Pescando por
los lados de El Yagual, en el Estado Apure, vi un grupo grande de personas
atravesando un río repleto de pirañas. La primera vez que presencié tamaña
hazaña me impresionó mucho porque sé lo peligrosos que son esos peces. Lo
cierto es que, si no hay sangre, las pirañas no son atraídas. En el invierno
llanero, cuando la sabana se anega, al ganado se le reblandecen las pezuñas y
puede que sangre. Ahí las pirañas aparecen y desguazan vivas a las reses. Verlo
es asombroso o monstruoso, por el grado de salvajismo y la velocidad conque
devoran la presa. Hace poco, un familiar cercano perdió el pulpejo completo de
un dedo índice cuando trataba de quitarle el anzuelo a una piraña que había
pescado. Es que hasta fuera del agua son peligrosas. ¿Cómo salvarnos de un
ataque de pirañas si sangramos en la mitad de un río?
Pirañas y
gastronomía
Bien
preparadas, las pirañas son una exquisitez. Tengo la buena experiencia de haber
comido bastante piraña en mi vida. Generalmente se acompañan de cachapa y si se
fríen bien, en aceite de maíz, se pueden comer en su totalidad, pues quedan
completamente tostadas. Hace ya algún tiempo que viví en esas tierras
extraordinarias y llenas de misterio, en donde lo humano se diluye en una
naturaleza de verdores incandescentes y beldad irreal, probablemente tan
indescriptible que solo la podemos recrear cuando verbalizamos las emociones
que nos genera el encantamiento del lugar. Ir de San Fernando a Achaguas era un
buen paseo, el cual se hacía más sorprendente mientras más nos íbamos
internando en esas tierras. Bastaba con ser invitado a un parrando para
entender que la puerta a los placeres mundanos estaba en las riveras del río
Arauca o ser convidado a un sancocho de Curito, para que durante varios días la
gente supiera que uno se había saciado probando esos extraños peces que dejan
la piel aromática durante días. ¡Usted huele a Curito, caray!
Lo bueno y
lo malo se juntan
Después de
alguna incursión inicial en la cual alquilé una platabanda con medio techo y
una hamaca, pude conseguir una buena casa en donde descansaba, leía y escribía.
Vivía a dos cuadras de un importante centro nocturno en el que confluían
excepcionales artistas del contrapunteo provenientes de las más lejanas
profundidades del llano. Hombres y mujeres se batían en las noches en duelos de
ingenios en los que Florentino y El Diablo se veían una y otra vez la cara,
como si fuese una historia imposible de dejar de contar. La capacidad de
improvisar cantando es un arte bien cultivado y tenido en alta estima en ese lugar
del mundo. A mí me dejaba boquiabierto el poder disfrutar de tanta pasión
reunida en un mismo lugar. Era un espacio irreal y un tiempo muy aprovechado
que hace sus incursiones de vez en cuando en mi memoria diaria y me asalta por
sorpresa en mis sueños cotidianos. De Apure recuerdo la savia de la vida, que
emergía en cada encuentro con la gente bondadosa y alegre que me abrió las
puertas y de la locura cotidiana propia del hombre que se disocia al entrar en
contacto con las fuerzas de la naturaleza al punto de fusionarse con las
mismas. Demasiada intensidad junta. Esa fuerza que emerge de la confluencia
entre lo humano y la naturaleza parecía ir más allá de una dosis de misterio y
terminaba por parecer una suerte fenómeno sobrenatural que se asumía con la
tranquilidad de quien decide contemplar el atardecer. Así va transcurriendo la
vida, entre la plenitud de aquello que no deja de sorprendernos y la serenidad
que transmite la furiosa sabana: Una paradoja perfecta.
La vida y
sus caminos
Quisieron las circunstancias que después de mi estadía en el llano y sus entrañables enseñanzas, terminase viviendo en la ciudad de Caracas. Viví con el confort del citadino que se dedica a aprovechar las bondades de la gran capital y sabe sacarle el jugo al asfalto y las torres de concreto como si fuese una mina de oro con muy pocos filones. Después de haber vivido un largo rato en tierras de aventuras por montón, la ciudad era la puerta para asumir otras maneras de mostrar nuestra inclinación por el buen vivir. Sin embargo, los recuerdos me perseguían para hacerme feliz por haber experimentado situaciones y atrapado enseñanzas que en otras condiciones no hubiese podido. En ese juego íntimo de ingenios y metáforas con las cuales suelo lidiar, cuando no probar hasta dónde puede llegar el alcance de mi imaginación, no dejo de ver a ese grupo de personas atravesando un río lleno de pirañas. Hombres, mujeres y niños, personas de todas las edades, cruzando el río como si no existiese peligro alguno. ¿Cuál es el arte u oficio de vivir? El arte es no sangrar durante ese trance en medio del agua, con piedras afiladas en el fondo y la posibilidad de lastimarse tras una caída. La vida vista como la habilidad de atravesar un río sin derramar una gota de sangre o las pirañas nos devorarían en segundos. Así lo sigo creyendo y así sigue apareciendo en mis sueños.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela, el 27 de julio de 2021.