Don Alirio
Pérez Lo Presti, Don Mariano Nava Contreras y yo solemos reunirnos a tomar café
en un conocido sitio de Mérida, y hablamos de libros, de autores, de política,
de la universidad, y de la vida en general. Ya perdí la cuenta del tiempo que
llevamos haciéndolo, pero para nosotros tal circunstancia es importante, porque
nos reencuentra como colegas y amigos (también como escritores y articulistas);
como seres que buscamos puntos de encuentro para ejercitar el antiguo arte de
la dialógica. El jueves de la semana pasada quedamos en vernos a eso de las 11
de la mañana, pero Alirio llegó primero y me envió un mensaje de texto para
preguntarme si podía acercarme más temprano al café para ganar media hora.
Afortunadamente ya estaba muy cerca del centro comercial y apresuré el paso, y
allí estaba el amigo sentado, con cara de estar filosofando (es doctor en
filosofía), como macerando algo en su mente, a lo que tenía que darle salida
pronto o estallaría en mil pedazos. Apenas me senté me preguntó sin anestesia:
¿qué opinas del nuevo Premio Nobel? Le respondí mecánicamente: “terrible,
amigo, es una locura que se lo concedan al presidente Santos…”. Alirio me miró
sorprendido y me interrumpió: “no, Ricardo, no me refiero al de Santos, te
hablo del Premio Nobel de Literatura que acaban de anunciar”. Puse cara de
confusión, ya que no había entrado en la web esa mañana y era ignorante de lo
que acontecía. Alirio se rió y con tono irónico, me dijo: “se lo ganó el
cantante norteamericano Bob Dylan”. “¿Qué?” Fue lo único que pude expresar en
un primer momento; luego agregué: “no, Alirio, me estás vacilando, no te lo
puedo creer”. De inmediato mi mente en estampida veloz regresó al día anterior,
cuando la querida colega escritora Mercedes Franco me preguntó en un mensaje de
texto que por quién iba para el Nobel. Mi respuesta fue inmediata: “me agarras
fuera de base. No sé si el narrador de italiano Claudio Magris esté nominado en
esta oportunidad, de ser así podría darnos una sorpresa”. Ella me dijo que iba
por el autor japonés Haruki Murakami. Mi mente volaba en ese instante y me
negaba a aceptar la realidad. Entonces Alirio me repitió la noticia, pero esta
vez con cara de circunstancia, casi de gravedad: “lo ganó el cantante Bob
Dylan”. Debo confesar que en medio del estupor tuve una ocurrencia: “si de
compositores se trata se lo merecía entonces Juan Gabriel, cuyas letras (todas
verdaderos poemas) enamoraron durante décadas a miles de parejas en América
Latina, pero como está muerto ya nada se puede hacer”. Alirio asintió con el
rostro más distendido y me dijo: “el Premio ha cambiado, Ricardo, la dinámica y
el devenir de los tiempos ha traído esta sorpresa (seguramente pensaba en
Heráclito)”. Cuando Mariano hizo su entrada al café lo recibimos con la
noticia, y como buen maracucho lo tomó por el lado jocoso y nos reímos a más no
poder.
A todas
estas (cuando escribo la crónica) el señor Bob Dylan no se ha dado por enterado
del fulano Premio Nobel (displicente el cantante). Ya la secretaría de la
academia sueca desistió de llamarlo, aunque ratifica que es Dylan el dueño del
galardón. No sé, pienso yo, de pronto el cantautor la da por renunciar al
galardón (tal vez no esté cómodo con él) y tengan que hacer otra ronda, o lo
declaren desierto. Tal vez haya llegado el momento de nominar a un criollo a
tan codiciado reconocimiento, y como el Nobel está en la onda musical podamos
nominar a nuestra Lila Morillo (diría Don Mariano), que ha hecho llorar a más
de uno frente a la rocola. Mientras tanto, releo el libro que en el 2012
publicó Enrique Vila-Mata, a propósito de Bob: Aire de Dylan.
Ni mandado a hacer, diría mi madre, porque el tipo se está
dando su airecito.
Publicado por Don Ricardo
Gil Otaiza en el diario El Universal de Venezuela el 20 de octubre de 2016
@GilOtaiza
@MarianoNava
@perezlopresti
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