Como
necesidad recurrente, es propio de lo humano tratar de dar sentido a las cosas.
Incluso hay una escuela de psicoterapia llamada logoterapia, de carácter
existencialista, en la cual se intenta explicar el sentido de la vida desde el
padecimiento del sufrimiento, particularmente su potencial utilidad. Entendiendo
el sufrimiento como algo que debe tener algún sentido, más cuando condiciona la
manera en que a muchos les ha tocado enfrentar o conducir predominantemente sus
vidas. La vida sin sufrimiento no existe y de ahí que la ontología y el
sufrimiento son una dupla inseparable que siempre va a dar qué pensar y tiene
en Víctor Frankl a uno de sus más importantes exponentes. En ese orden de
ideas, ha surgido infinitud de futurólogos que, como maestras de escuela, ya
adelantan lo que pudiésemos considerar “el legado del virus”.
El
legado de Coronavirus
Como consecuencia
de la recesión económica que va de la mano con la pandemia, se perfila un
tiempo en el cual el grito de “sálvese quien pueda” ya comienza a retumbar. La
supervivencia se hace prioritaria, independientemente de los recursos o métodos
que se usen para lograrla. Es difícil establecer una ética de la recesión
económica, sobre todo porque habría que tratar de hacer una ética del hambre y
en el siglo XXI, no era esperable que apareciera una pandemia como hace un siglo
apareció la gripe española. A mi juicio, dada la necesidad de sobrevivir, el
aprendizaje será potencialmente predecible, en donde la ruindad, la mezquindad
y la poca capacidad de empatizar podrían salirse con la suya.
Es
básico tratar de sobrevivir cuando las circunstancias son apremiantes y desbordan
las posibilidades de sortearlas. El miedo, la lucha y la huida siguen siendo
las tres respuestas ante lo adverso, en este caso
microscópico. Las tres potencialmente están ligadas con el lado abominable de
lo humano.
La paradoja del regreso al pasado
Hoy,
en la prensa, el titular era que ya habíamos superado el millón de muertos por coronavirus
a nivel mundial. Cifra poco alentadora en un siglo que se jacta de sus avances
tecnológicos, los cuales a todas luces son más atinentes a exaltar un alarde de
vaciedades y temas volátiles en donde occidente hace pompas de una baja
capacidad de aspirar cosas mejores para lo humano. Pareciera que va ganando la lidia
ciertas exaltaciones perversas, además de hacer ostentación pública de cosas
íntimas que no deberían interesar a gente ocupada.
Se
regresa escandalosamente al pasado en el sentido de depositar la esperanza de la
lucha contra el coronavirus en el desarrollo de una vacuna que no llega, lo
cual es literalmente volver al siglo XVIII y retomar el camino de Edward Jenner,
“el padre de la inmunología” y el descubrimiento de la vacuna contra la viruela
y los posteriores avances en relación con la vacunación que hace Louis Pasteur
en el siglo XIX. Nada contemporáneo. Se regresa literalmente a los albores de
cosas demasiado básicas sin tener resultados contundentes y mucho menos
expeditos.
Lo
otro llamativo de todo esto que ocurre con relación a la pandemia es el fracaso
de la implementación de políticas de prevención desde el inicio de la propagación
del virus (uso de tapabocas, lavado de manos y distanciamiento físico). En este
punto es notable que sigamos viendo a los que lideran el mundo haciendo
apología a controvertir el sentido común.
Además
de lo anterior, se apuesta al nosocomio como recurso salvador. Triunfa
nuevamente lo más depurado de la medicina occidental y las naciones se ven
volcadas a invertir cuantiosas sumas de dinero en unidades de cuidados
intensivos y ventiladores mecánicos. Gana la medicina occidental con su modelo
hospitalario y desarrollo de vacunas, mientras se distorsiona la prevención
temprana como elemento que perfectamente pudo limitar el daño.
No
puede sonar sino como falta de sesos que en importantes centros de salud del
mundo se le pidió al personal que no utilizase implementos de protección
personal, porque podía crear caos entre los ciudadanos. El nivel de esta
irresponsabilidad no tiene límites.
La esperanza vence
La
esperanza es un mecanismo de defensa que tiene ciertas complejidades. Es una
mezcla de otros mecanismos de defensa que van desde la negación hasta la
sublimación. Necesariamente el ser humano se tiene que aferrar a ella o de lo
contrario la vida no tendría sentido. De ahí que hay una esperanza que atañe al
día a día y facilita las relaciones con lo circundante, permitiendo que el ser
humano sueñe con un mejor porvenir. Además, la esperanza se vende como paquete
de doble cupón y a los que nos les va bien por los lados de acá tienen al más
allá para reconfortarse. Si en esta vida no se les dio las cosas como
potencialmente aspiraron, les queda la idea esperanzadora de la trascendencia.
Si no es en este mundo, será en el que sigue, dirá el hombre de fe. La
esperanza vence porque sin ella quedaríamos enceguecidos por tantas cosas que
nos rodean.
Publicado
en el diario El Universal de Venezuela el martes 29 de septiembre de 2020.