A veces tengo la sensación de
que cada persona es una suerte de rompecabezas, cuyas piezas se encuentran desperdigadas
por el mundo. En ese ir y venir entre espacios alcanzables, sueños imposibles y
grandes recorridos a la redonda, la literatura se presenta como una posibilidad
de ir recogiendo nuestros propios fragmentos, que son susceptibles de ser
descubiertos cuando se da ese encuentro excepcional entre un lector y un
escritor que comparten intereses y afinidades.
Escritores malditos,
escritores benditos
Hay escritores que supuran a
través de sus textos. Son tan ineludibles como el sol porque en el arte
literario hay necesidad de mostrar el dolor e intentar recrearlo de manera directa.
Solemos agradecer a aquellos que escriben textos elevados, en donde las
tinieblas se pueden jactar de su propia belleza. Es fértil el campo de la
literatura porque en cualquiera de sus espacios, que es el espacio de lo humano,
se pueden construir propuestas y mostrar penas. Pero hay un área muy necesaria
en donde el escritor brilla por elementos que nos dan alegría y nos permiten
transitar senderos en donde el goce por la lectura es capaz de llegar a ser tan
alto que bien vale la pena hacer las exploraciones necesarias para descubrir a
estos maestros de la palabra escrita.
La belleza de las palabras
Puede ser a través de la
exaltación del arrojo y la valentía, como lo puede ser a través de la expresión
de manera pura y cristalina como los arroyos de la Cordillera de Los Andes. El
asunto es que hay combinaciones de palabras que alcanzan su perfección por la
belleza, tanto en el uso de vocablos como en la manera en que se van tejiendo
las ideas. De ese grupo de escritores me he enriquecido y siento que conocerlos
ha sido agua para mi molino personal con el que me suelo nutrir. De esa manera,
leo, respiro, pienso en lo que leo y soy feliz mientras suspiro. La belleza de
la palabra escrita es una especie de revelación que nos permite descifrar
enigmas cotidianos y laberintos cundidos de pequeñas trampas. De esas y otras
emboscadas podemos salir airosos si nos protegemos con las bellas letras. La
palabra también permite la posibilidad de plantearse la perfección. De esas y
otras hazañas va lo de la escritura, porque para los maestros del arte, la
corrección de cada párrafo, de cada línea, de cada oración, de cada palabra, de
cada posibilidad de musicalizar lo que se escribe, lleva implícito de manera
inexorable el chance de lograr la perfección y bien es sabido que aquellos desafíos
que se pueden materializar en algo tan puro como la idea de lo perfecto es uno
de los atractivos que más seduce a quien escribe y por supuesto, a quien lee. Lectores
y escritores danzan al compás de los gemelos siameses.
Palabras e historias que
emocionan
En ese espectro de posibilidades
que en ocasiones parecen infinitas, se escurre de manera sigilosa la peripecia
de contar cuentos cuyo fin último es relatar la historia en sí, alejada de
moralejas, ramalazos moralistas o enseñanzas que nadie está solicitando. Esa
literatura, la de la historia que se cuenta como manera de entretenimiento, es
parte de lo civilizatorio por cuanto representa el sentido más primigenio de lo
gregario, que es la capacidad de contarse cosas que sean capaces de generar
hilaridad y deseos de saber en qué termina la trama. Esa, que representa la
función de entretener y distraer, es valiosa porque personifica la fascinación
de lo humano por el relato en su sentido más puro. El relato como camino que
nos lleva a las más disímiles exploraciones y literalmente nos transporta a aquello
que hace de la palabra un tesoro incomparable que nos ha acompañado desde que
andamos hermanados en manadas.
Tocar la puerta
Ese camino, el de leer y
escribir, es en realidad una manera de practicar con soltura y ligereza el
ensayo y el error como una instancia necesaria para la vida saludable. Con la
palabra escrita, podemos escapar de tristezas y soledades y construir universos
que se van configurando de manera paralela uno tras otro, sin posibilidades de
que exista un final. Cuando vamos en busca de ese escrito que en algún sitio encontraremos,
tocaremos una y muchas veces la puerta en un intento de anunciar nuestra
curiosidad y necesidad de sorprendernos. La palabra escrita de manera artística
y con pretensiones de alcanzar la belleza tiende a ser un gran aliciente que
hace más ligeras las cargas de la condición humana y despeja los enmarañados
caminos por los que vamos a transitar. Por eso es por lo que el ejercicio de
tocar la puerta no desfallece en aquel espíritu que sabe que existe un escrito
que será bien recibido por algún agradecido lector. De esa dupla surge el
milagro que llamamos literatura, que, si lo miramos bien, es una de las muchas
formas que hemos creado para generar ilusiones en relación con todo lo que
signifique ser una persona. En todo lo que sea humano.
Publicado en varios medios de comunicación a partir del 21 de agosto de 2023.