más importantes de América Latina. Y estas ideas eran, claro, mayoritariamente políticas y sociales. Eran tiempos duros, recuerda, la década de los sesentas, tiempos de drogas, guerrillas y revoluciones, tiempos de dura represión y mártires estudiantes caídos. Pero también eran tiempos en que muchos de los más importantes intelectuales hispanoamericanos llegaban a la Ciudad de las Águilas Blancas y quedaban prendados de su belleza. Humanistas y artistas de la estatura de Salvador Garmendia, Ángel Rama o Agustín Millares Carlo vinieron a la universidad de aquellos tiempos, y sus cafeterías, pasillos y aulas fueron lugar de entusiastas y sesudas discusiones. Estaba por nacer “el hombre nuevo”. En qué terminó todo aquello es otra historia que ya todos conocemos.

Gil Otaiza nos cuenta cómo, en un lapso de pocos años, no más de dos décadas, tanto entusiasmo se fue extinguiendo. Cómo la universidad perdió aquel impulso vital, aquel brío juvenil para dar paso a un lugar vacío, mediocre y aletargado, en el liceo grande, la lamentable fábrica de emigrantes (la expresión es mía) en que cada vez más se ha vuelto. Finalmente nuestro autor aboga, no puede ser de otro modo, por la vuelta de aquella universidad despierta, plural, batalladora, “una casa digna de sus mártires”.
Pero la universidad no es una isla, y aquí añado mi reflexión personal. No es casual el que las primeras instituciones de carácter universitario que conocemos, la Academia platónica, el Liceo de Aristóteles y las demás escuelas filosóficas atenienses hayan surgido, precisamente, en el contexto de una polis, esto es, de una comunidad políticamente estructurada. Una universidad necesita de una ciudad, entendida como comunidad política, tanto como la ciudad, esa colectividad de ciudadanos pensantes, necesita de la universidad. Aquí se hace patente la relación esencial entre polis y academia. No he visto ninguna universidad aislada en un desierto, pero tampoco conozco ninguna verdadera ciudad sin algún centro de estudios de cierta importancia. Polis y academia, para bien y para mal, están esencialmente ligadas.
Gil Otaiza se queja justamente de la banalización, el envilecimiento y el empobrecimiento de nuestra universidad en los últimos años. Habría que añadir que durante esos mismos años el gobierno venezolano se dedicó sistemática y metódicamente a destruir las condiciones necesarias para el desarrollo de los estudios y la cultura. No faltó quien señalara que, en Venezuela, el acoso a las universidades ha sido y es una política de Estado. Todos sabemos que la miseria es una sola, que no existe una miseria material y otra moral o intelectual. Durante estos años, especialmente los últimos, hemos asistido a la asfixia financiera de nuestras universidades, al ataque continuo a sus instalaciones, al saqueo de sus bibliotecas, el desmantelamiento de sus laboratorios. El resultado es éste, una universidad que languidece, profesores que renuncian, estudiantes que emigran. Una universidad que se desmorona en un país que se desmorona.
Qué duda cabe, el resurgir del país será el de sus universidades. Pero para que vuelvan el entusiasmo y las ideas, antes, los que sobrevivamos a esta tragedia y a esta oscurana tendremos que inventarnos una nueva universidad, digna de su futuro.

@MarianoNava 
@GilOtaiza
@perezlopresti

Artículo publicado por  MARIANO NAVA CONTRERAS el 26 de agosto de 2016 en el diario El Universal de Venezuela



                                                                       

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