Arturo Sosa
A., S.I.
El
contexto de este discernimiento son varias décadas de tensiones para comprender
lo que se ha vivido y proponer lo que se quiere vivir en Venezuela. Los temas
que se abordan no son, por tanto, nuevos; los venimos reflexionando desde hace
tiempo en diferentes modos.
Volver sobre ellos desde la perspectiva propuesta en esta ocasión es una
oportunidad para alimentar el compromiso de evangelizar la vida pública cuando
hemos experimentado un comienzo de año en el que está siendo puesta a riesgo la
posibilidad misma de la política como el ámbito en el que la sociedad
venezolana toma sus decisiones.
En
la actualidad, la venezolana es una sociedad herida. Hay heridas sociales del
pasado que no han sanado y permanecen como resentimientos sociales más o menos
soterrados. La búsqueda de caminos para superarlas más bien ha producido otras,
aún abiertas y con tendencia a producir nuevos resentimientos.
Los
acontecimientos de este año 2014 indican la aparición de otra etapa en la vida
política venezolana en la que se abren posibilidades que pueden significar insistir
en el proyecto dominante, repetir el pasado o abrirse realmente a la novedad. Si
no se va más allá de la lucha por el poder desnudo para sostener la actual
dominación o sustituirla por otra de diverso signo, se produce el estancamiento
en lo que ha sido. Descuidar las heridas genera acumulación de resentimientos
sociales con efectos negativos en el mediano y largo plazo. Arriesgarse a
superar la polarización, atender las heridas antiguas y nuevas con propuestas
incluyentes, abriría la posibilidad a una nueva etapa con futuro, es decir, en
la que nazca lo que nunca ha sido, reconociendo que existe en los deseos de
buena parte de la población.
Desde el futuro que
se espera
La
invitación a discernir a partir del método de los signos de los tiempos representa un auténtico reto para la Ciencia
Política. La desafía a realizar un análisis de la situación política desde una
perspectiva nada frecuente, posiblemente considerada inadecuada por buena parte
de los analistas.
Reta
a situarse en el horizonte que admite la actuación del Espíritu en la historia
sin abandonar el rigor propio de la Ciencia Política. En la actual situación de
Venezuela aceptar este desafío puede ser una manera de contribuir efectivamente
a encontrar ese espacio, tan necesario como difícil de constituir, en el que
todos encuentren un lugar. Es un método que exige estar abiertos a la
posibilidad de la novedad en la historia y a reconocer los momentos de cambio
epocal
como ocasión privilegiada para que se produzca.
El
evangelio de Marcos nos presenta a Jesús en discernimiento antes de escoger a
los apóstoles para convivir con ellos y
enviarlos a predicar, con poder de expulsar demonios. Los envía a hacer lo que él mismo
hacía: hacerse presente en medio del pueblo para ampliar los espacios de
humanidad en la historia. La predicación tiene el efecto de la Palabra
efectiva porque coloca el amor, del que nace la fraternidad, en el centro de
las relaciones entre los seres humanos expulsando así al odio (demonios), barrera que impide el
reconocimiento del otro.
Convivir con Jesús y participar de su misión supone adquirir su perspectiva,
determinada por la encarnación como pobre
entre los pobres, señalando así el lugar del encuentro entre Dios y los
seres humanos.
El
método de los signos de los tiempos
nos exige desarrollar la sensibilidad analítica para percibir las señales de
humanización presentes en nuestra historia, incluso en los momentos más
conflictivos en los que la humanidad parece esconderse detrás de la exclusión
del diverso y de la violencia para eliminarlo. Atender a los signos de los tiempos genera la apertura
al debate razonable, al análisis capaz de producir conocimiento, de aprender
algo nuevo. Pone las condiciones para que cada uno se disponga a salir de las
posiciones iniciales en un auténtico diálogo en el que se puedan imaginar nuevas
formas de organizar las relaciones humanas que conforman el espacio común.
De los prejuicios a
la toma de posición reflexionada
La
mayor parte de los venezolanos se acercan a los análisis políticos con la intención
de descubrir la inclinación ideológica que lo orienta y aceptarlo o rechazarlo según
el analista se acerque a la posición que ya tiene. Del mismo modo, muchos de
los que se presentan como analistas políticos no hacen otra cosa que expresar
sus prejuicios sobre la realidad con argumentos más o menos elaborados en una
jerga pretendidamente politológica.
Los
análisis socialmente útiles son los que propician la reflexión honesta en la
que pueda fundarse una toma de posición frente a la realidad y las decisiones
para actuar en consecuencia. La neutralidad analítica no es posible ni
deseable. El requisito básico de un análisis que propicia la reflexión serena
es la honestidad intelectual de quien lo hace al explicitar con transparencia
la perspectiva epistemológica asumida, sus premisas y proponiendo una
argumentación consistente. Las miradas polarizadas nublan la transparencia y
tienden a convertir los análisis en confirmaciones, más o menos sofisticadas,
de las posiciones previas que no han sido el resultado de una reflexión honesta
y sistemática. Por consiguiente, discernir los análisis en la Venezuela de hoy comienza
por examinar la propia mirada para ubicarse conscientemente más allá de la
polarización.
Es también importante reconocer la mirada del analista para quedarse con los
elementos que ayuden a la reflexión serena que lleva a las decisiones y la acción.
La
caracterización del régimen político de Venezuela en la actualidad es la piedra
de toque de cualquier análisis.
Estamos ante un sistema de dominación resultado de la ausencia de legitimidad
política,
razón por la cual la lucha por el poder desnudo para lograr y mantener la
dominación política caracteriza estos largos años del proceso venezolano.
Mientras más frágil es el modelo de dominación prevaleciente o sus
alternativas, más encarnizada es la lucha por el poder y más cercana la
posibilidad de pasar de la política a la confrontación violenta.
El
chavista es un sistema de dominación
que se define a sí mismo como cívico-militar, por tanto, admite que la lógica
militar forma parte de su definición y la posibilidad de su desvío hacia el
militarismo.
El estatismo es otra característica
evidente del sistema de dominación actual. Su principal apoyo económico es la
distribución exclusiva desde el Estado de la renta petrolera y una política que
reserve al Estado la mayor parte de la actividad económica limitando las
posibilidades de la empresa privada.
Su eficacia política depende de acentuar el centralismo estatal y subordinar
todas las instancias del Estado al Gobierno encarnado en la Presidencia de la
República, ocupada por el líder (o sus herederos: el Alto Mando
Político-Militar), también comandante de la fuerza militar y jefe del Partido
de masas, instrumentos necesarios para preservar el orden interno y lograr la
aprobación masiva a través de procesos electorales plebiscitarios. Por el peso
del Gobierno en el funcionamiento del Estado y de la Presidencia en el Gobierno
mismo, estamos ante un sistema de dominación Presidencialista en el que el Presidente no es sólo la cabeza del
Gobierno y del Estado sino también de las organizaciones políticas como el
partido y los movimientos sociales que lo apoyan. Un estatismo autocrático
presidencialista de esta naturaleza tiende a convertirse en dictadura
totalitaria que prescinde o manipula la Constitución y las leyes para mantener
o ejercer el poder.
Otra
característica que no puede dejarse de lado al describir el sistema de
dominación chavista es el apoyo de las masas a través de las elecciones y la
participación en movilizaciones, programas y organizaciones políticas o
sociales promovidas desde el Gobierno-Estado. El
Estado autocrático con respaldo electoral de las masas concentra sus esfuerzos
en políticas sociales que benefician a los sectores empobrecidos de la
población. A partir de estas características se define como democracia
participativa y protagónica.
Este
conjunto de características es lo que lleva a definir el sistema de dominación chavista
como una tiranía de la mayoría que
consiste en interpretar los triunfos electorales, aunque sea por márgenes muy
estrechos, como licencia para apoderarse de todos los espacios públicos
institucionales y subordinarlos a la voluntad del tirano.
Desaparecido Hugo Chávez Frías y convertido en el mito que alimenta el proyecto,
el tirano pasan a ser los herederos
de su personalismo, a
saber, el Partido Revolucionario (PSUV), la Fuerza Armada, con las milicias
incluidas y los “grupos civiles armados” defensores de la revolución que ellos
controlan, representados y dirigidos por el Alto Mando Político-Militar de la
Revolución.
La
mayoría chavista tiene origen
electoral. Para obtenerla se aprovecha la profunda cultura política rentista
existente en la población venezolana. El chavismo ha logrado rehacer las
ilusiones de la población de mejorar su nivel vida con el apoyo de los recursos
públicos y viene realizando una vasta política social, al mejor estilo
rentista-clientelar, asociada a la palabra revolución, aunque sea en forma de
dádiva asistencialista que busca convertirse en lealtad agradecida al tirano. Es un sistema de dominación en
el que las relaciones políticas aceptadas se conciben como asociación
incondicional al tirano. No
hay posibilidad, por tanto, de tener aliados
con cierta independencia de criterio ni diálogo con quien se oponga, aunque sea
una minoría muy cercana en tamaño a la mayoría en la que se apoya la tiranía.
La
tiranía de la mayoría que ha dominado
la política venezolana se aprovecha al máximo de la impresión generalizada,
dentro y fuera del país, que asocia mayorías y minorías a los resultados
electorales y considera las elecciones la expresión más clara de la existencia
de la democracia. Se olvida, sin embargo, que la democracia es un sistema que
garantiza el espacio a las minorías. A las minorías
electorales a través del acceso proporcional en los organismos deliberativos
que conforman los diversos “poderes” del Estado como
forma de garantizar tanto la inclusión participativa como el equilibrio en los
procesos de toma de decisiones que afectan la vida de toda la población.
Existen, además, en la sociedad otras minorías
que un sistema democrático no puede dejar de tomar en cuenta. Minorías que no
se expresan electoralmente como tales y no podrán ser nunca mayorías políticas
como por ejemplo las etnias indígenas con poblaciones poco numerosas cuyos
derechos como pueblos originales requieren ser preservados y sus culturas
consideradas como integrantes de la riqueza social de la nación.
Sustituir el modelo de dominación chavista a
través de una revolución democrática, o sea, lograr que el Estado se ponga al
servicio de la sociedad, constituida por un pueblo de ciudadanos organizados,
es un desafío de enorme magnitud. La condición sine qua non es contar con un proyecto de país que encarne las
aspiraciones de las mayorías populares, capaz de integrar los intereses de los
distintos sectores sociales en un horizonte compartido. Hasta ahora ninguno de
los grupos adversos al chavismo ha logrado encarnar algo así. La ausencia de
esta condición explica, en buena parte, la dificultad de hacer crecer la fuerza
social necesaria para convertirse en mayoría y obtener la necesaria legitimidad
política.
Una de las corrientes adversas al chavismo está
convencida de la imposibilidad de sustituir ese modelo de dominación
oponiéndole una fuerza social aunque sea suficientemente grande. Por
consiguiente, optan por forzar la salida del gobierno, incluso apelando a
medios más allá de la política, como condición necesaria para crear las
condiciones de un modelo “democrático” de dominación. Este camino llevaría a
sustituir una tiranía por otra o directamente a una dictadura. Otra corriente,
considera que siendo el chavismo un modelo de dominación con apoyo de masas, no
es posible sustituirlo sin sustituir esa base social por una que apoye
mayoritariamente el proyecto político alternativo. Esta corriente es
consciente, además, de que la construcción de un régimen democrático, sin
romper la vinculación entre ética y política, sólo es posible con métodos
democráticos.
La percepción internacional de lo que se juega en
Venezuela es otro campo en el que deben producirse cambios importantes. El
chavismo ha logrado crearse una imagen de proyecto orientado a favorecer a las necesitadas
mayorías populares, pero encuentra serios obstáculos para realizarlos en las
fuerzas conservadoras (derechas) de la sociedad venezolana y el mundo
(imperialismo). Si bien la situación económica venezolana y la reacción
represiva ante las protestas de los últimos meses han hecho mella en la imagen
internacional del chavismo en el gobierno presidido por Nicolás Maduro, la
oposición no ha logrado ser percibida en los ambientes progresistas internacionales
como un proyecto confiable que busca la democratización política y la justicia
social favoreciendo a todos los sectores de la sociedad especialmente a los
sectores populares y medios.
Reconocer al pueblo
en su realidad
Comprender
el proceso sociopolítico venezolano parte de reconocer al pueblo que lo vive y
la realidad en la que se mueve. La palabra pueblo
es usada siempre y por todos sin que se explicite normalmente qué hay detrás de
ella. La idea política de pueblo condiciona el modo como se entienden el
ejercicio de la libertad política y determina el carácter más autoritario o
democrático de los regímenes políticos que se busca implantar. Las capacidades
que se reconozcan al pueblo en la idea que se tenga de él, inciden en la configuración
de los regímenes y sistemas políticos que se propongan. La pregunta por lo que
significa para cada uno de nosotros “el pueblo” es, por tanto, un punto de
partida ineludible para poder también entender lo que los diferentes actores
políticos y sociales entienden por pueblo.
La
idea de pueblo comprende, al menos, dos ingredientes constitutivos en la lógica
del pensamiento político: lo que se piensa del pueblo tal como existe en la
realidad presente y la propuesta que se hace del pueblo necesario para darle
vida al proyecto político que se impulsa. En contextos de transformación social
en los que los actores/pensadores políticos se proponen superar una etapa, la
realidad presente, para alcanzar otra superior, es especialmente importante
considerar estas dos caras de la idea de pueblo. Toda revolución sueña con
producir un pueblo de hombres y mujeres nuevos.
La
historia de las ideas políticas en Venezuela da cuenta de diversas ideas de
pueblo que han incidido en sus diferentes etapas. Por ejemplo, el pensamiento
de Simón Bolívar invita a hacerse pueblo,
primero luchando por la emancipación de los lazos coloniales y, luego,
encarnando al ciudadano republicano que produce y sostiene la República que se
pretende construir según sus ideas liberales. Los positivistas salen al paso de
las dificultades para consolidar el proyecto republicano subrayando que el
pueblo será el resultado de un proceso en el que un césar democrático garantice el orden. Para esta corriente de
pensamiento político el pueblo es, por consiguiente, la élite terrateniente,
ilustrada, europeizada, propiciadora del progreso moderno, del cual será la
principal beneficiaria. El resto de la población se irá haciendo pueblo en la
medida en la que se vaya asemejando a ella. Frente a esta idea, los fundadores
de los partidos políticos del siglo XX oponen la idea del pueblo capaz de
participar en la vida pública a través de la organización política (el
Partido), obteniendo como resultado un pueblo encuadrado en las organizaciones partidistas,
sindicales, gremiales y dirigido por quienes las encabezan. El
proyecto chavista es una variante de esta corriente que subraya la necesidad de
dirigir al pueblo para que rompa las ataduras de la situación a la que ha
estado sometido.
Entre
los falsos dilemas presentes en la situación venezolana, que condicionan la
idea de pueblo y la concepción de la democracia, está el de la necesidad de
decantarse hacia el socialismo o el capitalismo. Reconocer al pueblo en una
situación de cambio epocal invita a ir más allá de ese supuesto dilema. Una
cita, un poco larga, de dos pensadores postmodernos puede ayudarnos a entender
el desafío que se plantea al tratar de reconocer al pueblo de los nuevos
tiempos:
Para poder hablar de
una nueva izquierda hoy, es preciso hacerlo, por una parte, en términos de un
programa postsocialista y posliberal, basado en una ruptura material y
conceptual, una ruptura ontológica con las tradiciones ideológicas de los
movimientos obreros industriales, con sus organizaciones y con sus modelos de
gestión de la producción. Por otra parte debemos afrontar la nueva realidad
antropológica, con la presencia de nuevos agentes de producción y sujetos de
explotación que preservan su singularidad. Hay que considerar la actividad de
los agentes singulares como la matriz de la libertad y la multiplicidad de cada
uno. Aquí la democracia se convierte en un objeto directo. No es posible seguir
valorando la democracia al modo liberal, como un límite de igualdad, ni al modo
socialista, como un límite de libertad: la democracia debe implicar la
radicalización sin reservas tanto de la libertad como de la igualdad. Es
posible que llegue el día en que nos burlemos de los viejos tiempos de la
barbarie, cuando para ser libres era preciso esclavizar a nuestros hermanos y
hermanas, o para ser iguales teníamos que sacrificar inhumanamente la libertad.
A nuestro juicio, la libertad y la igualdad pueden ser motores de una
reinvención revolucionaria de la democracia.
Reconocer
al pueblo requiere, entonces, analizar las ideas de pueblo que se manejan en
las visiones de los polos políticos presentes en la Venezuela de hoy para ser
capaces de superarlas proponiendo una en la que encuentren lugar todos los
integrantes de una sociedad compleja y plural como la venezolana. Una idea de
pueblo en la que se funde un sujeto político democrático unido en un horizonte
común compartido en tensión con las singularidades que definen a las personas o
grupos culturales sin las cuales no puede existir la sociedad.
Mientras
no se reconozca la realidad de la ausencia actual de condiciones para la
formulación del común, alrededor del
cual converjan las voluntades plurales, no será posible pasar de la lucha por
el poder para imponer un sistema de dominación a la construcción de la
legitimidad política.
Un
posible punto de partida en este proceso sería el reconocimiento de la
Constitución venezolana de 1999. En el discurso de todas las corrientes de
pensamiento actualmente presentes en Venezuela se acepta la Constitución de la
República Bolivariana de Venezuela (CRBV). Habría, entonces, que ir más allá
del discurso y tomar en serio la CRBV como piso o punto de partida consensual
para construir el horizonte común aceptado, condición necesaria para alcanzar
la legitimidad perdida. Aceptar ese punto de partida pondría como tarea
inmediata la revitalización de las instituciones públicas dándole vida práctica
al diseño existente en la CRBV.
Una
de las novedades de la Constitución de 1999 es la existencia de cinco poderes
públicos con autonomía relativa en lugar de los tres poderes postulados por la
tradición democrático liberal. Darle vida real a ese diseño podría convertirse
en uno de los fundamentos de un nuevo sistema político que goce de legitimidad.
La CRBV define con claridad la función militar. He allí otra área en la que se
puede avanzar hacia una concepción compartida, alternativa a lo que fueron las
Fuerzas Armadas durante el siglo XX y lo que se ha ido construyendo como Fuerza
Armada Nacional Bolivariana (milicias incluidas).
La
educación encuentra en la Constitución de 1999 unos lineamientos que podrían
potenciarla como palanca de construcción del futuro estable de la sociedad
venezolana y no se reflejan completamente en las políticas educativas del
actual gobierno ni en las protestas contra ellas. Convertir las formulaciones
en materia de Derechos Humanos que contiene la CRBV en inspiración para las
políticas económicas y sociales del Estado (que no sólo el gobierno) en el
largo plazo es otra dimensión fundamental para la construcción de un sistema
político con amplia base social. En el mismo sentido habría que orientar las
políticas públicas que aseguren la circulación de la información veraz y
oportuna y estimulen la libertad de expresión como condición para la auténtica
participación ciudadana en las decisiones públicas. Estos ejemplos, entre otros
tantos que podrían escogerse, indican cómo tomarse en serio la CRBV puede ser
un camino para recuperar el rumbo del consenso, obviamente sin sacralizar un
texto fruto de un momento de la historia política y requiere ser mejorado en
muchos aspectos.
Propuestas, disensos
o falsos dilemas
Más
que propuestas alternativas que ayuden a una discusión socialmente amplia sobre
el futuro y tomar decisiones reflexionadas lo que observamos en Venezuela son apuestas ideológicas, pregonadas con
lenguaje del pasado, inspiradas en utopías o ilusiones anacrónicas (socialismo
del siglo XXI, justicialismo, democracia de partidos…).
La
experiencia de estos meses corrobora esta impresión. Desde su trinchera
ideológica cada uno de los actores políticos venezolanos insiste en su apuesta, convencido de tener el apoyo de
la sociedad. El chavismo en el gobierno no se abre a la posibilidad de
reconocer las causas del descontento que se expresa en las protestas,
contentándose con achacarlas al imperialismo aliado con la derecha
conspiradora. Sólo la presión internacional lo ha movido a sentarse a la mesa
con aquellos sectores adversos a los que sus posiciones ideológicas también se
lo permitieron.
Sin embargo, a pesar de
la represión activa y preventiva, la persecución a algunos dirigentes y la
presencia policial-militar en ciudades como San Cristóbal, Mérida, Valencia o
Ciudad Guayana, no ha logrado detener la protesta.
Los adversarios políticos del chavismo organizados alrededor de la
Mesa de la Unidad Democrática (MUD) se encuentran atrapados en una tensión
entre la estrategia de aumentar su vinculación con la sociedad para convertirse
en fuerza política mayoritaria y la presión de quienes empujan un cambio rápido
de régimen a través de incrementar la protesta “en la calle” hasta que ceda el
gobierno. La MUD ha trabajado
desde su fundación en una visión de país y un programa de gobierno que puede
convertirse en propuesta en la medida en la que logre ser aceptada ampliamente
por la población. Para ello es necesario el trabajo político sistemático e ir
más allá de las consignas que han movido las protestas.
Los
estudiantes abanderados de la mayor parte de las protestas también apuestan
ideológicamente al cambio de régimen como vía a la libertad, la democracia y un
futuro mejor sin una propuesta programática. Uno de los desafíos analíticos en
estos momentos es describir y comprender el actor social y político conocido
como los estudiantes y discernir su
papel desde los signos de los tiempos. Para ello hay que ir más allá del lugar
común que describe a los estudiantes como expresión de la juventud que se
siente sin futuro en las actuales circunstancias y del papel histórico de la
juventud, cuya vanguardia son los estudiantes, en las luchas por la libertad en
la historia venezolana y muchos otros países. Cada uno de esos momentos y
movimientos estudiantiles deben ser comprendidos en su contexto y aludirlos no
sustituye la tarea de entender el que se expresa actualmente en Venezuela. Los estudiantes han demostrado en estos
meses una gran capacidad de movilización en muchos lugares del país, durante
mucho tiempo, incluso en Carnavales y Semana Santa, poco propicios para este
tipo de manifestaciones. Su apuesta
es seguir en la calle, resistiendo “hasta que recuperemos la democracia, se
respeten los Derechos Humanos, liberen a los presos políticos y haya otro
gobierno”. No han estado solos en ese esfuerzo. Organizaciones y líderes
políticos
han apoyado las movilizaciones así como sectores de la población con especial
presencia de la llamada “clase media”.
Comprender
a los estudiantes comienza por
entender a qué grupo de la población expresan quienes participan en la
protesta. Los estudiantes expresan un
sector del universo estudiantil adverso políticamente al gobierno. Los voceros
del llamado Movimiento Estudiantil
son estudiantes elegidos por sus compañeros para los órganos de cogobierno de
distintas universidades públicas y privadas. Otros son dirigentes de organizaciones
estudiantiles que participan en la vida universitaria con diferentes grados de
autonomía respecto de las organizaciones partidistas.
No es un grupo homogéneo sino plural en el que existen no sólo diferentes
posiciones teóricas sino estrategias de acción diferentes. Un análisis, que no
estamos en capacidad de hacer en estas líneas, debe llegar a describir cómo se
define la estrategia de mediano y largo plazo del movimiento estudiantil,
quiénes intervienen en su elaboración y cómo se convierten en un plan de acción
en el corto plazo. Hasta el momento ha prevalecido la estrategia de mantenerse
en protestas sin aceptar conversar con el gobierno a menos que se cumplan
algunas condiciones como la liberación de todos los estudiantes detenidos o bajo
régimen de presentación, los presos políticos, regresen los exiliados y la
reunión sea trasmitida en directo por televisión.
Un sector adulto vinculado a la “clase media” se siente
entusiasmado y “representado” en los estudiantes de esta generación y su terca
protesta. Entienden que ellos están haciendo lo que su generación no hizo por
haberle dado prioridad a su formación y a la atención de sus proyectos de vida
personales, dentro de una mentalidad anti-política.
Les parece, por tanto, encomiable que los estudiantes de esta generación
pospongan sus estudios, graduación, etc., en aras de la libertad y el futuro. Este
razonamiento es una falacia que esconde una nueva versión de la misma actitud
anti-política, por la que no lo
hicieron en el pasado y ahora tampoco lo hacen, aunque quieren creer que sí lo
están haciendo con su apoyo a los jóvenes. Se repite una expresión del
pensamiento mágico, ilusionado con la idea de que se trata de una situación que
se resuelve en el corto plazo con un cambio de gobierno.
También se ha querido presentar una población
dividida entre los “pobres” que sustentan el proyecto chavista y los “ricos”
que lo combaten desde una posición de derecha al servicio de los intereses
imperiales. Este falso dilema cae por su propio peso al observar con
detenimiento la diversidad de las protestas que se realizan en el país desde
hace algún tiempo y si se tienen en cuenta las cifras que presentan las
encuestas confiables sobre la diversidad social del descontento. Cuando se
presenta así se incluye a la llamada “clase media” en el polo de los ricos
contra los pobres para descalificar la proveniencia social de los estudiantes y los apoyos que han
obtenido de sectores de la población. La definición de “clase media” no es
unívoca y depende en buena parte del método que se establezca para la
estratificación social. En todo caso puede decirse que está formada por aquel
sector de la población que ha superado la condición socioeconómica considerada
como “pobreza”. En la “clase media”
abundan las posiciones cercanas a la anti-política
fruto de percibir la polarización solo desde la emotividad que lleva
irremediablemente al simplismo político.
La
legitimidad necesaria para alcanzar la estabilidad política en Venezuela
requiere de un
cambio político de fondo imposible si no se produce un horizonte compartido
entre los sectores populares y los sectores medios. Más aún, esa sintonía es necesaria
para construir una fuerza social políticamente mayoritaria que pueda impulsar
el cambio en la dirección del proyecto compartido. En los acontecimientos
vividos durante este año 2014 se ha evidenciado la enorme dificultad de alcanzar
esa sintonía. Si bien los problemas derivados de la situación como el
desabastecimiento, la inflación y la desmejora de los servicios públicos
afectan a todos los sectores, incluso con más fuerza a los sectores populares,
no se ha logrado, desde los adversarios al chavismo, conseguir una visión
política en la que los sectores populares se sientan incluidos y cómodos.
Como
nunca antes se ha usado la palabra paz
y la necesidad de consolidar una cultura de paz como parte del horizonte común
del futuro que se espera. Ese deseo puede interpretarse como sintonía con un signo de los tiempos. Sin embargo, hemos
visto con estupor muchas caras de la violencia en la experiencia de estos
meses. Ha existido la protesta pacífica y también sus derivaciones violentas en
confrontaciones, obstaculización de vías públicas en numerosas ciudades,
acompañadas de acciones armadas de grupos irregulares y
hamponiles, así como excesos
preocupantes, por provenir de instituciones del Estado, en la acción represiva
policial, militar e incluso judicial.
Algunas acciones violentas que se han vivido pueden calificarse de terroristas
y, en efecto, han causado temor en la población.
Salir al encuentro
Avanzar
hacia una legitimidad política requiere tomar la iniciativa de salir al
encuentro de quienes deben formar parte de la sociedad que se espera y del
esfuerzo por hacerla posible. La polarización ideológica lleva en la dirección
contraria: al sectarismo que sólo reconoce al que piensa, habla y se viste del
mismo modo. La polarización construye trincheras en lugar de caminos
convergentes; por eso hace falta descongelar las relaciones entre los
venezolanos saliendo al encuentro.
Salir
al encuentro parte del respeto del otro como ciudadano corresponsable de la
sociedad en la que todos pueden habitar. Salir al encuentro es la disposición a
hacer juntos una historia en la que no hay un lado o un sendero correcto y otro
equivocado. La historia humana resulta de las decisiones libres de personas que
deciden hacer camino, conscientes de la posibilidad de hacer nacer algo nuevo,
distinto y mejor al presente y al pasado. Salir al encuentro es la condición
para producir los cambios políticos necesarios para superar la situación
actual.
Superar
la cultura rentista es una tarea ineludible para crear algo nuevo. La nueva
época a la que se abre humanidad se caracteriza por la conversión de las
relaciones con la naturaleza y el mejor aprovechamiento de la inteligencia
humana a través de las tecnologías. Para la sociedad venezolana es la
oportunidad de rehacer sus relaciones con el petróleo como recurso natural
importante para su desarrollo sostenible. Al cambiar esa relación de manera que
sea el trabajo productivo y creativo el motor de la economía se hace posible el
fortalecimiento de una sociedad en la que un pueblo de ciudadanos organizados
tenga al Estado al servicio del proyecto compartido de sociedad.
Superar el rentismo es la vía para que las instituciones del Estado cumplan las
funciones asignadas de modo autónomo, para que el gobierno sólo gobierne, el
Parlamento sea espacio de deliberación social, legisle y controle las acciones
del gobierno y la institución judicial garantice la Justicia y el Derecho a
todos, sin distinciones, con imparcialidad, mientras el poder Electoral
garantiza consultas electorales plenamente confiables y el poder Moral los
Derechos de todos sin distinción.
Superar
la cultura rentista abre las posibilidades de tener un pueblo de ciudadanos
como sujeto de la vida social y política, con el acceso a la educación que le
facilite hacer su mejor aporte a la producción de lo necesario para la vida de
todos, con la información apropiada para participar en las decisiones y exigirle
rendir cuentas a los gobernantes.
Superar la cultura rentista hará posible hacer
que el petróleo y los beneficios de su explotación se conviertan en
instrumento de la democracia y la justicia social, en lugar de la palanca para
mantenerse en el poder de alguna parcialidad que logre hacerse con el
Estado-Gobierno.
Una
consecuencia de las heridas abiertas en la sociedad venezolana es la
desconfianza entre los ciudadanos y entre los actores políticos. El discurso se
usa más para esconder la realidad y los objetivos particulares que se pretenden,
o para acusar al adversario de lo que sucede, que para reconocer los problemas,
sus causas y ponerse a buscar la mejores vías de solución. Recuperar la
confianza entre quienes forman parte del mismo sujeto político y social para
hacer de la palabra el instrumento de entendimiento, en lugar del arma afilada
para descalificar y desconocer, es una tarea urgente que atañe a todos los
ciudadanos pero muy especialmente a quienes gobiernan o pretenden hacerlo.
Recuperar la confianza en los otros es la única manera de poder hablar el mismo
idioma y usar la palabra para conversar reconociendo la realidad como es.
Recuperar la confianza crea también las condiciones para que las diferencias
propias de una sociedad plural, como es y quiere seguir siendo la venezolana,
se conviertan en oportunidades de crear eso que llamamos “futuro”. La confianza
entre quienes forman parte de la sociedad con todas sus diferencias es la única
garantía de cumplimiento de los acuerdos que se expresen en la Constitución,
leyes y normas formales e informales de funcionamiento de la vida pública.
Desde
la confianza recuperada y la palabra transparente es posible perderle el miedo
al diálogo como el espacio y el modo de confrontarse políticamente. No es
verdad que “o dialogamos o nos matamos”, pues ya nos estamos matando de varias
formas como la inseguridad que no distingue ideologías ni clases sociales o el
desconocimiento y exclusión de los distintos. La pregunta es cuándo empezamos a
dialogar confiadamente para minimizar los costos humanos, económicos y
políticos de posponerlo indefinidamente. Sobre qué dialogar ya se sabe.
Entre tantos ejemplos a nuestro alrededor miremos hacia las negociaciones en
curso entre la Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Estado
colombiano. Han hecho falta varias décadas de confrontación armada, con costos
humanos impresionantes, para alcanzar la confianza necesaria y convertir la
disposición a superar el conflicto armado en una agenda precisa con un modo de
negociación del que no se han salido las partes, al tiempo que se realiza el
proceso social, político y jurídico para que los acuerdos sean cumplidos. A
nadie se le escapa la complejidad de este proceso y las posibilidades de que
fracase. Aun así, intentarlo honestamente es el mejor camino hacia el futuro.
En
términos políticos lo que llamamos diálogo es la manera de aceptar entrar en
una negociación en la que todas las partes cederán parte de sus posiciones
iniciales para llegar a una posición distinta, aceptable para todos.
Estamos
ante un proceso que involucra a la ciudadanía no solo a algunos. Hace falta un
diálogo transparente al interno del chavismo, a partir de la escucha sincera del
pueblo al que se quiere favorecer, de modo que se pueda ir más allá de los
slogans, revisar el camino andado y abrirse a la rectificación necesaria. Es
importante el diálogo entre quienes adversan al chavismo en el gobierno, estén
o no “en la calle”, empezando por los
estudiantes llamados a convertir sus reclamos al gobierno en propuestas
para la sociedad. Un diálogo que ayude a transformar las emociones en
propuestas viables y haga posible la conversación entre los militantes de las
organizaciones chavistas y las organizaciones que proponen alternativas al
modelo propuesto por esa corriente. Al interno de la MUD hay que poner todas
las cartas arriba de la mesa para consolidar su figura de una unidad política
que no sólo no esconde sus diferencias sino que las convierte en símbolo de la
sociedad que propone y en el modo de preservar el espacio de oposición ante un
proyecto que quisiera poder eliminarlo.
En
el contexto de la palabra socialmente recuperada y muchos niveles de
conversación política en marcha se hace posible el diálogo con resultados entre
el Chavismo en el Gobierno y quienes lo adversan desde la oposición política o
las alternativas de actuación social. La tendencia epocal hacia la comunidad
planetaria obliga también a dialogar en el ámbito internacional. Una dimensión
del futuro al que se pretende avanzar desde la confrontación actual es la
inclusión en la también compleja realidad internacional que camina hacia unas
relaciones multipolares en las que cada pueblo, cultura y nación sea reconocido
y pueda formarse una auténtica “comunidad” mundial.
Las
heridas humanas, personales y sociales, sanan desde la recuperación de las
relaciones fraternas. La garantía real de cualquier acuerdo político es la
reconciliación social, proceso que se inicia cuando se dan las condiciones para
perdonar y ser perdonado. Estamos acostumbrados a concebir el perdón como algo
humanamente rico que se da entre personas individuales. El perdón entre las
personas hace posible la vida en comunidad. Si el ser humano es, acudiendo a la
manida expresión aristotélica, un animal
político porque no vive ni puede vivir aislado de otros seres humanos, sino
necesita del espacio común de convivencia, parece inevitable considerar el
perdón como un ingrediente de la vida social y política.
La
pregunta surge espontáneamente: ¿es posible el perdón en la sociedad venezolana
actual? La respuesta está en manos de sus ciudadanos y su compromiso con el
futuro como una situación nueva, distinta y mejor a la que se vive y se ha
vivido.
Lo que aludimos aquí como perdón social
es necesario para fundar la legitimidad política pérdida hace varias décadas y
alcanzar la paz que hoy todos proclaman como necesaria. Esa es la magnitud del
reto.
Perdón
y justicia no se excluyen. Por el contrario el perdón es la forma más humana de
hacer justicia. En la conocida parábola evangélica del hijo pródigo,
el hijo menor que se gastó su herencia en vida de su padre decide regresar a su
casa esperando que se haga justicia, es decir, que se le admita tan solo como
un siervo, no como hijo porque voluntariamente había renunciado a esa
condición. Sin embargo, el Padre hace justicia perdonándolo, reconociendo que
su condición de hijo no se pierde. El Padre va más allá y se empeña en que el
hermano mayor restaure su relación fraterna con quien abandono la casa paterna.
Lo invita a participar en la fiesta de la vida fraterna recuperada a través del
perdón que hace la auténtica justicia.
La
Constitución de 1999 afirma que Venezuela es un Estado democrático y social de
Derecho y de Justicia,
es decir, entiende que la justicia no se hace solamente con la correcta
aplicación de la necesaria normativa legal sino que constituir una comunidad
socialmente justa exige ir más allá para lograr la reconciliación sanadora de heridas
antiguas y nuevas.
El
perdón social requiere la conversión de la lógica del poder dominador a la
lógica del poder servicial. Si el poder se concibe como forma de imponer la
voluntad de quien lo ejerce sobre los demás lo que genera son súbditos sometidos
y poco importa la existencia de una sociedad conformada por ciudadanos
solidarios. Por el contrario, el poder concebido como servicio a la
consolidación de un espacio público en el que sea posible la justicia social
tendrá en el recurso a la reconciliación uno de sus principales instrumentos
para sanar las relaciones sociales y resolver los inevitables conflictos de
intereses.
La
dinámica de la reconciliación arranca por el reconocimiento de lo que hay que
corregir y perdonar.
Reconocer que se han cometido errores no es espontáneo ni fácil para quienes
gobiernan ni para quienes adversan al gobierno. Sin aceptar los errores y sus
causas es imposible avanzar en el camino de la reconciliación y la paz, por eso
la invitación a salir al encuentro como lo hace el hijo menor de la parábola
citada más arriba al reconocer su error, como lo hace el hijo mayor cuando
acepta celebrar el regreso de su hermano y lo hace el padre saliendo al
encuentro de cada uno para ponerlos en el camino de sanar las heridas y
construir la fraternidad, el futuro novedoso.
Para
quienes compartimos la fe en Jesucristo el anuncio pascual nos confirma que por
el perdón son posibles los nuevos cielos y la nueva tierra.
San
Cristóbal, 4 de mayo de 2014
Sobre variantes de esta idea de pueblo encuadrado,
es decir, organizando a través de la estructura, disciplina, ideología y
propuesta de gobierno de los partidos, se basó la lucha por la democracia en el
siglo XX venezolano que dio lugar al Sistema
de Conciliación de Élites y Partidos Políticos que se constituyó en el
régimen político legítimo por el que se tomaron las decisiones políticas entre
1958 y 1998.
Cfr, Lisette González: http://conjeturasparallevar.blogspot.com/2014/04/la-clase-media-y-la-crisis-politica.html (consulta 2 de mayo de 2014). Según
sus cálculos, la “clase media” oscila entre el 19.7% de la población
venezolana. Los que viven en situación de pobreza son el 39.9% pues considera
al 35,1% como población vulnerable por cuanto tiene actualmente un nivel de
ingreso por encima de la línea de la pobreza pero no sostenible en el tiempo
por su dependencia del gasto público y la erosión del ingreso que causan los
altos índices de inflación.
Se
ha puesto de manifiesto la existencia de diversos tipos de grupos armados
irregulares: los que apoyan al gobierno, los que se le oponen, los que
defienden sus intereses directos en las actividades ilegales grandes o
pequeñas. ¿Se quedarán de brazos cruzados estos grupos si la confrontación se
convierte en el camino para dirimir los conflictos existentes?, ¿Cuál es el
costo social y político de una actuación abierta de estos grupos?, ¿Cómo y
quién los desarma?
Los temas de una agenda para la negociación política están bastante claros. Los
puntos de largo aliento son la institucionalización del espacio público, las
medidas económicas estructurales y la libertad de expresión. La seguridad ciudadana, el desarme y la
liberación de los detenidos y enjuiciados son puntos en los que los acuerdos
pueden condicionar la gobernabilidad a corto plazo.