Incluso
para un merideño, en Santiago de Chile hace frío en invierno. Mi esposa tiene
la generosidad de traerme una nueva taza de café mientras escribo y frente a mi
computador, el cielo se va despejando, dejando que se asome con toda su
blancura la Cordillera de Los Andes. Ante la contrariedad haber dado por
perdida mi biblioteca, construida durante décadas, he resuelto valerme de los
libros que me ofrecen las instituciones públicas y poco a poco reconstruir una
nueva selección de textos. Esta vez, sin dudas, los que hayan pasado por el
duro filtro de la selección de quien ha dedicado un buen tiempo de su vida a
leer.
Antes
leía lo que me caía en las manos o literalmente iba de compras a las librerías
como quien va al supermercado. Por estos días me interesan más los libros de
historia, las biografías, las grandes obras de la filosofía y por supuesto, la
literatura. En particular, los textos literarios me cautivan, tanto las novelas
como los cuentos. De muchacho leí mucha poesía, no siendo una prioridad en
estos tiempos. Cierta actitud contemplativa en mis horas de ocio ha permitido
cultivar mi interés por el asombroso mundo que nos circunda, tanto el universo
de la naturaleza, como los espacios que el ser humano le arrebató a la misma:
Las ciudades.
Naturaleza
en el corazón
Desde
muy temprana edad comencé a subir montañas. Ya adulto y con buenos equipos, desafiaba
a la naturaleza y me probaba a mí mismo las veces que podía. Me metía en los
páramos merideños, siempre a más de 4000 metros de altura, hasta durante una
semana, en la más absoluta soledad y comunión conmigo mismo. En algunas
ocasiones me tornaba caviloso y solía rumiar en torno a ciertas ideas, pero la
mayor parte del tiempo, en las montañas, no pienso. Literalmente mi cerebro
queda como si atravesase una insólita inercia que me permite disfrutar de forma
apacible y tranquilo. Una suerte de rara paz que ninguna otra satisfacción
personal me ha generado. Esa paz se ha visto menguada, luego de casi cincuenta
años caminando, al punto de que mis rodillas ya acusan los daños de esas
infinitas y espléndidas caminatas. Mi tendencia a deslumbrarme por el contacto
con la naturaleza ha sido parte de lo que soy. He estado en peligro muchas
veces y lo he asumido con estoicismo. De la desesperanza surge el
encandilamiento de las pasiones y fallan las ideas. Un buen montañista es por
encima de cualquier cosa, un ser capaz de controlar sus emociones. Esa
experiencia la viví con la intensidad con la cual asumo la vida.
Ciudades
y encantamientos
He
tenido la fortuna de viajar. Unas veces porque he tenido que cambiar de hogar,
otras por trabajo y la mayoría de los viajes por gusto. El placer de los viajes
es sin dudas una condición que fortalece el carácter y permite disfrutar,
conocer, pero por encima de cualquier cosa: Comparar. Una vez, caminando por
una montaña muy hermosa, cerca de Bailadores, en Venezuela, vi un sendero que
me llevaba a otra montaña que me pareció tan bella que me sentía en otro mundo.
De frente venía una anciana que llevaba un quintal de leña en la cabeza y sin
poder evitarlo, le comenté que me parecía muy hermosa la montaña que estaba
viendo. La vieja, enfurecida, me dijo que había padecido la maldición de haber estado
toda su vida en el mismo sitio y que no conocía mayor infierno que el tener que
ver ese paisaje todos los días de su existencia. “-¡Voy a morir sin conocer
mundo!”, me gritó y siguió su camino.
Pienso
lo mismo que ella. Si algo da entendimiento y capacidad de desarrollar una sana
perspectiva del mundo es la posibilidad de viajar y en esos viajes,
inexorablemente iremos conociendo ciudades, algunas de las cuales querremos no
recordar y otras quedarán tatuadas en nuestros pensamientos. Podría nombrar
tantas y las aventuras y sorpresas que en cada una de ellas he vivido, que bien
pudiese dedicarme a la crónica propia de los que trabajan en recrear sus
viajes. Viajar es una manera de vivir, de alejar el tedio y de aprender. Por
encima de cualquier otra forma de experiencia, en cada viaje y en cada ciudad
que visitamos, se nos impregna un espíritu que constituye la esencia de ese
poblado, de sus habitantes, de sus costumbres y sus diferentes formas de
conducirse. El viaje es la punta de lanza de la posibilidad de ser universal.
Epílogo
de un pasajero
En los
viajes podemos conocer las más increíbles personalidades. Así lo he
experimentado y de los lugares más insólitos han surgidos grandes amistades. Tendiente
a ser selectivo con la posibilidad de desarrollar afecto hacia las personas, es
en los parajes montunos y urbes contaminadas donde he podido compartir y
desarrollar grandes vínculos interpersonales. Una cosa ha llevado a la otra. La
amistad forma parte de las grandes virtudes humanas y el cultivo de la misma,
requiere de paciencia y mesura. Cultivar una amistad es como sembrar una
planta, que requiere invertir energías, así como sus necesarias dosis de alegrías.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 30 de junio de 2020.