martes, 31 de agosto de 2021

Fundamentos de un ascenso

 


He estado comprando nuevos equipos para subir montañas. Frente a la enorme ciudad de Santiago, la Cordillera de Los Andes invita a recorrer uno y otro espacio que nos transporta a nuevas cumbres, a inmensidades desconocidas que cada día nos hacen la invitación para adentrarnos en ellas y ante las cuales es difícil no sucumbir. Como la cabra, que tiende al monte, de esa misma manera, ciertas aficiones o pasiones nos atraen y seducen de manera recurrente, sin poder negarnos a descubrirlas, una y otra vez, en cada una de sus singularidades. La pasión por subir y bajar montañas me viene de muy temprana edad, al igual que la propensión a viajar y adentrarme en los maravillosos laberintos de la lectura. En esa trilogía de opciones: Montañas, libros y viajes, invierto buena parte de mi vida.

Botas nuevas y un par de libros para viajar

Necesitaba unas botas nuevas a las cuales se les pudiera acoplar unos buenos crampones y las conseguí luego de una acuciosa cacería. En el mismo centro comercial y ante la inminencia de un viaje, necesitaba un par de libros que me acompañasen en esta nueva aventura. Escogí dos textos para releer, en ediciones reconocidas, tapa gruesa y buena letra: La Odisea de Homero y El Príncipe de Maquiavelo. ¿Cómo no sentirse acompañado de la primera novela moderna, que antecede al propio Quijote, en la cual un héroe tiene que sortear las más enredadas aventuras para regresar a su hogar, luego de haber destruido a una ciudad? Más o menos de eso trata La Odisea, además de recrear las vivencias de un migrante que se encuentra completamente desarraigado en un lugar en el que no desea estar, acompañado de personas con las cuales se encuentra forzado a compartir su tiempo, que le está siendo robado, amilanándose sus energías.

Grandes luchas cotidianas

¿De qué tratase la esencia del arte de vivir si no tuviésemos esos espacios necesarios para hacer lo que nos place? ¿Qué fuese de la vida si además de pesadumbres no tuviésemos la posibilidad de ser los dueños de un pedacito de nuestros destinos, por más trabas que pareciera ponernos el caudal de la vida? La Odisea representa muchas aristas de tantas posibilidades en las cuales la tragedia da paso a la victoria y al amor. Del Ulises vencedor de Troya al hombre de familia que quiere volver a su hogar con Penélope, la mujer amada y Telémaco, su aguerrido hijo solo existe la delgada línea divisoria, que no es tal entre el héroe y el hombre, que mientras más humano se va haciendo, más brilla su heroísmo. La partida y regreso a Ítaca es una hazaña, como también es una metáfora perfecta, con moraleja incluida sobre la grandeza humana y las míseras formas de enfrentar lo cotidiano con altivez, astucia e inteligencia. ¿No somos todos Ulises de una u otra forma cada vez que ponemos nuestro empeño en conquistar una causa?

Manual para cruzar la calle

El Príncipe de Maquiavelo es un libro para aprender a cruzar la calle. Escrito con la desenvoltura de las grandes genialidades de lo civilizatorio, expone de manera clara y sin ambages el arte de vivir en sociedad, de lidiar con los demás y de conseguir logros. También es la mejor obra que existe sobre el poder, la posibilidad de alcanzarlo, el arte de dominarlo y divide la historia de la vida común en un antes y un después. Es muy difícil no fascinarse por su legado, en cada página llena de los más sustanciales preceptos para entender en qué clase de barrio estamos parados. La primera vez que lo leí entendí que se había creado una relación de afecto y gratitud con el genio de Nicolás. De esas relaciones en las cuales se debe volver tarde o temprano, como quien se hace un chequeo oftalmológico para saber si debe cambiar la fórmula de los lentes para ver mejor. De eso va ese texto, que en realidad es un librito o un diminuto manual sobre el arte de vivir de manera salubre, sin posibilidad de dar cabida a sorpresas desagradables o sustos innecesarios.

El próximo vuelo

Homero y Nicolás son reconocidos por exponer los alcances siempre sorprendentes de las dimensiones de las cosas a las cuales nos atrevemos las personas. Una partida es también una bienvenida y el último vuelo es el que más recientemente hicimos, no el que vamos a hacer. Es tan propio de lo humano el movimiento como el tratar de anclarnos en aquellos aspectos que nos permiten trascender una y otra vez en nuestro mundo interior, utilizando la excusa del viaje. Ulises se encuentra con El Príncipe en un avión y conversan sobre los vericuetos del camino que transitamos, que en realidad no tiene nada de original, salvo la actitud con la cual acompañamos cada paso que vamos dando. Conversan apaciblemente, tomando un buen vino que excepcionalmente estaba destinado para ellos en clase turista. Ulises ordena pescado con frutos del mar para el almuerzo mientras El Príncipe se decide por un steak pimienta. Debajo, el mediterráneo se ve inmenso desde las alturas que estos dos hombres son capaces de alcanzar.


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 31 de agosto de 2021.

domingo, 22 de agosto de 2021

La hora de picar trozos pequeños

 


Hace unos años que migré de Venezuela. En general, la experiencia ha sido para bien. Pude darles mejores oportunidades a personas amadas, me vinculé con otros ámbitos y sus espectros circundantes, pude satisfacer necesidades propias de quien se explaya en cultivar el placer de vivir y por encima de cualquier cosa, he reformulado una y más veces la esencia del arte de existir. A veces, en las noches del sur, mi esposa me pregunta qué saco de conclusión de cada vivencia en otras latitudes y la respuesta se estrella una y otra vez con sus expectativas: “-Nada que no supiera”. Cuando miro hacia atrás solo veo una eterna repetición de lugares comunes y de ingenio, para poderlos hacer trascendentes. En eso más o menos se nos va el tiempo, en la reformulación de experiencias propias de la cotidianidad.

La carne crudita

Hay cortes de carne que sería una herejía cocinar, como el hígado de cordero. Estaba recordando esa exquisita carne mientras pensaba que sería una monofonía al infinito si no ocurriesen dos cosas: El cambio de los espacios y la inexorable dimensión del tiempo. En eso más o menos estaba elucubrando, cuando rodeado de mis más cercanos con sus virtudes y con un asado de palanca uruguaya con Corona (la cerveza, no el virus), se me pasó por la cabeza comerme la carne totalmente cruda. No tendría nada de especial excepto que no había probado ese corte de los legendarios vacunos del país suramericano. La cosa es que la dejé cruda y gruesa y cuando con hambre acumulada por los trajines de la jornada, corté un trozo tan ancho como crudo que casi ni mastiqué, el mismo se fue lenta y reposadamente a alojar en la mitad del lugar donde confluye el aire a mis pulmones. Fue una atragantada inédita y reveladora. Inédita porque jamás en mi vida me había atorado comiendo y reveladora porque casi muero.

Muerte natural

Hubiese sido una buena manera de morir: Comiendo. Tal vez así le ocurrió a Epicuro en El Jardín, mientras se bañaba en “la piscina”, rodeado de dilectos amigos y seguidores de sus ideas. Lo cierto es que desde hace muchos años cultivo dos disciplinas que me previenen de situaciones impredecibles: 1. El subir cerros. 2. El aguantar la mayor cantidad de tiempo sin respirar bajo el agua. De mi primera afición me quedó una buena condición cardiovascular y una artrosis severa de rodilla por la cual cojeo. De la segunda afición no tenía idea en qué me podía servir. Lo cierto es que eso de andar aguantando el aliento bajo el agua es de extrema utilidad. De hecho, lo voy a seguir cultivando como una disciplina que practicaré a diario. Con el pedazo de carne atravesado en la garganta, recordé mi récord cuando aguanto la respiración, así que el primer minuto pasó sin parame de la mesa. Traté de bajar el trozo con el peso de la gravedad de un buen buche de cerveza y la regurgitación fue inminente, lo cual provocó que quienes comían conmigo literalmente se paralizaban porque se daban cuenta que no estaba respirando y el color de mi rostro había cambiado. Para calmar a mis acompañantes me puse de pie y les hice un gesto de tranquilidad con la mano. Los segundos se hacían una eternidad y el nerviosismo colectivo no iba a más porque yo estaba sereno. “-¿Necesitas que te haga la maniobra de Heimlich.” Me preguntó con mucho respeto y cara de espanto una sobrina que estudia medicina, a lo que le respondí con una ligera negativa. Los segundos iban sumando.

Resucitación natural

En muchas ocasiones intentamos aliviar la carga y nos sumergimos en un montón de fantasías para sobrellevar el peso de nuestra existencia: Que si la fantasía de si hubiésemos tomado otras decisiones nuestras vidas serían mejores, que si hubiésemos migrado al norte y no al sur el asunto sería distinto; que si acá la cosa no está bien y allá está mejor. En cuestiones como esas se les va el pensamiento a muchos, como voces vacuas que parasitan mentes. ¡Yo solo quería volver a respirar! Me parecía que el trozo de palanca uruguaya estaba atascado, así que, en un alarde de concentración y autoconocimiento de mi digestión, me concentré para realizar una serie de movimientos que llevasen el trozo de carne al estómago usando la fuerza de mi garganta y mi esófago. En ese momento sabía que no contaba con tanto tiempo, así que la concentración necesariamente fue total, luego de pasearme por la posibilidad de practicarme a mí mismo una traqueotomía. El pedazo fue bajando lenta y muy dolorosamente por toda la longitud del esófago hasta que sentí que llegó al estómago. Aspiré la bocanada de aire más larga que he dado en mi vida y la tranquilidad inundó los espacios en los que me encontraba. Un largo, larguísimo trago de Corona corroboró que por lo menos me había elongado (o roto) las fibras de la parte de arriba de mi aparato digestivo, el color de la vida me volvió al rostro y el susto se fue disipando entre quienes me acompañaban. Abrazos, aplausos y besos me inundaron. Otra vez estaba vivo.

 

Publicado el diario El Universal de Venezuela y otros medios, el 22 de agosto de 2021.

domingo, 8 de agosto de 2021

Güisqui 12 años con agua de coco

 


Por razones de comodidad, viajo con un morral, buenas botas, ropa de montaña y un sombrero de tela. Como cualquier montañista, me adentro en cada aventura con bastantes amuletos y collares. Eso genera la impresión de que vengo de un lugar como Venezuela, o algo así. Un área especialísima de la cirugía es aquella en la cual se realizan intervenciones al cerebro, cortando, cauterizando o modificando ínfimas estructuras o tejidos que llevan consigo conexiones entre un lado de nuestra parte pensante a la otra. Este tipo de intervenciones las realizan los neurocirujanos, algunos de los cuales muestran logros extraordinarios, como minimizar las crisis de epilepsia en casos graves o intervenir en algunas enfermedades mentales cuya evolución minimiza la posibilidad del sujeto de hacer una vida medianamente adaptativa en el espacio y el tiempo que le toca estar.

Cortando cerebros

El surgimiento de las especialidades es un asunto propio del avance de lo civilizatorio, en donde con el tiempo se van generando subespecialidades de las subespecialidades, configurando expansiones del conocimiento a las cuales le perdemos la pista. La idea de que una persona dedique su vida a cortar minúsculas conexiones de partes del cerebro es un asunto que tiende a generar admiración, temeridad, cuando no cierto halo de desconfianza. Lo cierto es que ahí estaba de pie el neurocirujano inglés, sonriente y conversador, en un evento de carácter científico al cual acudí como invitado. Tenía un libro de su autoría en la mano, cuya casuística era de mil quinientas personas que habían sido intervenidas quirúrgicamente por él y su equipo.  Me encontraba de número cincuenta en la fila para solicitarle una dedicatoria en su texto. El neurocirujano se había ganado el reconocimiento o interés por parte de la comunidad científica, además de un par de premios.  Luego de un rato, que se pasó ligero, por hallarme conversando en la cola con una colega, llegó mi turno y el inglés con su impoluta pronunciación me preguntó mi profesión y de dónde era. Me acomodé el sombrero y cuando le dije que era de Venezuela mostró gran emoción y comenzó a hacerme una serie de preguntas que conforme yo respondía, más avivaban su curiosidad.

Where are you frome?

En muchas ocasiones, durante mis viajes, las personas muestran curiosidad por el país donde nací y hacen las preguntas más variadas y extrañas. En ocasiones también son interrogantes francamente desconcertantes. El neurocirujano no fue la excepción y comenzó a hacerme una gran cantidad de preguntas. “-Por televisión he visto unas máquinas taladrando el suelo en la parte de atrás de las viviendas de Venezuela. Entiendo que se llaman balancines petroleros. ¿Usted tiene una de estas máquinas? -Por supuesto, contesté ni corto ni perezoso. Hay tanto petróleo que allá tenemos de esos balancines en los patios de las casas.” El hombre se acomodó los anteojos y se mostró muy interesado en el asunto, por lo que siguió preguntando. “-¿Y cómo le ha ido con eso de tener un pozo petrolero en su solar? -A lo que le contesté: En realidad es un problema con los zapatos y la limpieza de la casa- ¿Los zapatos?, interrogó extrañado. -Sí, porque uno se llena de petróleo cada vez que sale al patio y la verdad es que es sumamente desagradable. Tengo que comprarme zapatos a cada rato porque se pega el petróleo en las suelas. Además, la casa siempre está sucia.” El neurocirujano estaba fascinado con mis respuestas, lo cual le abría aún más el apetito de su curiosidad y ya yo no podía dar marcha atrás en eso de generar interés por un lugar que es trascendente por su belleza, su cultura y sus excepcionales personalidades.

Historias de la vuelta al mundo

Siguió preguntando sobre esto y lo otro. Que si es cierto que el calor del petróleo calentaba tanto el suelo que se podía freír un huevo simplemente colocando un sartén en el piso, que si lo tequeños eran de mi tierra, que si es verdad que dormíamos en chinchorros, que si tomábamos el mejor de los Whisky de escocia con agua de coco, que si bailábamos al aire libre hasta el amanecer, que si las playas eran las mejores del mundo, que si celebrábamos la vida sin tener un motivo, que si alguien en mi familia había sido Miss Venezuela, en fin, cada pregunta tras otra era una puerta que invitaba a imaginarse una especie de paraíso de curiosidades que estaban ubicadas al norte del sur del continente americano, con el caribe a boca de jarro y la gasolina más barata que el agua de grifo. Así nos veía el inglés y no pude sino abonar para que su imaginación siguiese volando, poniéndole color al asunto, con un nivel de exageración que visto en el tiempo no era tanto. En fin, que el sujeto se entusiasmó de tal forma que me dijo que sus próximas vacaciones serían en mi país y nos despedimos con un fuerte apretón de manos no sin antes pedirme que me tomase una foto con él, para poder decirle a sus amigos que había conocido a un venezolano.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 10 de agosto de 2021.

lunes, 2 de agosto de 2021

La identidad, la verdad, el amor

 


Es llamativa la historia personal del escritor checo Milan Kundera. Luego de haber desarrollado una sorprendente obra, siendo nominado varias veces al Premio Nobel de literatura, se ha mantenido prácticamente retirado de la vida social que en ocasiones empobrece el mundo interior de las personas. Alejado de la prensa y los medios de comunicación desde hace años, Kundera nos deja un legado que a mi juicio va a sobrevivir el duro dictamen del olvido. Es un escritor universal, cuyos libros, a raíz del resurgimiento de algunas ideologías que se consideraban muertas, cobra más vigencia que nunca.

Desde el nicho a la eternidad

Dos veces expulsado del Partido Comunista, su trabajo está marcado por el cambio de pensamiento del hombre atribulado del siglo XX, que ve la desaparición de un tiempo para dar cabida a una manera de reflexionar distinta, que obliga al hombre de ideas a mirar hacia adentro, a hacer un genuino acto de introspección y dar más contenido a la dimensión íntima que marca y condiciona nuestros actos. En 2005 aparece un ensayo en siete partes titulado El telón, que es una especie de “hasta luego” del escritor virtuoso y una aparente ¿(pre)despedida? de sus lectores. Texto impoluto, donde ninguna de las ideas planteadas está de más, destacando en el mismo ciertos aspectos, como la relación del hombre con su tiempo histórico y cómo la contemporaneidad de cada uno hace cambios en lo más íntimo del ser; la forma como el hombre se vincula con la historia que le toca vivir y las consecuencias de sus intentos por modificar los acontecimientos. De cómo cierto tipo de política logra llegar a tocar y trastocar las fibras más sensibles del ser y puede ser imposible escapar de ella, aunque partamos y tratemos de desembarazarnos, pues no hay manera de que no nos alcance. La política como elemento que destruye vidas y da sentido a la existencia de las personas.

Nuevamente: el eterno retorno

En El telón se asoma la idea de que “la repetición” es atinente al artista. De hecho, si queremos ver precisamente cómo una obra evoluciona en torno a un mismo eje, la de Milan Kundera es un clásico ejemplo de ello. Escritores como Graham Greene, García Márquez, William Faulkner, Antoine de Saint-Exupéry y muchos otros, han hecho de su legado literario una gran obra que en realidad es indivisible y si bien se puede afirmar que es repetitiva, también se puede decir que su totalidad forma un conjunto uniforme y único en medio de la diversidad. Este autor muestra su relación con el arte y lo necesario que es para la vida humana, porque es el único camino que permite que nuestra alma sobreviva a la intemperie de lo cotidiano y lo vulgar. Kundera ha escrito ensayos sobre el arte literario y en El telón, la cuarta parte se titula ¿Qué es un novelista? Disertación que permite vincular la estética y la existencia. Para él, las artes europeas, cada una a su hora, levantaron el vuelo de la misma manera, transformadas todas en su propia historia. Éste fue el gran milagro de Europa: no su arte, sino su arte convertido en historia. La historia del arte es para el escritor checo perecedera, mas “la palabrería” del arte es eterna.

Escritores admirados y compartidos

Un aspecto destacable de Kundera es la devoción a la obra de Cervantes, siendo Don Quijote de La Macha una de sus más importantes influencias. El Quijote es venerado y expuesto como la máxima representación de la palabra escrita. El ingenioso hidalgo personifica para Kundera el vértice de la más alta realización humana que plantea tres elementos consustanciales con la vivencia humana.

1) La identidad, pues a fin de cuentas un hidalgo de aldea, Alonso Quijano, dice ser quien no es y trata de cambiar el mundo, como lo han hecho y siguen haciendo los humanos que se creen predestinados a realizar grandes obras, en un alarde de desconocimiento de sí mismo y de las circunstancias. A todas estas ¿Quiénes somos?

2) La verdad como simple consenso, independientemente de que trastoque lo que pretendemos que es real. Una bacía de cobre, por votación, termina siendo un yelmo. Don Quijote se resiste a tomar el yelmo por una bacía. Se somete al voto secreto y en una broma, los parroquianos cambian “por consenso” lo existente.

3) El amor como “idea” de amor. No el cuestionamiento a los amantes, sino al amor, porque ¿Qué es el amor si se ama a una mujer sin conocerla? ¿Una simple decisión? ¿Una imitación? Si desde la infancia los ejemplos de amor no nos incitaran a seguirlos, ¿sabríamos qué quiere decir amar?

De esta manera, a través de Alonso Quijano, Milan Kundera señala que se ha inaugurado, para nosotros, el arte de la novela mediante tres preguntas sobre la existencia: ¿Qué es la identidad de un individuo? ¿Qué es la verdad? ¿Qué es el amor? La obra de Kundera se defiende sola. Sus libros asoman las preguntas y respuestas de lo que a mi juicio es el legado literario que más satisfacciones me ha generado en estos tiempos que corren.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el martes 03 de agosto de 2021.