El
escritor británico Graham Greene escribió una obra maestra de la literatura
universal titulada El poder y la gloria,
siendo su protagonista un sacerdote cundido de infinitud de defectos, el cual
es perseguido por los gendarmes mexicanos en la época conocido como la Guerra
Cristera, en la cual el anticlericalismo
fue política de Estado en el país del norte de América.
En
esta novela, el cura es un hombre que representa simultáneamente lo maltrecho
de la condición humana con la santidad propia de las acciones que realiza. Hay
una descripción particularmente perfecta en donde el religioso está tratando de
tomar vino (uno de sus excesos), cuando aparecen sus perseguidores. La escena
literaria no puede ser más inquietante, pues el sacerdote ve cómo brindis tras
brindis por parte de sus enemigos, el vino va desapareciendo ante sus ojos. Tal
vez la última oportunidad de experimentar un tanto de placer en esa desolada
tierra mexicana donde lo violento y lo sublime han ido siempre de la mano.
El
autor británico genera una atmósfera intensa que hace de El poder y la gloria una obra excelsa que conjuga el inmaculado
arte del escritor con la idea de la relativización de la moral. Además, es de
gran interés la propia vida del autor británico, desde su faceta artística
hasta la política, incluyendo el espionaje; habiendo inspirado a varios de los
exponentes del boom latinoamericano.
Es
difícil que esa escena no haga su aparición de vez en cuando entre quienes
alguna vez tuvimos oportunidad de tener acceso a ciertos placeres propios del
hombre que merece un nivel de confort y bienestar por la jornada de trabajo que
realiza. La posibilidad de degustar de un buen vino, luego de una conversación
con el maestro Alberto Soria o experimentar los consejos del maridaje (arte de
combinar comida y vino) del chispeante Miro Popic, cuando de paella se trata.
El estrenar un par de zapatos, el poder comprar un texto con tapa dura en una
librería que ofrezca novedades, la adquisición de un nuevo computador, un
teléfono acorde con el avance tecnológico o la posibilidad de hacer un viaje al
extranjero con el fin de relajarse un poco ante las tensiones de la vida. Nada
raro para cualquier persona que viva en una sociedad medianamente equilibrada
en donde lo placentero va de la mano con el concepto de trabajo, pero
absolutamente imposible para un venezolano trabajador del siglo XXI,
dependiente de un salario.
En
la Venezuela del presente, lo que enriquece el espíritu pareciera haber caído en el foso de las reminiscencias y la
lucha por adquirir comida ocupa el primer plano de nuestras vidas. Nunca había
escuchado tantas veces que las personas se hiciesen eco de la ya célebre
pirámide de Abraham Maslow, alegando que la nuestra es una sociedad que no pasa
del primer nivel de la misma, en donde a duras penas podemos, “si tenemos
suerte”, satisfacer algunas necesidades fisiológicas, como alimentarnos.
Hace
poco, un colega a quien su automóvil dejó de funcionar por falta de
posibilidades de hacerle el respectivo mantenimiento regular, luego de pedirme
que lo dejara en un lugar de la habitual ruta donde conduzco todos los días mi
ya destartalado Chevrolet, se asombró por el equipo de sonido que tengo (un Mp3
Sony de 2006). Lo triste no fue que se entusiasmara con el equipo ya pasado de
moda, sino que se le desbordaron sin empacho las lágrimas cuando escuchó la
impoluta trompeta de Louis Amstrong interpretando Heebie Jeebies.
-“¿Todavía
escuchas jazz, Alirio?... yo ni eso”- dijo con voz aterradoramente mustia,
mientras el vozarrón de Amstrong ocupaba todos los espacios del universo.
La
joya musical West end blues luce siempre
lacónica, creando el contexto musical perfecto para cualquier venezolano que
sea amante de la melodía, pero particularmente si lo es del jazz, género
musical de elevadísimo nivel artístico, cuya preponderancia en el alma de los
amantes de lo melódico es sinónimo de buen tono y necesidad de cierto
languidecer que nos haga acompañamiento, así como las jugarretas de Louis
Amstrong cuando une trompeta pura y dura y contraste de voces construyendo la
sinfonía redonda llamada Tight like this:
Simplemente sublime.
El
sacerdote de El poder y la gloria se
apega a lo mundano y a aquello que lo hace defectuoso pero le genera placer. Es
así como Graham Greene describe: El
cura siguió farfullando: -“El cielo está
allí donde no hay jefes, ni leyes injustas, ni soldados, ni hambre. Vuestros
hijos no mueren en el cielo”.
Mientras
de fondo escucho al gran maestro de la música universal haciendo una especie de
remate de virtuosismo cuando interpreta Mahogany
hall stomp… me paso de lo previsto y por descuido (en realidad por estar
concentrado en la excepcional música) no dejo al colega donde me había pedido.
-“Gracias por el aventón, profesor. Ojalá que no le roben el equipo”- me dice
al bajarse de mi carro- y sigo la marcha, pensando que a pesar de todo, “por
ahora” nos queda el jazz.
Publicado
en el diario El Universal de Venezuela el 14 de marzo de 2017
Ilustración: @odumontdibujos