martes, 26 de noviembre de 2019

Entre dos polos

Mientras cruzaba el Puente Internacional Simón Bolívar, como muchos otros venezolanos,  buscando mejores posibilidades de vida en otros lugares, gente de buena voluntad nos esperaba al otro lado de la frontera para ofrecernos un plato de sopa y una manta. Una sola muda de ropa (la que cargaba puesta) y una mochila en la que llevaba  los documentos legales de rigor, fueron los pertrechos que me acompañaron ese día, el cual solo era el comienzo de una infinitud de situaciones singulares, no ajenas a los peligros de rigor, que me permitieron terminar sentado frente al computador, escribiendo este texto.


De las vicisitudes, los viajes, los riesgos y las carencias vividas en mis últimos años de existencia, intentaré escribir en otros espacios. Por lo pronto la “gastronomía del ojo” acapara mi interés. Lo que veo y escucho cada día, en cada uno de los escenarios que me circunscriben acapara mi atención. Es difícil abstraerse por completo de las circunstancias, por más que cultivemos el placer de tratar de vivir lo mejor posible cada día. Ser migrante requiere de una voluntad y disciplina en la que no es inusual desfallecer.

Entre rivales

Habiendo experimentado en carne propia, durante la mitad de mi existencia, lo que conlleva el hecho de que una sociedad se polarice en bandos confrontados, algunas experiencias ajenas me son tan propias que es inevitable caer en el lugar común de sentir que estoy viendo la misma película por segunda vez. En estricto rigor, se trata de una auténtica estafa propia de la vida que a algunos nos ha tocado vivir. El tener que lidiar no una sino dos veces con la misma muralla de dificultades pareciera un producto solo concebible en una mente macabra, de un teatro de horrores con situaciones tragicómicas.  Eso tiene dos vertientes que generan pesadumbre: 1) Por un lado el sentir que ya sabemos cómo termina todo y lo otro: 2) El intuir lo que cada uno ya va a pensar y/o decir. Toda una pesadilla.

En realidad las sociedades están conformadas por multiplicidad de individuos que llevan a cuesta sus prejuicios o taras intelectuales, las cuales se disparan como un resorte en el instante en que una situación propia a la dinámica con los demás active su sistema de creencias, siempre matizado por las cosas positivas y negativas que conforman su percepción de las cosas.

En el momento en que una persona sienta vulnerado sus intereses personales, lo más probable es que deje de apoyar cualquier causa social, por más justa que parezca. En el momento en que sean vulnerados los derechos de otros y en el mundo interior del sujeto se active el revanchismo, el resentimiento, el complejo de inferioridad y la sensación de minusvalía, es bastante probable que se termine por aupar las más oscuras posiciones, como avalar estrambóticas formas de violencia o alegrarse por el sufrimiento ajeno.
Es la parte más oscura del sujeto la que aparece cuando se toman posturas lejanas a estar matizadas y se cae en el piloto automático del fanatismo. Es la historia del ser humano repetida al infinito una y otra vez.

El equilibrista

Si se quiere cultivar una posición medianamente objetiva en un contexto que tiende a dividirse en bandos enfrentados, se está haciendo todo el tempo un ejercicio de equilibrista del más alto nivel. El que se intenta mantener en una posición razonable, verá las embestidas de las posiciones más alocadas y carentes de juicio. En ocasiones haremos mutis porque sería un sinsentido expresar abiertamente lo que pensamos en un contexto de enloquecidos; en ocasiones solo expresamos lo que hemos vivido, sin ánimos de generar polémica, solo con el deseo de compartir la experiencia de vida.

Lo cierto es que es muy difícil construir. Destruir, por el contrario, requiere de poco tiempo. Lleva muchos años crear una sociedad unida en su esencia con personas remando hacia el mismo lado. En cuestión de horas un pueblo se puede fragmentar en sus cimientos. He vivido y vuelto a vivir la polarización de una sociedad, que traía odios y rencores mitigados a cuesta y en un abrir y cerrar de ojos, vemos cómo se pulverizan sueños y expectativas colectivas, al igual que aparecen los idearios más recalcitrantes, con el peso que lleva consigo el deseo de aplastar al otro.

Desde arriba

Aristóteles preconizaba la idea de intentar posicionarse en justo punto medio y ver la totalidad de lo que ocurre como si fuese una gran torta. Dos siglos y medio después, algunos tratamos de hacer el ejercicio filosófico de intentar mirar la totalidad y plantarnos desde arriba, mientras vemos con nuestros ojos cómo lo humano pareciera no haberse desarrollado tanto como preconizamos. La violencia, expresada en todas sus formas, nos sigue acompañando.

Lo bueno de lo malo es que, independientemente de lo que ocurra en nuestro entorno, podamos impedir envilecernos. Si nos salvamos de eso, estaremos en una posición tan elevada, que bien habrá valido la pena haber transitado por caminos tan torcidos.


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 26 de noviembre de 2019. 

domingo, 17 de noviembre de 2019

Entre la moda y la furia


Hay personas que son tan tristes que lo contagian. Lo mustio los identifica. Hay personas que son tan alegres que lo contagian. El entusiasmo los identifica. Lo mismo pasa con las sociedades.


Existe una manera de ser y entender la vida que configura lo que llamamos identidad. La identidad puede ser abordada desde el punto de vista individual (identidad del sujeto), colectivo (identidad grupal) o extenderse a grupos poblacionales más amplios (identidad social). La interpretación de lo que somos y aquello que nos circunscribe en relación a la vida y al espacio que ocupamos (algunos usan el rimbombante término de cosmovisión), hace que seamos diferentes dependiendo de dónde seamos. De las cosas apasionantes de la vida es tener contacto con pueblos cuya identidad es distinta a la nuestra y hacer el ejercicio intelectual de tratar de comprenderlos.

Dirigiendo miradas

Si no pasamos la página de lo ocurrido en el pasado, viviríamos en un foso al cual recurrentemente volveremos. Por eso el olvido es una función mental propia de cualquier sujeto sano. Tratar de no vincular el pasado con emociones negativas y ser lo suficientemente fuerte para seguir adelante es el desafío de cualquier sujeto o sociedad robusta. Estarse lamiendo las heridas de lo pretérito es fuente de deseos de revanchismo y potenciales venganzas. Algunas sociedades quedan atrapadas en ese oscuro pasado que las persigue y otras son más pragmáticas, lo superan y siguen adelante.

Los grupos humanos que están motivados para avanzar parten de una situación de carencia, donde el sujeto no posee lo que busca o anhela. Se orientan a un fin futuro y se tienden a satisfacer metas concretas, las cuales, se supone, van a eliminar la carencia inicial. El problema es cuando se alcanza la carencia y esto no satisface al sujeto. Se genera una sensación de contrariedad. Si el sujeto no queda satisfecho al satisfacer la necesidad inicial, se genera una terrible y paradójica sensación de pérdida y desolación.

Toda motivación tiende a generar tensión y una vez alcanzada la meta es imprescindible generar un nuevo fin o de lo contrario el ser tiende a plantearse nuevos asuntos. La tendencia a la problematización de la vida es propia del ser humano. La minimización de la problematización de la existencia y el tratar de ser resolutivo es sinónimo de felicidad. Una sagaz mirada política debería visualizar estos preceptos.

Psicología política

Hay una dinámica propia en la psicología de las masas, que independientemente de los intentos por tratar de inducirla, no siempre responde a las expectativas que unos y otros tenemos. Los liderazgos trascendentes de la historia son aquellos que han tenido la intuición para adelantarse a los inexorables cambios que son consustanciales con el devenir de la humanidad y han ofrecido las respuestas que han permitido la satisfacción de las expectativas de grandes mayorías. La capacidad de predictibilidad es el arte de ejercer cualquier liderazgo y de hecho es la esencia del animal político. El verdadero líder es el que va dos pasos adelante del resto y crea una agenda que permite mitigar frustraciones y debilidades al anticiparse a las necesidades colectivas.

Es normal que en cualquier sociedad se aspire a vivir mejor y sería necio no aceptarlo. La tendencia al inconformismo es natural, pero se hace más evidente en unas realidades que en otras. El ideal de progreso va de la mano con cualquier espíritu sano.

Superficial como estilo

Hay gente banal. Es su esencia ser superficial, plástica y vacua. Al ser vacío, el ser entra en conflicto consigo mismo. En la enorme dificultad por tratar de componer su vaciedad, tiene solo tres maneras reactivas de defenderse: A través de la tristeza, el miedo o la rabia. No es raro que se mute de un estado a otro y de una tristeza agazapada y de manos con la sensación de vacío, surja la rabia, que se transforma en furia indómita y en conductas extremadamente violentas. Las personas con una tristeza mantenida en el tiempo tienden a desarrollar un narcicismo tan poderoso que consideran que el mundo gira alrededor de sus miserias. Si esto lo multiplicamos por miles y miles que comparten el mismo sentimiento, se genera un caldo de cultivo en donde nacerán los más contrariados sentimientos y las más controvertidas conductas.

Lo superficial (o banal) de por sí podría ser incluso algo meritorio y loable que da sentido a la existencia de muchos. La moda es un ejemplo de cómo lo banal se puede transformar en algo creativo. Lo potencialmente maligno de lo banal es cuando se acompaña del sentimiento de derrota. Entonces se convierte en una bomba de tiempo que se transformará en odio y el odio es una fuerza tan poderosa que si se implanta en una sociedad se hace muy cuesta arriba poderlo erradicar. El odio es una manera de conducirse desde lo triste de la existencia y representa el máximo triunfo autodestructivo de la depresión emocional de cualquier conglomerado.




Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 24 de diciembre de 2020. 
 




domingo, 10 de noviembre de 2019

De ciclos y otros escenarios




-¿Qué estabas haciendo el día que tumbaron (o “cayó”) el muro de Berlín?, es la pregunta de sobremesa de cualquier persona que tenga edad suficiente para recordarlo. A fin de cuentas solo han pasado treinta años de ese hecho histórico.

En lo particular recuerdo que los grupos comunistas y aquellos tendientes a preconizar el ideario de “izquierda”, se quedaron sin argumentos para explicar o darle forma a lo que estaba ocurriendo. Por su parte el pensamiento liberal y particularmente el liberalismo más clásico, habían conseguido ¡por fin! señalar que el camino inequívoco al cual debía transitar la civilización había quedado más que marcado. Creo que en el mundo contemporáneo, contrario a otras épocas, tres décadas es tiempo suficiente para intentar hacer el ejercicio intelectual de plantearse que se trata de un ciclo en el cual quedaron claras ciertas cosas que por la ceguera propia que implica vivir en un tiempo en particular, es difícil precisar.

La ceguera histórica

El hombre difícilmente puede llegar a entender el tiempo en que vive. No lo puede entender precisamente porque lo está viviendo y sus prejuicios lo obnubilan. Es casi imposible disociar la capacidad de pensar con los sentimientos y ese vínculo que se establece entre el intento de comprender las cosas (lo racional) y las emociones con las cuales las tratamos de entender (lo afectivo), es muy difícil de separar.

Tampoco puede entender el tiempo pasado, porque no lo vivió. La historia, que en realidad es historiografía, o registros de los hechos históricos, es en el fondo una profunda tergiversación de lo que aconteció en tiempo pretérito y sobre lo cual, por no haberlo experimentado, lo manejamos mentalmente como ajeno a nuestra realidad. La asumimos con la misma capacidad de falsear el presente, con el agravante de que ni siquiera lo hemos experimentado.

La fórmula mágica

En un intento de dar explicación a las cosas, recurrimos a los idearios cuando no al pensamiento utópico. José Ortega y Gasset señalaba que pensar en “izquierda” y “derecha” eran expresiones de hemiplejía mental. Por mi parte, creo que son reduccionismos atávicos y formas de expresión rudimentarias que no comparecen con los tiempos en que vivimos. Pronunciarse en términos de “izquierda” y “derecha” son expresiones contrahechas de dinosaurios intelectuales, como quien entiende la vida en sociedad alegando que existe un sistema capitalista enfrentado contra un sistema socialista. Son pobres formas de entender la compleja realidad humana y los cambios propios de cualquier tiempo. Se suponía que con el fin del muro de Berlín y sus implicaciones, íbamos a desarrollar sociedades más armónicas sin los eternos fantasmas de pasado. La realidad refuta a las ideas.

El comienzo de la historia

Menos de la mitad de los países de la tierra tienen sistemas democráticos como forma de convivencia. Muy por el contrario, en estos treinta años las democracias del planeta tuvieron su auge y ahora experimentan claras debilidades. En algunas regiones se podría cuestionar si son más los problemas o las soluciones a las cuales puede responder un sistema democrático. Quienes nos sentimos demócratas y aupamos esta forma de gobierno, nos parece una calamidad que esto esté ocurriendo, porque es regresar una y otra vez a Maquiavelo. El Príncipe es el libro de cabecera de cualquier persona que se interese en asuntos propios de la vida en sociedad y es una mengua no atender a sus enseñanzas. El eterno retorno a Maquiavelo pareciera ser la consigna de quien aspire a ocupar cargos de poder en el enmarañado siglo XXI.

Una cosa son las ideas, algunas veces simples ideítas prefabricadas y otra completamente distinta el ejercicio de gobernar. Son tiempos para monstruos políticos y no para hombres con mansedumbre espiritual. Numerólogos, estadísticos, periodistas, estrellas de la farándula, deportistas y ahora las redes sociales, tratan de imponer sistemas de creencias sobre la gran masa humana. En cuestión de horas una persona con influencia en las redes sociales, de pocas luces y amoralidad como norte, puede hacerle la vida cuadritos a cualquier político de la contemporaneidad. Es la politización de la vida en sociedad por parte de la chusma “opinadora”, haciendo tambalear estrategias y posturas en torno a los planes de quienes deben ejercer la imprescindible conducción de los pueblos.

Los políticos exitosos y trascendentes que se han venido aglutinando después de la caída del muro de Berlín tienden a ser de corte brutal, liderazgo cercano a lo animal, comportándose como líderes de manada con claras tendencia a la megalomanía y el narcicismo. Las sociedades se rinden ante estos perfiles y lejos de tender al equilibrio, tienen como fórmula para alcanzar el poder la inducción de la polarización de las sociedades o la eliminación física de cualquier potencial enemigo. A treinta años de la caída del muro, el escenario actual no era lo que se había previsto.




Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 12 de noviembre de 2019. 

domingo, 3 de noviembre de 2019

El malestar del equilibrio



Era un diciembre cuando de manera afable, un grupo de amigos chilenos me invitó a cenar. Después de unos cuantos tragos de vinos espumantes y alardes de buen gusto y mejores maneras, me explicaron por qué los venezolanos, apostando al estatismo enfermizo y la poca capacidad de aupar la economía de libre mercado nos merecíamos la tragedia que estábamos viviendo. Estructuralmente tendientes a lo numérico, me explicaban el enorme producto interno bruto que tiene el país austral y la manera efectiva en que lograron disminuir la pobreza. Como tiendo a ser aplomado, escéptico y tengo la calle en las venas, trataba de disfrutar las buenas bebidas que me ofrecían.

Etnocentrismo negativo

El etnocentrismo es la actitud del grupo, raza o sociedad que presupone su superioridad sobre los demás y hace de la cultura propia el criterio exclusivo para interpretar y valorar la cultura y los comportamientos de esos otros grupos, razas o sociedades. Una de las cosas que he vivido en carne propia es aprender a escuchar la suciedad (inmundicia) de la calle. Ajeno a lo virtuoso, lo vulgar es la genuina representación del alma socavada de los pueblos. En el sentimiento marginal se halla la riqueza cultural de una parte invaluable que conforma la identidad de una nación. La clase media, a fin de cuentas, mantiene más o menos el mismo discurso en todas partes. Viví la autocrítica destructiva y malsana de los venezolanos clase media de los años 90 del siglo pasado y conozco los resultados de ese proceso social. Nos mataba el etnocentrismo y aspirábamos a ser el mejor país del mundo. Recuerdo que en cualquier conversación se decía que si los japoneses esto, que si los japoneses lo otro. Era la Venezuela etnocentrista que se consideraba lo peor y potencialmente, a la vez, lo mejor del mundo. Ese mismo discurso lo he escuchado en cada chileno con quien he compartido sobremesa. La queja como forma de conducirse es parte de nuestra estructura cultural. Creernos el sucio e inmaculado ombligo del mundo simultáneamente.

Pobrecito Ícaro

En la mitología griega, Ícaro tenía unidas con hilos las plumas centrales de sus alas y con cera las laterales. Se le advirtió que no volase demasiado alto porque el calor del sol derretiría la cera ni demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría las alas y no podría volar. Cuando Ícaro comenzó a ascender, contrariando lo aconsejado, el quemante sol derritió la cera y las alas se desarmaron. Murió al caer al mar. Los procesos de ascenso social en América Latina una y otra vez se tropiezan con los mismos problemas. Países exportadores de materias primas, dependientes de los precios que establecen las demandas de los mercados, pareciera que existiese un techo de desarrollo que no se podrá superar. Quieren seguir ascendiendo en la natural escala de aspiraciones humanas sin tener con qué, a la par de intentar implementar modelos utópicos fracasados. Con poca capacidad de generar sus propias ideas, las antiguas formas de pensamiento rígido y encapsulado no dejan de resucitar.

El maldito equilibrio

Los seres humanos, en general, no somos muy dados a manejar el equilibrio como forma de conceptuar la vida. Creemos que se es inerte cuando logramos estar equilibrados y tendemos a romper esta dimensión. En los bolsillos cargo calderilla y billetes. Tiendo a pagar en efectivo y al contado y si bien le debo demasiado afecto y solidaridad a mucha gente, no le debo ni un centavo a nada ni a nadie. Oriundo de las montañas, aprendí a pagar las cuentas con dinero contante y sonante desde que tengo memoria. La primera vez que fui de compras en Santiago, el vendedor no podía entender por qué iba a pagar todo de un tajo en vez de hacerlo en una docena de cómodas cuotas. Tal vez mis niveles de aspiración en lo que respecta al confort son bajos y mi estatus lo tengo claro: No necesito demostrarle nada a nadie. Las maneras como se endeuda la clase media chilena no tienen comparación con otras sociedades que haya conocido. Lo digo como trashumante, mochilero, trotamundo y taguarero. Aspirar a tener más sin tener lo suficiente, conlleva a endeudarse en una espiral de la cual es casi imposible salvarse y la bancarrota tiende a ser el derrotero. Doblemente condicionados por nuestras pulsiones y lo aprendido, la falacia del libre albedrío es la excusa culposa culpante para explicar las deudas. Las sociedades de consumo esclavizan al ciudadano que aspira a verse mejor que los demás.

Relaciones peligrosas

Cuando, en términos marxistas el lumpenproletariado y la pequeña burguesía se ensamblan, se genera una bomba que tarde o temprano estalla. Si la clase media aplaude la barbarie que grupos delincuenciales realizan, se comienza a generar una bola de nieve de resultados impredecibles. El “caracazo” edulcorado por la inteligencia venezolana de la época, trató de dar las explicaciones más sesudas y contrahechas a lo delincuencial. Lo peor de sentir que las cosas se repiten es que anticipamos los resultados.



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 05 de noviembre de 2019.