En
los diálogos de Platón, el personaje llamado Sócrates sigue una manera
estructurada de formular los distintos asuntos propios del pensamiento.
Comienza planteando algunos problemas aparentemente simples (como la belleza) y
se declara al mismo tiempo incapaz de resolverlos, fingiéndose ignorante y
alabando simultáneamente las capacidades del adversario. De esta forma lo
inducía a elaborar una teoría (una contradicción oculta), que en una segunda
etapa debía abandonar con enojo y vergüenza debido al acoso de las persuasivas
refutaciones de Sócrates.
Para
obtener este espectacular cambio de escenario, el filósofo utilizaba juegos de
palabras, ficciones dialécticas, y sobre todo, “hablaba de forma distinta a
como pensaba”. La ironía consiste en esta simulación del pensamiento, diferente
tanto de la verdad como de la mentira. El significado griego del término ironía
es “disimulo”: una forma de comunicación en la que se dice una cosa afirmando
otra, a menudo lo contrario y en muchas ocasiones hermanada con la risa. Creo
que la Venezuela del presente no es un ejemplo de ironía Socrática, pero sí de
ironía existencial.
Mi
vida ha estado vinculada con la Universidad y la docencia. El debate es parte
de cada día en esa experiencia que se halla entramada en la búsqueda del
conocimiento y el cuestionamiento de lo que se tiene por cierto. No sólo
debatir como un ejercicio intelectual de quien hace vida en la academia, sino
que usualmente, y de manera pública, cada enunciado que expreso es sometido a
cuestionamiento por parte de quienes participan en esa dinámica.
Por
más espinoso que pueda ser el tema y por más polemista que en ocasiones haya
podido parecer, el debate es tan propio de la dinámica de la vida, que sin el
mismo, la existencia es una mengua. Entre gente pensante, lo polémico y lo
tendiente a ser confrontado no debería
tener mayores complicaciones, si se sabe manejar sin el fanatismo que en
ocasiones ensucia el pensamiento. Una de las cosas que lamento en estos tiempos
que vivimos los venezolanos es la poca capacidad de debatir, de amablemente
controvertir y exponer de manera pública lo que pensamos, en un esfuerzo porque
sea la razón y no el atropello lo que impere.
Hace
rato que perdí la cuenta de cuántas ciudades con el nombre de “Mérida” existen
en el planeta tierra. Lo cierto es que vivo en una de ellas y hago vida
académica en la Universidad de Los Andes. La Mérida en donde habito, incluso en
los tiempos que corren, gira en torno a la universidad. Muchos han sido los
intentos porque esta supremacía de lo universitario sea diluida, mas es posible
que este lugar sea uno de los que tiene mayores egresados universitarios por
población. La universidad autónoma de carácter gratuito en donde transcurre mi
vida creó un igualitarismo social que permitió una culturización de elevada
calidad a personas provenientes de los más disímiles orígenes.
Dado
que la ciudad de Mérida es la ciudad universitaria venezolana por antonomasia,
no es raro que el protagonismo de los egresados de la Universidad de Los Andes
en los más distintos escenarios de la nación tengamos el mismo origen: la
academia.
Mérida
es la cuna cultural que a través de su universidad, no solo proporcionó una
formación intelectual a miles de connacionales, sino por una causalidad propia
de los alcances que conlleva lo que expreso, desde Mérida se han gestado los
más disímiles prohombres y las más variadas personalidades. Basta con repasar
la plana mayor de los líderes políticos que están dirigiendo actualmente la
nación o las personas más destacadas en los temas propios del conocimiento,
para darnos cuenta que tenemos la misma raíz:
la ciudad de Mérida y La Universidad de Los Andes. Pero como en la antigua
Atenas, no podía faltar la ironía propia de la vida y en vez de estar
hermanados para la construcción de un mejor país, las circunstancias inducidas
nos han colocado en aceras encontradas.
¿Qué
pasaría si la confrontación y la no aceptación del otro dejasen de ser tal y
como universitarios tratásemos de desarrollar fórmulas comunes para tejer un
mejor país? ¿Qué pasaría si creásemos puentes entre quienes pensamos diferente
y en vez de generar algarabía tratásemos de crear consenso en lo que nos une y
no fomentar lo que nos separa? ¿Qué pasaría si los mejores venezolanos, tanto
quienes dirigen la nación como quienes nos dedicamos a mantener las bases que
mantienen la estructura social, asumiésemos la amabilidad y no lo beligerante
como forma de inter-vincularnos? ¿Acaso no seríamos una potencia como nación y
un país al cual admirarían todos los demás?
Conmino
a quienes han hecho vida académica en el mismo espacio en el cual yo la hago
que recuerden lo amable que ha sido la universidad con cada uno de nosotros y
en vez de atacar a quienes tenemos otras maneras de ver la vida volvamos a la
raíz original en la cual fuimos formados.
¿Qué
pasaría si así se planteasen las cosas en Venezuela?
Twitter: @perezlopresti
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el lunes 13 de febrero de 2017
Ilustracion: @odumontdibujos
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