domingo, 25 de abril de 2021

La muralla verde frente a mi ventana

 

Caminando por el centro de una ciudad cualquiera, entre moles de concreto que obstaculizan el recorrido a pie por la frialdad de las paredes, no dejo de pensar en la muralla verde de árboles y naturalezas salvajes que se presentaba de manera indómita cada vez que me asomaba por la ventana de mi habitación. Durante mucho tiempo tenía un par de ventanas abiertas de par en par en mi morada, disfrutando de la ventisca que se colaba durante la madrugada para dar paso a los deslumbrantes amaneceres, que asombraban cada vez que comenzaba a salir el sol por la escandalosamente hermosa ciudad de Mérida, en Venezuela. De ese lugar no solo soy, sino que de esa suerte de montaje de ficciones atesoro vivencias de tal profundidad que las teclas me llevan a escribir de ese sitio, una y otra vez.

Una visita al cine

Recuerdo la vez que dieron el ciclo de cine de Luis Buñuel y al terminar Ese oscuro objeto del deseo, un grupo de fanatizados estudiantes provenientes de la primitiva región oriental del país exigió que se le devolviese la entrada. El bueno e ingenuo de Fernando Rey trata de seducir al personaje Conchita, la mujer erotizada, seductora y castrante que es interpretada en una genialidad propia de Buñuel por dos actrices que se intercalan en sus apariciones. La participación de María Schneider en esa monumental película no cuajó y se fusionaros Carole Bouquet y Ángela Molina en el mismo personaje. La singularidad y extravagancia de las interpretaciones en relación con lo que significaba esa dualidad de actrices en torno a la misma figura era para reírse porque en el contexto surrealista, bien podía tratarse de una broma o como tiempo después lo vendía a explicar Buñuel en su biografía (Mi último suspiro), era la fórmula para no tener problemas con el sindicato de actores, lo cual la transformaba en una doble ironía. Al parecer el asunto no le hizo gracia a un grupo de asistentes a la película y casi destrozan la sala, para beneplácito de un Luis Buñuel que seguía dando motivos qué hablar, incluso desde el más allá.

Estudiar era una fiesta

La Facultad de Medicina está en la Av. Don Tulio Febres Cordero y muchos de los estudiantes vivían cerca, en el Sector Glorias Patrias. En una concesionaria de automóviles estadounidenses, las luces resplandecientes servían para alumbrar los autos en venta y era el sitio ideal para estudiar hasta el amanecer. Montones de jóvenes pasaban noches largas y enteras preparándose para los difíciles exámenes. Era frecuente que en La Plaza se combinase el amor con sus besos a las sombras con los incandescentes faroles que daban brillo a un texto de fisiología. No muy lejos de La Plaza, un viernes cualquiera, el ron, la cerveza y la buena música daban pie a celebraciones que enceguecían de rabia a los vecinos por las risas de los jóvenes que se divertían una y otra vez. Recuerdo una noche en que es asomé por el apartamento de un buen amigo que hoy en día es cirujano pediátrico y por alborotados, se comenzaron a lanzar harina Pan. Salí de allí blanco de pie a cabeza, las escaleras del edificio resbalaban por la cantidad de harina regada y los ecos de las carcajadas todavía retumban en mis recuerdos. Al día siguiente le pidieron que desalojara el departamento por escándalo público, transgresión a la moral y las buenas costumbres y otros señalamientos de rigor que con frecuencia se le hacen al mejor portado de los estudiantes. En fin, los buenos tiempos, pues. 

Asuntos de vocación

Como he contado en alguno de mis libros, fui un muchacho con ciertas actitudes rebeldes a quien mi abuela dio el mote de caso perdido y oveja negra de la familia. El día que me inscribí en la Escuela de Medicina, ella me regaló un vehículo Chevrolet cero kilómetros como premio por haber enderezado mi vida, asunto que parece que fue una buena decisión, si lo miro con los anteojos de la distancia mientras escribo. En la ciudad de Mérida y en la Facultad de medicina forjé las bases de lo que ha sido mi presencia hasta el día de hoy, acompañado de las formas más genuinas de amor y de amistad. Si me lo ponen a decir más corto, en Mérida me hice de hermanos con quienes comparto los días hasta la mañana de hoy. Esa vocación me llevó a otra y de esa forma generé una espiral que es mi existencia en la cual a veces hago de espectador y en ocasiones de protagonista, nunca inerte. No es la aquiescencia mi fuerte y el movimiento me es tan propio como el aire que respiro. Creo que esa combinación de linajes de las cuales vengo me generó una temeridad de la cual estoy conforme y hasta orgulloso. No me cuesta tomar decisiones y si tengo que decir algo sin edulcorante no tengo empacho en señalarlo. Tal parece que solo se vive una vez, dicen los entendidos, razón de sobra para vivir esta vida como si fuese la única y no otra. El buen gusto y mejor tono me han acompañado, para bien y para mal. Ser solemnemente agradecido es el sentido más prominente que me define. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 27 de abril de 2021.

domingo, 18 de abril de 2021

Monofonía de una repetición eterna

 


Para muchos, la subida al Chomajoma es una de las partes más duras de la travesía por la Sierra Nevada de Mérida. Luego de hacer cumbre en el Humboldt se hace necesario cruzarlo para llegar al Pico Bolívar y muchos ya están cansados del trayecto recorrido. Personalmente siento que el Chomajoma no tiene mucha dificultad, ni técnica ni física, porque en ese lugar no hay opciones y se sube o se sube. No hay enigma alguno, porque lo contrario es devolverse hasta La Verde, luego a La Coromoto y bajar hasta La Mucuy para terminar en la ciudad de Mérida, lo cual significa darse por vencido y abortar la escalada. En eso de conseguir dilemas donde no los hay, parece que a muchos se les va parte de la vida. Tal vez si algo enseña la montaña, además de recordarnos lo profundamente humanos y vulnerables que podemos ser es también a medir fortalezas y tomar decisiones que pueden costar vidas. Tratándose de una distracción, el montañismo tiene su dosis de seriedad, de profunda seriedad.

Seriedad de altura

Subir y bajar cerros requiere de gran preparación física. No es menor la preparación emocional. Más cuando algunos hemos desafiado el sentido común y gozamos al retar la montaña con nuestra soledad como compañía. Eso de asomar decisiones va de la mano con tomar posturas, mostrarse como se es y asumir las consecuencias de estar vivos y que otros se enteren de nuestro tránsito por el planeta. Pasar desapercibidos puede ser el arte de quienes carecen de atributos o los necesitan ocultar por tenerlos en demasía solo para no opacar a otros. Parece que las dos cosas van de la mano y cierta discrecionalidad aplica. En ese subir y bajar cerros conocí gente muy sencilla, que es capaz de disfrutar de la contemplación y hacer de un instante una eternidad de recuerdos. Eso ha sido la montaña en mi vida y lo he asumido con el aplomo de quien no se plantea la idea del reposo como un fin, sino de entender la vida como una aventura que lleva a otra en una espiral infinita de ir y venir en torno a los mimos lugares y estampas que están ahí, esperándonos para ser descubiertos y a la vez descubrir cosas de nosotros mismos, como la capacidad de desarrollar el sentido común y el respeto por la solemnidad de la belleza.

Llantos en la montaña

En la cumbre del Humboldt un montañista amigo se puso a llorar cuando gritó cumbre y me dijo que le dedicaba el esfuerzo a su hermano, que forzosamente había tenido que migrar a Chile por la situación social y política que existe en Venezuela desde hace más de dos décadas. Me explicó que había sido duro para todos en su familia, pero gracias a que su hermano estaba en el país del Sur del continente, su gente había podido recibir remesas y mejorar las condiciones de vida. No le conté que ya tenía los pasajes comprados para hacer la misma travesía que su hermano, porque en eso de tomar decisiones no se me va la fuerza y Chile asomaba como el único lugar en donde se podía vivir en la América Latina. La gran incursión a lugares remotos es un lugar común en la vida de los pueblos y forma parte de la civilización. De migraciones a la fuerza está hecho lo mejor de lo humano y así seguirá siendo. Lamentablemente no es algo nuevo bajo el sol. El asunto no es migrar sino saber qué sitio apuntar. En el desairado presente cualquier lugar donde se pueda trabajar es buen destino. A veces los aires se ponen enrarecidos al punto de parecer que vivimos en una gran pandemia o simplemente no parecerlo. La impetuosa incertidumbre gusta salirse con las suyas y hacernos bromas de mal gusto. Después de un largo recorrido, resulta que en nuestras alforjas no existe ningún avío, sino que su contenido fue sustituido por piedras pesadas.

¿Caminando o por avión?

“-En realidad vine nadando”, le respondí a la compatriota que vendía celulares y trataba de imitar el acento de los locales, a la vez que le devolví al pregunta: “-¿De qué parte de Venezuela eres?”, para confirmarme que teníamos el mismo origen, tanto de partida como de llegada, distanciados solo por meses de diferencia en el arribo a estas tierras lejanas. En estos tiempos y ajenos lugares he conocido lo mejor de lo humano, para asombro y deleite. De la mezquindad y las bajezas ya sabemos, porque siempre nos han tratado de sabotear y las distinguimos sin mucho esfuerzo porque como abejorros al dulzor, revolotean a nuestro alrededor. La dura Venezuela de donde vengo es una escuela de artes y oficios para empaparse de la miseria humana. La mediocridad circundante en cualquier rincón es tan natural como que salga el sol o respire una rana. Lo interesante es no envilecernos quienes apostamos por un mundo mejor, en esa extraña y quijotesca lucha contra entuertos provocados por remedos deformes de humanos. Se salva quien no pisa el peine de ponerse al nivel de quien vive en el inframundo mental de lo mediano. Trasciende el hombre con aspiraciones de hacer cosas buenas para sí mismo y para cuanto le envuelve.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 20 de abril de 2021.



domingo, 11 de abril de 2021

Caerán pedazos de sueños

 


A ella solo le bastó un mensaje de WhatsApp para que me pusiese a pensar. El texto, envenenado, era una interrogante a quemarropa: “¿La vida puede llegar a ser una sumatoria de causas perdidas?” No pude sino sentarme a escribir. El solo hecho de que expresemos nuestras opiniones, tanto a viva voz como por escrito, puede ser motivo de contrariedad para cierta gente. Ocupar un espacio como ser vivo lleva, en ocasiones, a predicar una buena cantidad de voces que nos hacen presentes. Esa capacidad de comunicarnos, que puede muchas veces molestar a algunos sujetos, no es una casualidad, sino una manera de asumir la existencia. “Escribo lo que pienso y suelo decir lo que voy escribiendo” es una forma de conceptuar la presencia y dar sentido a aquello que vamos experimentando como personas pensantes en esta vida y este tiempo que nos ha tocado respirar. ¿Es necesario pasar por el sufrimiento para pensar con claridad?

Dolores de parto

Es un lugar común asumir que para alcanzar logros se debe pasar por una etapa de sacrificio importante o de ruptura con la línea de la vida. Los ejemplos abundan en el curso de lo civilizatorio. No es infrecuente ver que grandes ideas o conquistas son consecuencia de estados o situaciones de desazón, por no decir calamidad. De las crisis, muchas veces salen cosas buenas, para no señalar que es necesario que se produzcan crisis para que germinen asuntos mejores. En eso se nos va la vida, luchando y asumiendo posturas, tomando decisiones sin tiempo para ser dubitativos y enfrentándonos a lo que no compartimos sin ambages ni resquicios de ambigüedades. Pareciera que en la vida se hace inevitable que ocurran procesos personalísimos en los que prevalece el dolor. La sola idea de que atravesamos por situaciones difíciles y estamos conscientes de las mismas, nos lleva a creer que las cosas deben tener una suerte de final cuando no una resolución. A eso llamamos esperanza, dimensión que abrazamos con ojos cerrados para poder seguir el camino. Ese sendero que está signado por la bitácora que vamos elaborando cada día tiene siempre recovecos y las amenazas son tangibles, por más que tratemos de tender vínculos amistosos con nuestros acompañantes en este viaje de tumultos de pasajeros.

¿Usted tiene el carácter suave?

Han querido las circunstancias, atizadas por mis apetencias, que la trashumancia me haya acompañado. He vivido en tantos sitios y conocido a tantas culturas y personas que siento que me ha rendido la vida. El viaje es una forma de entender lo que nos circunda, de escapar de aquello que nos rodea y de encontrarnos con escenarios más amables para hacer del mundo un lugar para la serenidad y el reposo. Hace un tiempo, en una entrevista laboral, una joven me preguntó si tenía el carácter suave, a lo que respondí que, si bien es cierto que suelo ser consecuente con practicar los principios propios de la urbanidad y las buenas maneras, el carácter se va formando, dependiendo de lo que vamos viviendo. No suelo perder las formas y mucho menos la compostura, aun enfrentando situaciones de cierta complejidad. Pero el carácter es nuestra naturaleza y si no hay una fortaleza interior que nos proteja de tantas desventuras y batallas contra enemigos reales e imaginarios, no podríamos ni llegar caminando a la primera esquina. En ese asunto tiene cabida una paradoja perfecta y es que: Mientras más conocemos lo humano, más necesitamos confiar en otros. Una vida de desconfianzas es tan desafortunada como asumir una ingenuidad radical. Apelamos a la idea del punto medio, como manera sana de sobrellevar la vida ¿Cómo no abrazar lo saludable?

El paraíso y su fecha de vencimiento

Vengo de un lugar tan paradisíaco que una vez, mientras viajaba de Táchira a Barinas, de Abejales a El Cantón, la tarde se me hizo tan hermosa que tuve que detenerme en plena vía para contemplar la puesta de sol. No era una situación cualquiera, puesto que la belleza del lugar era tan abrumadora que podría decir que entré y salí de repetidos estados de éxtasis en una sola tarde. En el país de los más hermosos parajes conseguí uno sin parangón en el que lo verde era tan intenso como indescriptible y el reflejo del sol era exponencial cuando se multiplicaba con su reflejo en los pantanos de la zona. Ese paraíso forma parte de lo que soy y me acompaña cuando estoy despierto y cuando duermo. Mis ensoñaciones están repletas de esos lugares maravillosos que tatuaron en mi alma la belleza de lo que durante años me rodeaba. Tal vez haya la necesidad de que exista una balanza y ante el hecho de haber disfrutado tanto la vida, se hace inevitable que la fecha de vencimiento del paraíso finalmente asomara. Eso es lo que opino de la migración. Haber tenido que abandonar el paraíso para mimetizarme con la fea realidad es un asunto que asumí. Afortunadamente no estoy solo en mi viaje y sin maletas, pero con profundos afectos seguimos adelante en este mundo que ya se nos antoja pequeño.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el martes 13 de abril de 2021.

martes, 6 de abril de 2021

Por Dubai hay mucha arena

 


En ocasiones se hace necesario volvernos a encontrar con afectos y pasados que han construido lo que somos en el presente. El domingo de Pascua, tuve la oportunidad de establecer conexión con amigos entrañables, a quienes les había perdido la pista. A veces el pasado condena a muchos y a otros nos recuerda lo feliz que hemos sido. De manera que lo que pudo ser una conversación entre miembros de una generación sobre las banalidades de sus vidas y el transcurrir del tiempo con altos y bajos momentos, resultó una recapitulación de hechos que harían palidecer en creatividad a la más ingeniosa de las invenciones teatrales. No podía ser más asombrosa la historia y el actual paradero de cada uno de nosotros y el montón de personas que conocemos, a la par de cómo el tiempo transcurre mientras tantos cercanos aterrizan en los lugares más insólitos.

Estampidas asombrosas

Se piensa que el Don pudo haber tenido casi una veintena de hijos si no contamos las pérdidas. Lo cierto es que un amigo patriarca legendario era el ente unificador de gente que durante años compartimos atardeceres, buenos vinos y magníficas comidas, acompañadas de conversaciones de infinito interés por su intensidad emocional y su nivel intelectual rara vez posible. A la muerte del Don, la casi totalidad de su descendencia salió del país, siendo los destinos de cada integrante del grupo una novela dentro de una novela, que pareciera una historia de ficción si no estuviese acompañada de desarraigo y nostalgia. En algunos está presente la terrible añoranza que cuesta quitarse de encima y que actúa como una bola pesada que con grillete de hierro se aferra al tobillo de amigos que tuvieron que irse del país donde nací. La estampida de la cual había perdido el rastro no pudo menos que asombrarme por la capacidad de supervivencia de mucha gente cercana. Todavía la realidad me agarra desprevenido con su cúmulo de sorpresas y los conejos que salen de todos colores del sombrero de copas de la existencia. Cualquier destino puede ser un mejor lugar para muchos. Cada uno tiene una historia excepcional.

¿Quién apaga la luz?

Me he puesto a pensar con quién podría encontrarme si regreso a mi nación y veo que resiste estoicamente un grupo de buenos amigos, que la vida convirtió en mis hermanos y que no piensan marcharse del país. De hecho, si quedan fragmentos amables en la sociedad venezolana, es precisamente por la gran cantidad de gente buena que no ha sido tocada por la vileza que hilando sin pausa se apoderó de uno de los más extraordinarios sitios del planeta. En 2017 el dinero ya no se contaba, sino que se pesaba, porque más valía el papel que lo que señalaba el signo monetario. Luego vino la tormenta hiperinflacionaria y una nueva ola de connacionales tuvo que partir sin tomar ciertas previsiones de rigor. Luego se nos puso por delante el terrible asunto de la pandemia, haciendo de la migración venezolana una de las más abultadas de la región, además de que le tocó lidiar con un tiempo en extremo complejo, cuyas repercusiones han afectado hasta el último rincón de la tierra. En realidad, nadie va a apagar ninguna luz en mi país porque siempre será un lugar en donde muchos podrán conquistar sus sueños y capitalizar los espacios necesarios para poder vivir. Se entra en un ciclo para pasar a otro y así se va la vida. En fin.

Buenas y malas personas

De las cosas más interesantes de migrar es que en realidad no conocemos el lugar a donde vamos. Podemos haber estado ya en el sitio y habernos familiarizado montones de veces con sus costumbres, pero asunto aparte es formar parte de la cultura del lugar donde nos establecemos. Tal vez algunos tengamos lo trashumante en nuestra naturaleza, pero en general no es asunto menor tener que asimilarse a otra cultura, sobre todo porque lo peor de esa cultura se nos va a aparecer antes de lo que pensamos. Cuando se migra se desarrolla una acuciosidad especial para desentrañar aquello que nos parece extraño, siendo el desarraigo un elemento que va de la mano con el migrante. Pienso que eso no es malo, sino que puede ser útil para hacerle frente a los asuntos por resolver, que para el extranjero van desde lidiar con el hambre de cada día hasta tener un estatus legal como foráneo. De grandes problemas y menudencias va el enredo de la vida y el tiempo se nos va en destejer aparentes necedades o resolver situaciones en las que nos jugamos la vida.

En todos lados hay de todo, es la consigna, mientras la experiencia del día a día nos obliga a subir la defensa. Más de un chasco de la cotidianidad marcará nuestro destino, lo cual se acompaña de la certeza de que estamos rodeados de ángeles, capaces de quemarse sus manos por nosotros. Hay tanta universalidad en lo humano que a duras penas se puede modificar la esencia de lo que somos. Lo humano es universalmente multi determinado y en esa esencia encontraremos lo mejor y lo peor, independientemente del lugar a donde vayamos.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 06 de abril de 2021.