Ha
sido una larga costumbre de algunos pueblos de la tierra, que cuando una
persona se muere se le rindan los honores luctuosos y se exprese el dolor a
través del llanto. Pero ese llanto no sólo es de los seres queridos y en
algunos casos ni siquiera es de las personas cercanas, sino que se contrata a
unas mujeres cuyo oficio es llorar. El nombre que recibe es el de “plañideras” y pocas cosas
pueden ser tan desgarradoras como el llanto de ellas, porque por una parte
lloran con un frenesí mayor que el que puede emitir deudo alguno, pero por otro
lado, ese llanto no se acompaña de ningún dolor real. Es por profesión.
El
llanto como oficio puede ser mucho más desgarrador que aquel emanado por una
persona sufriente, solo que el primero es más lastimoso, por su carácter
teatral, lo cual lo hace siniestro, generador de toda una atmósfera enrarecida.
En
la Venezuela de nuestros días, con tantas penurias por superar, pocas cosas
pueden estar tan mal ubicadas como la presencia de plañideras, en particular de
plañideras políticas. Cada día aparece un llorón que en vez de colaborar con la
búsqueda de soluciones concretas y salidas a los graves problemas, se dedica a
sabotear lo que otros hacen con fines propositivos y entusiastas. Es como si en
medio de un partido de fútbol, a un grupo de jugadores les diera por tratar de
hacer autogoles de manera sistemática y jugar contra el propio equipo.
En la
adversidad, el político debe mantener una mayor actitud combativa, porque los
ciudadanos que debemos sobrevivir cada día así lo hacemos. Nada más molesto y
desalentador que echarse al desánimo, porque la vida es lucha y esa eterna
lucha que significa vivir consiste en no dejarse arrebatar los derechos
adquiridos y juntar todas las energías posibles para conquistar o hacer cumplir
todo aquello que por justicia nos pertenece.
La
gran épica venezolana es aquella que se hace cada día. La hace el ciudadano
común, pero es deber de quienes se dedican a la actividad política como
profesión (o vocación), el mantener las banderas de lucha lo más alto posible.
Esa brega pasa por las cosas más elementales, como el no dejarse quitar los
espacios conquistados. Cuando comenzó el proceso de descentralización en
nuestra nación, fueron muchos sus adversarios y la conquista de esos derechos
requirieron enormes esfuerzos. El siglo XX venezolano deja como trofeo el
haberse concretado la posibilidad de elegir de manera universal, directa y
secreta a nuestros más cercanos líderes políticos y no fue cualquier cosa ese
logro.
En
estas dos décadas transcurridas, a pesar
de que se habían logrado avances respecto a la descentralización del poder, resurge
la tendencia de volver a la concentración de poder, característica que había
sido superada y era propia del siglo XIX y gran parte del siglo XX.
Se
equivocan de medio a medio quienes hacen trastadas políticas y saboteos en
pleno juego, apelando a una especie de épica delirante, histérica y francamente
despreciable, esgrimiendo argumentos descontextualizados como: “Marchas sin
retorno, toma de Miraflores, elecciones generales y constituyente ya”.
Pareciera que vivieran en el mundo de las imposibilidades y no en la tierra de
lo posible. Quienes querían remover al presidente de su cargo, como por un
extravagante hechizo, ahora se niegan a luchar porque se cumpla la ley y se
concreten las elecciones regionales.
De
manera operativa, en estos momentos, y por un cronograma que existe, lo que
está planteado es la posibilidad de que en Venezuela se realicen este año las
elecciones regionales. La épica de los líderes locales es precisamente hacer
una urgente conexión con las bases sedientas porque se continúe con los frutos
que constituyeron la conquista del parlamento por parte de diversos sectores
políticos que representan disímiles intereses de los venezolanos. No entender
lo político como progresivos cambios sociales que quiérase o no se van a dar,
es como ver una película y no entenderla.
Es
fácil ver los errores cometidos desde la distancia. Haber descuidado el hecho palpable
de política real que significa el poder elegir a nuestros representantes más
cercanos debe hacernos replantear las nuevas estrategias de los ciudadanos de
la polis. Eso pasa por rechazar a quienes quieren transgredir la ley, fomentar
la violencia y propiciar el llanto de quien sólo se queja y no contribuye a la
solución de los asuntos propios de nuestra nación.
La
continuación de este proceso de cambios ya iniciados pasa por la legítima,
legal e impostergable materialización de las elecciones regionales, base
política sin cuya concreción no habrá cambios positivos en nuestra nación. Tal
vez sea hora de dejar de escuchar los más enrarecidos discursos y en vez de
mimetizar el trabajo de las plañideras, en una infinita queja llorona de falsos
dolores, apoyemos a quienes deberán ser nuestros más cercanos aliados: Los
líderes de las regiones. Por cierto, ya yo tengo mi candidato.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el lunes 30 de enero de 2017