Los andinos
la llamábamos cometa mientras que, en otras partes del país, papagayo. En otros
lados los llaman barrilete, chichigua, chiringa, culebrina, milocha, pandorga,
papelotes, piscucha, volantín, en fin. A veces se hacían unos enredos con el
pabilo, que podía obligarnos a tener que cortarlo. Las volábamos en los meses
de vacaciones, en la Mérida de briosos vientos durante julio, agosto y
septiembre. Los más competitivos le colocaban hojillas en el largo trapo que
les servía de cola y las rivalidades entre grupos solían estar presentes, sin
embargo, no era la mayoría. Como vivía al norte de la ciudad, en la misma calle
nos poníamos a jugar entre familiares cercanos, tratando de llegar lo más lejos
y alto posible. Si por poca pericia al elevarlas, o porque el viento nos
superaba y se rompía el hijo, iban a parar hacia El Valle y las perdíamos para
siempre.
Recetas
naturales
En el
recetario de las comprensiones de las cosas que nos circundan, los lugares
comunes suelen ser una constante. Por ejemplo, en un debate entre dos personas
de pensamiento antagónico, cada uno esgrimirá los argumentos basados en el
conjunto de ideas que hacen que un constructo particular tenga sentido. Dicho
de otra manera, cuando se cree en un ideario, la realidad debe calzar con el
mismo. El hombre con ideales pareciera forzar la pieza del rompecabezas y trata
de que calce casi a la fuerza. La realidad queda anulada por lo que se desea
como realidad y la receta de rigor trata de explicar con sencillez las cosas.
Los ideales, de esta manera, terminan por castrar el pensamiento y eliminan la
capacidad de interpretar libremente. Quien sigue a pie juntillas un ideal no
está pensando. Solo repite como un papagayo (en este caso el ave), lo que por
impostura es la realidad, lo cual lleva irremediablemente a falsas
interpretaciones de las cosas. En general, quienes hacen interpretaciones del
mundo con basamento en “ismos”, no logran atrapar la esencia de la realidad.
Consensos y
disconformidades
Un prejuicio
podría ser el juicio previo que nos formamos con relación a un asunto en
particular. Pensando de esta manera, lo que predomina en lo discursivo es
esencialmente prejuicioso y carente de reflexión. Lo consensual puede ser tan
destornilladamente errático que una persona medianamente congruente con las
cosas en las cuales deposita sus creencias puede declararse simple y llanamente
contraria a lo consensuado, a lo que piensa la mayoría. De esta manera se van
creando matrices de opinión y puntos de vista que quebrantan esas matrices. La
historia, por ejemplo, tan controvertida y distorsionada por quien funge de
observador o protagonista de esta, inexorablemente va cambiando con el paso del
tiempo en la medida que van apareciendo aristas que la van complejizando. Así
pasa con casi todas las cosas que creemos conocer. Se trastocan porque al
tratar de mirarlas con nuevos lentes, van apareciendo elementos que
inicialmente no habíamos visto. De esa manera se crea la sensación de que la
realidad va mutando. De las cosas más interesantes que existen en la
contemporaneidad es la presión social que ejercen las nuevas tecnologías y la
propensión al pensamiento dicotómico y su máxima expresión de bestialismo: “Si
no estás conmigo estás contra mí”.
La búsqueda
de la verdad
Es difícil
no ser atrapado por el deseo de saber qué realmente es lo real. Forma parte de
lo más elevado de lo humano y ha significado la mayor expresión de lo que
somos. La búsqueda de la verdad también va de la mano con enfrentarse a
miserias de la cotidianidad. Al intentar conocer un fenómeno particular, poco
nos sirven las ideas preestablecidas y erráticamente consensuadas. Cualquier
ejercicio intelectual requiere elevación de miras y asumir que se puede
intentar ver la torta completa. Esa cosa fascinante, que es tratar de encontrarle
la veracidad a las cosas, nos conduce a tener que desprendernos de la
fosilización del pensamiento. Consignas y eslóganes no son propios del hombre
que aspira desentrañar aquello que llama su atención. Desesperados por tratar
de comprender las cosas, el camino fácil de los recetarios ideológicos
representa la tentación de quien se resiste a esforzarse en pensar un poco. Las
ideas van de la mano con grandes esfuerzos por intentar comprender los
fenómenos en los que estamos inmersos. En el siglo XXI, suerte de dicotomía
entre lo más avanzado de lo humano a la par de prácticas bárbaras, pareciera
que se va solidificando una rigidez colectiva del pensamiento en donde solo
aparecen dos opciones: La mía y la de los otros. Esa forma tan pobre de ver la
existencia es el espíritu de estos tiempos, en los cuales la inteligencia en su
mejor expresión debe lidiar día a día con las posturas más exaltadas. Rivalizar
o encontrarse con fanáticos es la regla. Quizá al final avance la capacidad de
conquistar espacios a través del esfuerzo intelectual y no sea la fiereza con
sus ideas de paquete lo que se imponga.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 20 de julio de 2021.
No hay comentarios:
Publicar un comentario