En
cualquier plaza cercana a una estación del metro de cualquier ciudad
latinoamericana nos podemos encontrar a
un venezolano tratando de ganarse la vida. Vendedores ambulantes de arepas
rellenas con carne mechada, empanadas de pabellón criollo, patacones con los
mejores plátanos seleccionados o la más fina hallaca, forman parte de la
urbanidad de las principales capitales. Por la forma de caminar y la
deslumbrante belleza, las venezolanas impresionan en cualquier lugar en donde
intentan salir adelante. El buen tono y la ligereza en el hablar marcan lo
masculino. “-Los venezolanos son de sangre
ligera”, es la consigna que en muchos casos califica
nuestro gentilicio.
Mientras
caminaba por una calle cercana a una plaza contigua a una estación del metro de
una ciudad suramericana, atareado por diligencias por hacer y compromisos por
atender, me detuvo la maravillosa voz de una jovencita cantando “-La vaca mariposa”. Era la señal de una joven
educada en una academia de música que acompañada de dos muchachas más, una con
un cuatro y otra con un violín, interpretaban la famosa canción de Simón Díaz y
literalmente le quebraba el alma a cualquiera.
Era
por demás emotivo ver cómo cada venezolano que pasaba caminando frente a ellas,
tropezaba al escuchar tan bello canto y sin disimulo, las lágrimas le rodaban
por las mejillas. El llanto al escuchar la insigne canción era un motivo que
hundía en una nostalgia visceral a cada oyente. No pude evitar sentir gran
emoción al ver a esas tres muchachas, cantando en la calle a la espera de
algunas monedas que los transeúntes le arrojaban en una pañoleta sencilla que
habían colocado frente a ellas.
Parecían
recién arribadas, y la sensación de susto y gallardía estaba a flor de piel en
cada una. Trigueñas tipo color de mi tierra, tenían una mirada que emanaba
alegría y parecía como si estuviesen viendo a lo lejos, a muchas leguas de
distancia, por no decir que eran visionarias del futuro de un país que ha
puesto su brújula en un talento que va cundiendo a lo ancho y largo del
planeta. Desde profesores de educación física en Noruega hasta latoneros en
Quito.
Lo
cierto es que me emocioné al punto de que coloqué con delicadeza las monedas
que cargaba en el bolsillo y sin que dijese que era venezolano, las tres
jóvenes en coro, me dijeron: “-Que Dios lo bendiga,
paisano”. Me quedé pensando cómo se dieron cuenta que era del mismo origen y
apurando la marcha, me dirigí al metro. No terminaba de llegar al final de la
escalera eléctrica cuando me percaté que le había dado todo el dinero que
cargaba en el bolsillo y sin más, me había quedado sin un centavo para pagar el
tren. Entonces pensé que lo “botarata” no se me ha quitado y en vez de
calderilla, les había dado a las chicas esa cantidad por ser venezolano y no medir
el dinero, pues así soy, y entiendo la vida por haber nacido en el país más
rico de la tierra, que por extraña desventura se encuentra pasando por una
situación compleja.
Me revisé
hasta lo más profundo de cada bolsillo del pantalón y la camisa y nada que
tenía la cantidad suficiente para pagar el boleto del metro. Por un segundo
pensé en pedirle la devolución de las monedas a las muchachas, pero fue un
pensamiento tan raro que desapareció de golpe. Miré el mapa de la ciudad en una
cartelera de la estación y si me iba caminando, tardaría unas cuatro horas y me
atraparía la profundidad de la noche.
Sin más
por decidir, me dispuse a caminar, cuando una pareja de ancianos se me acercó
con una sonrisa de oreja a oreja. Con timbre y tono de voz sureño me explicaron
que se habían detenido a ver a las muchachas venezolanas cantantes, las cuales
se ubican en ese mismo lugar al caer la tarde de cada día desde hacía varias
semanas, que vieron cuando les coloqué las monedas en el paño y que caminando
despacio, me alcanzaron en el metro y se habían dado cuenta que me había
quedado sin dinero.
Con la
mayor amabilidad me compraron un par de boletos y me felicitaron por mi
generosidad. El viaje largo con el par de abuelos me permitió enterarme que
habían vivido en Venezuela por allá en la década de los setenta, como
consecuencia de los jaleos políticos de sus países y me invitaron a visitarlos
el fin de semana para prepararme unas arepas que tienen a bien hacer como
costumbre heredada de una tierra que fue amable con ellos.
De
generosidad en generosidad vamos tejiendo una maraña de solidaridad entre
quienes pasan por la penuria de perder su nación y sentir que pueden ayudar a
otros a reencontrar su camino. Ahora tengo un par de amigos en un país
latinoamericano cualquiera que se preocupan por mí y yo por ellos, en un acto
de infinita bondad que reconcilia a cualquiera con el género humano.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 20 de marzo de 2018.
Enlaces:
http://www.elcolumnero.com/criterio-lectores/cantos-urbanos-por-perezlopresti
http://www.opinionynoticias.com/internacionales/32169-perez-lo-presti-
Twitter: