martes, 31 de marzo de 2015

“Todo es personal”


Cuando le damos el carácter valorativo a algo, lo volvemos consustancial a nuestra naturaleza. Por ello, cuando hablamos sobre temas inherentes a aquello que atribuimos nivel de “valor”, lo asumimos como personal. La religiosidad, la política y la sexualidad, por ejemplo, pueden ser tres elementos incrustados en nuestro centro íntimo. De allí que se asuman con carácter valorativo y generen asperezas y discordias cuando son cuestionados. Si se nos discute una creencia que tiene el alcance de “valor”, tendemos a rechazar a quien lo hace, porque las creencias, independientemente de cuáles sean, son las que nos dan estructura. El creer nutre las bases de aquello que da ordenación y solidez a nuestro mundo interior, a nuestro centro íntimo. 

En una ocasión una líder espiritual explicaba que su motivación no tenía nada qué ver con ganar dinero; de hecho lo rechazaba. Ella sólo aspiraba lograr alcanzar el reino de los cielos por su manera de actuar. A mí me parece que es la persona más ambiciosa que haya conocido. Querer ganar la eternidad a través del servicio a los demás es extraordinario, porque muchos han de ser beneficiados con tamaño interés, pero mientras más nobles sean los propósitos, potencialmente mayores serán los escalones inherentes a la avidez de quien actúa de esta forma. Para bien de la humanidad deseamos que así siga siendo.

“Creemos” porque es necesario creer; de lo contrario seríamos proclives a contagiarnos de desesperanza. De esta premisa se desprende una segunda y es que ante la necesidad de convencer a otros, se cae en el terreno de verse conminado a mentir. De allí que las mentiras sean parte de nuestra manera de vincularnos con los demás para no herir sentimientos o concepciones de carácter valorativas. Vivimos, pues, en un mundo de embustes desde que el mundo es mundo. De allí que la mentira es inherente a lo humano, no sólo porque es propia de la socialización y la culturización, sino porque a través de las mentiras logramos sobrevivir. Pudiésemos incluso afirmar que el engaño es consustancial con la supervivencia.

Si a alguien se le ocurriese contar absolutamente todo lo que le pasa por la cabeza para mostrarse totalmente sincero y ajeno a la falsedad, pasaría poco menos que por demente. Es propio de todo ser humano que en su seno exista un mundo público, un mundo privado y un mundo íntimo o secreto.  El mundo público tiene que ver con la imagen que deseamos proyectar o la que inexorablemente proyectamos y es nuestra carta de presentación atinente a la socialización. El mundo privado está vinculado con la forma como nos mostramos ante quienes nos circundan en el terreno cotidiano. El mundo secreto o íntimo, piedra angular y sustrato de la dimensión psicológica, no sólo contiene nuestras desventuras, sino múltiples fantasías. Estas tres dimensiones, pública, privada e íntima conforman aparentes mundos paralelos que causan sorpresa cundo los revelamos o descubrimos.

Con frecuencia escuchamos, tanto en los diálogos de la cotidianidad como en las discusiones más “académicas” que podamos imaginar, esa frase que de tanto escuchar termina produciendo hasta risa: “No es personal… pero…” y ahí le sueltan a uno el guamazo y a duras penas logramos recuperar el aliento. Cuando emitimos un juicio o tratamos de construir un concepto con relación a cualquier cosa, constantemente se trata de un asunto estrictamente personal. Solemos esgrimir argumentos según nuestros intereses o creencias, incluso en el mejor de los casos, emitimos ideas basadas en prejuicios. O sea, es personal.

Fulano me cae mal, mengana es una tozuda, Pedro es un aguafiestas. Todo desde nuestra óptica totalmente distorsionada y personalísima de atrapar cada cosa que nos parece real. Cuando alguno señala ser “neutral”, generalmente es porque tiene temor a opinar o se trata de un simple acto de hipocresía (o adaptabilidad) social. Pareciera que lo más honesto es mantenernos alejados del asunto en cuestión. Algo así como aceptar que desde nuestro personal mundo, eso no nos interesa porque no forma parte de las cosas que cargamos (con todo su peso) en nuestra mente. Me parece más honesto que asaltar a los demás con la consabida frase “no se trata de un asunto personal”.

Cuando un monje se inmola por sus creencias, se trata precisamente de “sus” creencias, o sea, es un asunto personal. Cuando dejamos de amar o amamos en demasía, es un asunto que por demás vale la pena mencionar que es personal. En fin, tanto darle al tema de no personalizar las cosas para que al final tengamos que parecer actores de una comedia mal elaborada. Probablemente algo no nos parezca propio si no nos afecta directamente, pero cuando la cosa se nos acerca, pasa a otra dimensión y lo particular aflora con el mayor de los descaros. El hombre es un animal cundido por lo pasional, por emociones diversas (hasta antagónicas) y atormentado o controlado por sentimientos.

¿Cómo pretender que la cosa no es personal?

  
  


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 23 de marzo de 2015                                                                                                                                                                        

jueves, 19 de marzo de 2015

Historia universal de la envidia


Hace poco fui a una cena “por compromiso”, comí con soltura y me retiré a dormir temprano. Soñé que flotaba en las aguas del mar Caribe y los peces jugaban a dar círculos a mi alrededor. Al despertar recordé unas palabras leídas hace ya mucho tiempo. En el libro intitulado El Aleph de Jorge Luis Borges, se encuentra el cuento Deutsches requiem. Este escrito trata sobre los pensamientos de un hombre que en pocas horas va a ser ejecutado. En el cuarto  párrafo de este texto dice: “Hacia 1927 entraron en mi vida Nietzsche y Spengler. Observa un escritor del siglo XVIII que nadie quiere deber nada a sus contemporáneos”. Es un excelente relato que recrea la pulcritud y erudición desmedida que suele caracterizar los trabajos del escritor sureño.

Lo leí siendo muy joven y todavía recuerdo el efecto que me produjo la frase “nadie quiere deber nada a sus contemporáneos”. Luego Borges, siendo viejo, ciego y reconocido mundialmente como un gran escritor, dijo verbalmente en una entrevista que logré ver: “nadie quiere deberle nada a sus contemporáneos”, lo cual para mí representaba una repetición en sus labios de un párrafo de su obra que me había impresionado. En esta ocasión particular, hacía referencia a la poca disposición que existe entre numerosos escritores de no reconocer méritos ajenos, mucho menos influencias de las personas pertenecientes a su propio tiempo.

Como tantas frases aparentemente escuetas, el “metamensaje” de ésta me produjo un obstinado interés. En casi todas los dichos del habla cotidiana en los cuales se usan generalizaciones (nadie, todos, nunca, siempre, jamás, ninguno, etcétera), se incurre en la posibilidad de aseverar algo en términos radicales, puesto que se estaría “sobregeneralizando”.

Escrutando lo dicho por el gran escritor argentino, hay que admitir que esta máxima en realidad es turbia y delicada, porque se trata de uno de los elementos más oscuros presente en la estructura profunda del mundo íntimo y no tan íntimo de las personas. Es la envidia humana que corroe y se arrastra desde edad muy temprana. La envidia consustancial a lo vil y cruel y ajena a la solidaridad y la compasión.

Es un elemento animal que establece la competencia como mecanismo básico de supervivencia y es exaltada por una socialización en donde lo humanizado dista de estar presente, pues se estimula la competición entre pares de múltiples maneras. Desde muy temprana edad la envidia actúa como elemento de compensación frente a lo carencial, o sea, aquello que no se tiene. Forma parte de una dinámica atinente a la competencia, pero también es un mecanismo de defensa psicológico tan frecuente que explica muchas de las actitudes y juicios que con insistencia se asoman en la dinámica social.

Entre tantas cosas, por ejemplo, los seres humanos tenemos gran propensión a encasillar a los demás. Encasillar nos permite clasificar al otro, pero también a través de la clasificación se minimizan sus virtudes, lo cual es inseparable de la envidia inherente al día a día.

Envidia y sensación de sentirse menos que los demás van juntos, de allí la tesis de Alfred Adler que consideraba que precisamente el complejo de inferioridad era el motor de la historia.  En algunas personas, el sentirse menos que otro actúa como motivación que induce potenciales cambios, los cuales muchas veces son “para mejorar”. Ese es el polo de la envidia que motiva y genera cambios; por otro lado está la contrabalanza en la cual se rivaliza de manera destructiva. Allí no sólo se intenta generar sufrimiento en otros, sino que el envidioso padece de los efectos de sus miasmas viscerales.

Se puede manejar la envidia al entender que existe la propia y la de los demás en una suerte de fuerzas que inevitablemente van de la mano danzando en una dinámica interpersonal y colectiva que se muestra áspera. En ocasiones he percibido tan circundante el elemento propio de la envidia que he sentido deseos de aislarme de algunas personas, mas la vida obliga a que existan relaciones con las cuales no podemos romper, sea porque impere el compromiso o porque la ciudad nos parezca pequeña.

El gran Jorge Luis Borges lo vivió en carne propia. No sólo fue profundamente envidiado y rechazado durante un largo tiempo por sus coetáneos, sino que pudo ver cómo luego de convertirse en una leyenda, otros escritores trataban de escribir como él. En una especie de énfasis intelectual por parecer más borgiano que el propio Borges, se corroboraba una vez más “cómo se rechaza lo que atrae, porque se carece de aquello que lo atractivo posee”.

Volviendo a la cena con la cual comencé este texto, en la misma, una joven hermosa e inteligente, sentada a mi lado, molesta porque el hombre que le agrada no le corresponde, me preguntó: - “¿Qué tiene ella que no tenga yo, Alirio?”

En parte porque tenía mucha hambre y no quería hablar y en parte porque parece irrefutable mi argumento, le contesté: - “A él. Ella lo tiene a él y tú no”.






Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 16 de marzo de 2015.  

viernes, 13 de marzo de 2015

Economía no saca gobierno

Muchos venezolanos, incluyendo influyentes economistas con credibilidad en vastos sectores de la población, habían apostado a que las malsanas prácticas de carácter económico que ha venido implementando el actual régimen, habrían de debilitar al sistema político al punto de generar conflictividad extrema, que terminaría en un fenómeno social de carácter convulso en los sectores más empobrecidos. Se equivocaron. Algunas razones podrían explicar este hecho:

1) Durante los gobiernos de Acción Democrática y COPEI, incluyendo el gobierno de Caldera, se sembró en nuestros compatriotas la idea de que la dádiva y no el estímulo al esfuerzo para el desarrollo del trabajo productivo, era la respuesta que los ciudadanos debían esperar de sus gobiernos. Desde 1958 hasta el día de hoy, hemos sido sometidos a un proceso de condicionamiento social (amaestramiento) en el cual se nos da recompensas por apoyar a un determinado factor político.
2)En 16 años, se fomentó el divisionismo entre conciudadanos. El revanchismo, la envidia, el odio y el deseo de hacer daño a otros minó el alma del venezolano. El discurso divisionista es la más efectiva de las peroratas para mantenerse en el poder. Dividir mantiene el sistema. La unión de los venezolanos sería la debacle de un régimen que opera desde sustratos marxistas. Hay que recordar siempre que Marx fue profundamente influenciado por los trabajos de Charles Darwin. De allí la idea de promover la lucha de clases.
3) El clientelismo político actual es el mayor en nuestra historia. Hemos llegado a casos como el de PDVSA, la gallina de los huevos de oro, que pasó de tener una nómina de alrededor de 20 000 trabajadores a más de 100 000. La dependencia directa del Estado omnímodo hace que el escandaloso número de empleados públicos, en una gran mayoría, sean defensores de un gobierno que les garantiza sus salarios. El hecho de que muchos de estos trabajadores estén contratados y no fijos (política de Estado), garantiza su apoyo al sistema.

4) Ha surgido una nueva clase socioeconómica que no sólo defiende al actual sistema de gobierno de manera visceral, sino que se ha beneficiado directa e indirectamente de los privilegios de ser parte del “proceso”. Esta clase social que emergió rápidamente, puede comprar viviendas en sectores de elevado costo,  ha logrado viajar por el mundo y ha convertido lo "glamoroso" en una manera de vivir.
5) La estrategia de crear “misiones”,  lejos de ser un modelo de seguridad social, se ha transformado en una abominable caja de Skinner. Los venezolanos nos hemos vuelto dependientes del sistema al punto de que las colas para obtener productos básicos ya forman parte de la dinámica de las ciudades. Las personas han perfeccionado métodos para saber cuándo y dónde salir corriendo a conseguir lo básico para la subsistencia. Las filas se han vuelto una especie de “normalidad”, pues al final,  una gran mayoría de los que hace cola durante horas, sale con sus rollos de papel higiénico, sonrisa en labios. Algunos para revenderlo.
6) El petróleo sigue dando para mantener cualquier sistema de recompensas básicas. En Venezuela no hay hambruna. El rol del poderoso aparato comunicacional del Estado-Gobierno ha sido fundamental para que no haya una ruptura política en la nación. El triste papel de las encuestadoras y sus representantes, al sostener la tesis de que la economía acabaría con el socialismo a la venezolana es falsa mientras la renta petrolera siga pagando lo elemental para vivir.
8) Ha sido política de Estado que las formas de conducirse más ladinas hayan invadido el alma de la República. La manera como muchos venezolanos se ganan la vida es sólo comparable a los tiempos más escandalosos de la picaresca. Gente que ha vivido de “raspar” tarjetas en el exterior, de revender desde leche hasta baterías robadas, de apegarse al mensaje político originario de toda una tragedia que premia la mediocridad. La pericia se ha banalizado al extremo de que la improvisación es la norma. El sistema aúpa estas prácticas.
7) Como consecuencia de lo anterior, durante 16 años la viveza se ha exaltado como una virtud, beneficiando a muchos. El pícaro criollo está viviendo la gran fiesta, en donde desde las instituciones públicas hasta muchos ciudadanos de a pie, forman una pared impenetrable a mínimos preceptos de carácter ético. Las coimas y las más insólitas formas de corrupción (burdas y refinadas) forman parte de lo más profundo de la dimensión humana del venezolano. Una sociedad amoral es una sociedad perversa.
9) La dirigencia política que piensa en un país mejor ha de cautivar a todo un conglomerado que deberá ser convencido por propuestas distintas a las que preconiza un sistema que ampara lo delincuencial y exalta lo mediocre. Es un reto que se ha de imponer, pues cada día que pasa nos hundimos en nuestra miseria. El gran legado de estos 16 años es habernos convertido en PORDIOSEROS DE ESPÍRITU.

Twitter: @perezlopresti



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 21 de junio de 2014

Enlace: http://www.eluniversal.com/opinion/140621/economia-no-saca-gobierno

domingo, 8 de marzo de 2015

Lenguaje y manipulación política



Quien domina el lenguaje, termina por controlar el pensamiento de un colectivo. Durante más de una década, a través de múltiples intervenciones por los medios de comunicación, particularmente la televisión, el Presidente anterior modificó el lenguaje de los venezolanos.

Uno de los primeros aspectos en ser modificados desde la instancia del poder presidencial fue la historia. Basado en una argumentación pseudo-histórica, se creó el desatino de dividir (en un alarde de aviesa manipulación) a la República en “cuarta” y “quinta”. El problema no es que el Presidente haya inventado esta clasificación insulsa sin bases históricas, sino que el colectivo propendió a repetirla a pie juntillas. La “quinta república” bajo el léxico de los actuales dirigentes es lo que estamos viviendo: Un disparate histórico.

Otro elemento de interés es la modificación de los “símbolos” tradicionales a los cuales lastimosamente nos acostumbramos casi de inmediato. El escudo Nacional sufrió modificaciones (le enderezaron el pescuezo al caballo). Se le agregó una estrella a la bandera nacional (no entiendo por qué una y no más) y para rematar se cambió la hora nacional, haciendo que técnicamente oscurezca más temprano, convirtiendo las ciudades tenebrosas antes de tiempo. Cambiar el nombre del país no sólo es una demostración simbólica de fuerza política, sino que nos obliga a todos a ser “bolivarianos”, bajo la premisa de que Bolívar era ¿socialista?

Nos cambiaron el nombre de las calles, la Principal de Maripérez, por ejemplo, se llama ahora Augusto Sandino (al menos cambiaron los letreros) y existen estatuas y hasta un busto,  de cuestionables líderes “políticos” que han actuado al margen de la ley. El peine mayor fue el discurso maniqueo llevado al extremo. El “ustedes y nosotros”, que en realidad es una falsedad, pero crea división entre ricos contra ricos, pobres contra pobres y demás combinaciones posibles. Se creó la palabra “escuálido” como término peyorativo y mucha gente se hizo eco de ella en términos afrentosos, lo cual a mi juicio fue caer en la necedad de absorber todo un discurso inflado de descalificaciones, ante las cuales se debió actuar con prudencial sordera.

A falta de una ideología, el aparato comunicacional  del estado se apegó a un “Socialismo del Siglo XXI” que todavía nadie ha terminado de descifrar. Inicialmente las cosas iban por la tesis del “árbol de las tres raíces”, pero no cuajó. 
Se exaltó el militarismo y los civiles terminamos pasando a un segundo plano, etapa que habíamos superado hace ya unos cuantos años (al menos veníamos avanzando en ello). El colmo es cuando nos referimos a nosotros mismos como “opositores”. No se puede ser opositor indefinidamente. Se puede ser pro-constitucionalista, pro-democracia, pro-republicano, pero ser “opositor” no conduce sino a “oponerse”. Lo correcto y deseable en una democracia es que existan pro-puestas (progresistas, socialdemócratas, liberales, etcétera). La pluralidad de pensamiento y la “alternabilidad” en el poder son el eje central de un sistema democrático. Sin estos elementos, sencillamente  no existe democracia.

Según la clasificación marxista, “burgués” es el que no trabaja con las manos, o sea el que no es ni obrero ni jornalero agrícola. Burgueses del siglo XXI son las enfermeras, los maestros, los técnicos, los “expertos” en cualquier área y por supuesto, los militares. Burgués es gran parte de la población, que influenciada por el discurso político terminó creyendo que ser burgués es un término peyorativo, cuando en realidad es Marx quien precisa las connotaciones del término basado en cierta parte de  la sociedad  europea del siglo XIX. Total, que caímos como tontos útiles y utilizamos toda una nomenclatura y un conjunto de términos que nos fueron implantados de manera planificada y además los terminamos por convertir en propios. La palabra  como instrumento para someter al ciudadano y restringir su campo de pensamiento y su capacidad de cuestionamiento.

Los países europeos que vivieron el socialismo real ya pasaron por todo esto. Siempre me ha llamado la atención la facilidad con la cual se deslastraron del falso discurso “revolucionario” y de cómo de la noche a la mañana le volvieron a cambiar el nombre a las cosas y les colocaron las designaciones originales. El tiempo corre y dirá. 



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 01 de febrero de 2014.

domingo, 1 de marzo de 2015

Cosas que pasan

Será Dios que a veces anda ocioso, y permite que existan situaciones o seres que son tan inverosímiles que nadie nos creería si lo contamos. Me voy a atrever a contar lo que todavía no termino de creer. En una oportunidad venía manejando bajo un palo de agua que sólo puede ser producto del mal. Recordemos que San Agustín lo dejó claro: “El mal es la ausencia del bien”. 

Era una de esas noches en que Dios estaba ocupado en otras partes. Como dice la canción “…como Dios en la tierra no tiene amigos, por eso es que se la pasa en el aire…” Andaba solo solito, luego de haber estado en andanzas de trabajo, que me pregunto ahora que lo evoco, si no se trata de una de esas trampas de la memoria o es una situación que algo tiene de parecido con lo creo que ocurrió. Iba por la carretera que lleva de Machiques a Maracaibo. La lluvia arreciaba y la noche se apareció sin que yo la invitase. Como todo el que ha ido de Machiques a Maracaibo sabe, la carretera no tiene huecos sino los huecos tienen trozos de carretera. El sonido del caucho fue indudable. ¡Se espicho de un guamazo!

Como la noche apremiaba, me dispuse a cambiar el caucho espichado con energía y rapidez. Apenas termino de cambiar la llanta, me percato de que estoy rodeado por unos cuatro, tal vez cinco hombres y un perro “cacri” de mediano tamaño que los acompañaba, gruñendo sin parar. Alguno tenía un cuchillo, otro un palo, me pareció que otro cargaba un bate en las manos.
Todo ocurrió muy rápido y la oscuridad y el tremendo chaparrón no me permitían ver con claridad. El que tenía la cicatriz más marcada en el rostro me dijo con tono de disparo a quemarropa: - Deme la cartera y las llaves del  carro.


Creo que se les olvidó que yo cargaba el gato con el cual cambié el caucho en la mano. Sin que ninguno se lo esperase, comencé a disparar certeros trancazos, inicialmente con el gato. Al primero le traqueó la mandíbula y varios de sus dientes volaron por los aires. Quedó como un tronco en el piso. Sentí un batazo en mi espalda, mientras le daba una patada con mis botas a otro en su mero centro de gravedad. Fue entonces cuando el perro me saltó encima y empezó a morderme brazos y piernas. Gato en mano derribé al agresor del bate conectándolo en la frente, mientras con todas mis fuerzas fulminé al perro de un golpe en el hocico.

Una cuchillada logó desgarrarme un tajo de mi pecho; mi reacción fue lanzarle una patada al cuello que sonó como a rotura de tráquea. Sentí un palazo en la cabeza y comencé a trastabillar hasta que llegué a la llave de cruz. La tomé y se la lancé al agresor del palo. Debo haberle fracturado el macizo facial, porque no volvió a levantarse. En medio de la oscuridad, escuché cómo alguien se quejó de dolor mientras yo repartía puños y patadas sin saber a dónde ni de qué manera.

En contexto con la oscuridad y la lluvia, el silencio hizo su aparición. Estaba herido  en el pecho, con múltiples mordeduras en brazos y piernas, la espalda adolorida a más no poder, un chichón en la cabeza crecía con rapidez y la sangre me cubría, mientras mi cuerpo empapado comenzaba a enfriarse. Pude ver a un perro tirado en el suelo y a un grupo de hombres inconscientes o muertos o qué sé yo a mi alrededor.

Con debilidad logré encender el carro y el viaje más largo que recuerde terminó cuando llegué a Maracaibo. Entré en el edificio donde vivo y los vecinos se horrorizaban cuando me veían. Se alejaban de mí… estaba hecho una piltrafa humana. Toqué el timbre de mi casa y mi mujer abrió la puerta. Me miró fríamente de pies a cabeza y soltó su máxima reflexión inquisitorial con los ojos más suspicaces y desafiantes que recuerdo haber visto. Fue entonces cuando con voz aplomada y regia lo sentenció: “YO SABÍA QUE TENÍAS UNA AMANTE”.





Texto tomado del libro de mi autoría Suelo tomar vino y comer salchichón.