"Para todos y para ninguno" F.N. - El Blog de Alirio Pérez Lo Presti - Twitter: @perezlopresti Instagram: perezlopresti
miércoles, 25 de octubre de 2017
La ¿implosión? de la “unidad”
martes, 24 de octubre de 2017
Eternas amistades
Hay cosas de él que por prudencia no pregunté y un halo de misterio lo cubrió siempre. Era viudo y vivía con su segunda esposa y por lo que entendí, probablemente ni se llamaba como me dijo y tal vez vivía en ese pueblo escondiéndose de alguien o de algo. Mas la muerte de su hijo fue de manera progresiva mitigada por las largas conversaciones, las infatigables partidas de ajedrez o los rituales de los viernes en donde el buen ron hacía que las palabras se soltasen con frescura. Su aindiada esposa lo atendía en una especie de ritual de excesivos esmeros y la cara de ella se alegraba poco a poco conforme me integraba a la dinámica propia de esa vida en la cual terminé por ser un hijo adoptivo.
Ilustración: @Rayilustra
El día de la raza humana
El calor de las luchas políticas de estos días hizo que pasara muy por debajo de la mesa un tema de carácter recurrente en el pensamiento venezolano, que en la actualidad ha terminado por plantearse de manera interrogativa: ¿por fin qué es lo que se conmemora el día 12 de octubre?
La fecha ha pasado a ser tema de infinitud de debates, siendo incalculable la tinta vertida alrededor del mismo asunto, lo cual ha hecho que se asuman dos posiciones de manera antagónicas que tienden a la polarización y a distanciarse cada vez más. Por un lado están los que de manera radical manifiestan que la conquista es un genocidio realizado por los españoles contra los indígenas que generó los más condenables actos de barbarie en contra de los denominados pueblos “originarios”. A esta condena se debe dar una especie de juicio moral de reproche institucional, y la fecha, lejos de ser vista como una celebración, es un duelo que debe generar una especie de auto-castigo infinito.
Por otra parte, y en el otro extremo, asoman sus ideas quienes argumentan que, a partir de la llegada de Cristóbal Colón a América, ocurre un acto de carácter civilizatorio en el cual los españoles nos dejan como mejora el idioma, la religión y muchos otros importantes legados culturales, sin los cuales no existiría Latinoamérica como un centro de pobladores civilizados. Se asume la posición de que se debe celebrar el día y se agradece le gesta conquistadora como un acto de lucha contra la barbarie.
Mantengo la idea de que ambas posturas tienen planteamientos inadecuados. Si bien es cierto que toda gesta conquistadora lleva en su sino la crueldad de la violencia, no menos cierto es que somos consecuencia directa de ese proceso de carácter cultural en el cual mis antepasados indígenas, mis antepasados negros y mis antepasados blancos confluyeron al punto de crear una tipología de ser humano de la cual formo parte. En sangre, sudor, lágrimas y semen revueltos es lo que en definitiva se viene a convertir ese extraordinario acontecimiento representado por la creación de una forma de ser y entender la vida que es el pertenecer a América Latina.
De ese origen en el cual confluyeron las más increíbles diferencias genéticas y culturales venimos y ese origen precisamente es el que nos marca como pueblo. Nuestra cosmovisión parte de esa raíz y lo bueno y lo malo que tenemos como ciudadanos nace de esta primigenia manera de construir lo que somos: la consecuencia del más insólito mestizaje en el cual absorbimos de tres grandes troncos culturales nuestras asombrosas características.
En Venezuela, la situación genera más desconcierto por razones que siempre son necesarias recordar: en otros países de Latinoamérica el mestizaje no fue tan pronunciado como en nuestra nación, lo cual hace que las tipologías entre grupos étnicos sean más marcadas. El caso venezolano debe ser una inédita expresión de mezcla de razas sin parangón en la historia de la humanidad. Todo esto hace que el desarrollo de una conciencia acerca de nuestra historia tenga un carácter emocional que en ocasiones tiende a la histeria y exaltación de las pasiones. Nuestra historiografía cuenta con esa marca febril que impide ver el pasado con cierta objetividad.
Por mi parte creo que el 12 de octubre es un día de fiesta en donde se celebra nuestro origen. Esa raíz debe ser motivo de jactancia, siendo pobre el favor que hacen los que crean la maliciosa postura de plantearse el asunto del pasado como una desgracia. Que el mismo tenga la marca de Caín no lo hace diferente a cualquier otra celebración, como las fiestas independentistas, manchadas todas de sangre. El tener una visión objetiva sobre los inéditos alcances que tiene esta fecha minimiza las posiciones divergentes y tiende más hacia una unidad nacional y continental que, en nuestro caso, apenas estamos tratando de construir en el siglo XXI.
Las poblaciones indígenas deben ser respetadas en todo el continente y la protección de la cultura de estas es un deber del Estado, el cual se halla contemplado en nuestra atropellada legislación. Un ideario sobre la venezolanidad o el ser Latinoamericano sigue siendo tema de rigor en donde se establecerán las posturas más irreconciliables. Lo cierto es que nuestro destino marcha hacia los mismos derroteros y asumir una posición de calamidad en donde la lástima sea la bandera enarbolada, no puede sino sembrar desconcierto y confusión.
Ver el pasado como una maldición es propio de
una sociedad inmadura, claramente malcriada y con visos de torcida
irracionalidad. Las fechas oficialmente señaladas como días de asueto son temas
para pensar sobre lo que hemos logrado como naciones y lo que nos falta por
alcanzar, en esa suerte de grupo de gente variopinta con los más disímiles
temples y las más emotivas maneras de asumir nuestra historia, que en realidad
es siempre un lugar de unión, en donde el peso de las confrontaciones
francamente está de sobra.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el
17 de octubre de 2017.
Ilustración: @Rayilustra
miércoles, 11 de octubre de 2017
De remate
Después de un período de terribles confrontaciones, el escenario venezolano se transformó y la percepción de la realidad en algunos de nuestros sectores se modificó de golpe y porrazo. Mucha gente en un furor esperanzador cundido de ingenuidad apostó porque “el yaísmo” se materializara. La realidad es que los cambios no suelen plasmarse de manera abrupta sino a una velocidad más lenta de lo que muchos esperan.
Las modificaciones de carácter social ocurridas en la Venezuela contemporánea sobrepasaron la capacidad de adaptación de muchos ciudadanos. En términos prácticos, ocurrió un fenómeno de inundación emocional que ha creado confusión y malestar en vastos sectores, por lo cual es de esperar que la desesperanza y el escepticismo se apoderen del espíritu colectivo por un tiempo. Demasiadas contrariedades y carencias hacen que la persona se preocupe/ocupe por sobrevivir, haciendo a un lado la convivencia lúcida entre quienes compartimos espacios.
El pensamiento político no puede ser resumido a un simple “slogan” publicitario de carácter fútil y francamente panfletario. Si somos una sociedad de personas medianamente exigentes, lo normal es que se cree una expectativa en la cual tengamos la posibilidad de exigir una explicación sobre los asuntos en las cuales terminamos comprometidos. Si alguien quiere mi voto, obviamente debe convencerme que lo merece, mas el juego político sigue, a una velocidad que generalmente no satisface nuestras legítimas aspiraciones.
Ese escenario es uno de los más desalentadores, porque mientras el entusiasmo baja, de manera inversamente proporcional los cambios siguen ocurriendo sin control ciudadano. En términos concretos, mientras la tristeza y la desesperanza nos inundan, de la misma manera se va creando un fatalismo y una tendencia a la aceptación que ha terminado por inmovilizar a muchos.
En la fuerza propia de una dinámica social, el cambio es indetenible, existiendo situaciones que conducen a otras, que generan las condiciones para que se den otros escenarios y así sucesivamente se va tejiendo todo un entramado propio de los procesos colectivos que en algunas oportunidades requiere de una capacidad de moldeamiento que exceden las posibilidades de ser aceptadas por quienes lo viven.
Mientras una gran cantidad de ciudadanos espera poder materializar su esperanza de cambio a través del voto, que es la más civilizada manera de expresión política, otros viven en el subsuelo emocional de la desesperanza y esperan ser comprendidos en su fatalidad por personas que les den claridad en su sufrimiento. De ahí que se vino a formar una suerte de deslenguados, quienes en una mezcla de odio con incapacidad de adaptación, preconizan formas autodestructivas de nihilismo y rechazo a las maneras más elementales de convivencia.
El escepticismo como manera de conducirse no es reprochable si se hace desde una posición individual. Lo que me parece menos que abyecto y francamente despreciable es que se trate de crear matrices de opinión que buscan sacar al ciudadano de toda forma de participación política sin ofrecer nada a cambio. Quien preconice posturas “anti” o “contra” sin dar a cambio una actitud “pro” es doblemente un negador. Por una parte es una negación en su postura de rebelarse ante lo que considera inapropiado y desea que desaparezca, pero por otra es doblemente negador porque no está proponiendo algo a cambio, lo cual lo convierte en un factor de carácter abiertamente destructor. Pescadores en río revuelto asoman la cabeza para tratar de demoler lo que ha costado tanto en hacer. Van de la mano con la falsedad de creer que la historia de los pueblos se remedia de manera mágica y espasmódica.
Existen formas rasas de intervincularse con lo social que a su vez conducen a sembrar todo un clima de insalubridad que en la mayoría de los casos lo acompaña la estrambótica fantasía de que las cosas se pueden construir “empezando de cero”. Las cosas no parten de cero y mucho menos en lo que respecta a la vida en comunidad. Con los canales de participación que existen, es mucho lo que se puede aprovechar en términos de bienestar colectivo. Oponerse de manera activa a que las personas se expresen a través del voto universal, directo y secreto, es servir de comparsa para detener los cambios que muchos esperamos que ocurran en Venezuela.
Ilustración: @Rayilustra
miércoles, 4 de octubre de 2017
Yordano para siempre
La vinculación entre un artista y las grandes masas de personas que lo escuchan no solo es un fenómeno que nos hace la vida mejor, sino que la música de nuestros admirados cantantes es el colofón de nuestra propia existencia. Sea para pasar un ameno instante o un barranco profundo, el rol de los artistas en la vida de las personas comunes y corrientes genera desde pautas de comportamiento hasta creencias elaboradas.
Este asunto del hombre que se enlaza con las costumbres propias de su tiempo nos lleva a otra reflexión forzosa y es la cuestión de la moda. La industria de la moda es una relación que se basa en un doble vínculo. Por una parte está quien de manera absolutamente planificada trata de imponer una pauta relacionada con el gusto. Se apuesta por una propuesta estética que sea asumida como una manera de conducirse. Para que esta propuesta tenga eco en las masas, desde los centros de poder se intenta crear la necesidad de consumo. El problema es que no toda pauta que se intente imponer resulta favorecida por las apetencias de los consumidores y se establece el segundo vínculo. Este otro vínculo es el que está latente en las poblaciones que quieren hacerse eco de las distintas propuestas estéticas.
Por ejemplo: la minifalda aparece en el contexto de una generación rebelde y desenfadada que estaba luchando por imponerse al rigor de la generación precedente. El diseñador crea esta magnífica prenda y las mujeres, deseosas de transgredir, salen corriendo a mostrar importantes partes del cuerpo. Así como la industria de la ropa es una representación de las apetencias colectivas y las capacidades de leer estas apetencias por quienes generan lo creativo, de esa misma manera se establece la dupla entre quien expresa una melodía y quien queda fascinado con ella. Por eso la moda nunca es una imposición en términos absolutos sino una pareja que baila al mismo ritmo. La dupla se establece cuando se da la relación entre quien propone estéticamente y quien dispone ser el gustoso experimentador de la vivencia.
Lo mismo ocurre con los deportes, los juegos, los colores, las ideas, las formas y lo que podríamos definir como la concepción estética y ética que caracteriza a cualquier sociedad en un lugar y un tiempo en particular. Obviamente que la música no podría escapar de esta manera de conducirse de las grandes mayorías; de ahí que la gente al escuchar la melodía de la época en la cual tuvo mayor vitalidad no pueda evitar el suspiro y la exclamación: “-Esa canción es de mi tiempo”.
¿Qué viene a representar Yordano para la sociedad venezolana? Ni más ni menos que el espíritu de su tiempo, lo cual significa, en términos concretos, el período en el cual las personas con mayor fogosidad de la sociedad quedaron encantados con sus composiciones y se intervincularon con el artista de manera personal, lo cual es un fenómeno fascinante. Yordano no solo es genialidad musical y buen gusto, sino que representa el carácter de los centros poblados del país de las últimas décadas del siglo pasado. Esta manera de ver el fenómeno musical nos lleva a otro asunto y es el darnos cuenta tanto de lo divertido como de lo apesadumbrado del tiempo del artífice.
Es un deleite recrearse en su música, en la cual se fusionan los más depurados ritmos caribeños, la presencia magnífica del bolero, la melodía con instrumentos de salón europeo y por supuesto el jazz, entre otros. Pero cuando nos detenemos en las letras de las canciones, la cosa se enmaraña, porque las composiciones van desde el realismo mágico latinoamericano, el mundo subterráneo de la noche, la mala vida del alma del lenocinio, los problemas sociopolíticos y por supuesto, el amor. Aquí me detengo para hacer énfasis en este último tópico, porque el amor en las canciones de Yordano representa el amor de dos décadas de la vida del venezolano, en lo cual la candidez tiene una tesitura muy especial y los idilios fluyen con las complejidades perfectamente ubicadas en su lugar.
No tengo idea de cuál podría ser el alcance de la música de Yordano en términos de temporalidad. Lo que sí tengo claro es el lugar que ha ocupado en la vida de las personas que lo asociamos con tiempos muy especiales y nos reconfortamos al saber que sigue dando qué hablar cada vez que se presenta en algún lugar, sea para robarnos una lágrima de nostalgia, un nudo en la garganta, una fresca alegría o la más perfecta felicidad. Más o menos así de importante me parece Yordano.