Sigmund
Freud es una de figuras que más ha condicionado la manera de entender al ser
humano y sus vínculos con la cultura universal. Se puede estar de acuerdo o no
con su legado. Lo cierto es que forma parte de la manera en que nos comunicamos
cada día, incluyendo las expresiones coloquiales.
En mi
libro Psicología.
Lecturas para educadores (Consejo
de Publicaciones de la ULA. Reimpresión 2015), expongo mi posición en relación con
las potenciales críticas que desde lo epistémico se pueden hacer al
psicoanálisis. Pocas obras han generado tanto escándalo, polémica, rechazo y
seguidores profundamente convencidos, como las tesis del médico y filósofo
Sigmund Freud.
Lo
“psicodinámico” ya venía sembrado en la civilización desde la existencia del
mito, lo cual nos precede porque se encuentra inserto en la cultura desde que
en la misma surge lo “fantástico”. Además de que es vislumbrado, entre otros,
por filósofos relativamente recientes como Arthur Shopenhauer y Friedrich
Nietzsche. De hecho, el mismo Freud señala que muchos de sus aportes ya habían
sido prefigurados incluso en la cultura popular, como bien aclara al primer
volumen de La interpretación de los sueños, un ícono gráfico
representativo de los más relevantes textos escritos en la historia de la
humanidad.
Es
tanta la influencia del psicoanálisis en nuestra vida cotidiana, que se habla
de aquello que hacemos o decimos “sin querer queriendo”, además de que es
profusa la relación que establecemos cuando señalamos que a veces hacemos o
pensamos en cosas que se encuentran ajenas a la razón, siendo el mundo
“inconsciente” una representación que con frecuencia evocamos, incluso con
mayor convicción que cualquier capítulo de “historiografía” con la cual se nos
intenta hacer comprender el por qué y el sinsentido aparente de las cosas.
De
todos los aportes y señalamientos hacia quien ha sido denominado el padre de la
psicología moderna, sin dudas que el que más controversia genera, entre otros
motivos, por elementos de carácter
epistemológico, es precisamente la tesis del Complejo de Edipo, en la cual se apela a la tradición mitológica
para explicar una determinada propensión (pulsión) que según Freud determina la
estructura de nuestra forma de vincularnos con los demás y de aceptarnos (o
no), con toda la psicopatología que habría de acompañar al bípedo que de manera
torpe ha intentado y sigue intentando dominar la naturaleza.
No podía escapar a una de las producciones cinematográficas que más dinero ha generado en la historia de la industria del denominado “séptimo arte”, el épico final en donde el hijo y el padre se enfrentan en combate mortal, Luke Skywalker derrotado en desigual contienda por su padre biológico Darth Vader, en clara representación de la dimensión “edípica” de confrontación y eterna vinculación de amor y odio entre padres e hijos, que incluso en las aparentemente banales películas de Hollywood, así como en las telenovelas latinoamericanas, aparece y reaparece con el consiguiente impacto que lo mítico garantiza.
Desde El derecho de nacer, en la cual el joven doctor Albertico Limonta decide donar su propia sangre a Don Rafael, quien quería su muerte para evitar una vergüenza en la familia, hasta Star Wars, el asunto de enfrentamientos con elementos de carácter parricida y filicida, es una constante que hace su aparición con una frecuencia que no sólo es seductora sino que es incomparablemente escandalosa.
Para
Freud es la idea de incesto-envidia,
el elemento clave, determinante, que condiciona, marca y fija la visión del
mundo para cada uno de los que en buena lid lograron o no pudieron cerrar el
ciclo vital en donde lo edípico hace su aparición.
Edipo Rey de Sófocles, junto con Medea de Eurípides, constituye los mitos más severos de lo que se
conoce como la “tragedia griega”.
Desde
lo freudiano se ratifica que los
hombres no somos capaces de entender la realidad que vivimos, porque
no somos conscientes de ella, como no lo fue Edipo, quien en su esplendor como
rey de Tebas y esposo de Yocasta, trata de conseguir un remedio contra la “enfermedad” que asola a la
ciudad. Al investigar la muerte del rey anterior (Layo) descubre la verdad: Edipo es el asesino que él
mismo busca, Layo era su padre y esposo de Yocasta, quien es al mismo tiempo su
actual esposa y madre. Yocasta se suicida y Edipo se ciega como castigo.
En
Star Wars o en El derecho de nacer, cuando la relación de extrema tirantez hacia
lo que representa la figura parental hace su aparición, quedamos deslumbrados
como espectadores de un “teatro” que en realidad forma parte de la vida y de
nuestros más profundos temores y rechazos que han estado vinculados con la
civilización, no sólo desde lo mitológico, sino desde el seno del más
tradicional pensamiento occidental, sea para refutarlo por abominable o para
aceptarlo como una fuerza que se relaciona con el destino, que al parecer de
muchos, luce inexorable.
Publicado
en el libro de mi autoría Para todos y para ninguno y otros ensayos.
Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela.
2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario