Caminando por el centro de una ciudad cualquiera,
entre moles de concreto que obstaculizan el recorrido a pie por la frialdad de
las paredes, no dejo de pensar en la muralla verde de árboles y naturalezas
salvajes que se presentaba de manera indómita cada vez que me asomaba por la
ventana de mi habitación. Durante mucho tiempo tenía un par de ventanas
abiertas de par en par en mi morada, disfrutando de la ventisca que se colaba
durante la madrugada para dar paso a los deslumbrantes amaneceres, que asombraban
cada vez que comenzaba a salir el sol por la escandalosamente hermosa ciudad de
Mérida, en Venezuela. De ese lugar no solo soy, sino que de esa suerte de
montaje de ficciones atesoro vivencias de tal profundidad que las teclas me
llevan a escribir de ese sitio, una y otra vez.
Una visita al cine
Recuerdo la vez que dieron el ciclo de cine de Luis
Buñuel y al terminar Ese oscuro objeto del deseo, un grupo de
fanatizados estudiantes provenientes de la primitiva región oriental del país
exigió que se le devolviese la entrada. El bueno e ingenuo de Fernando Rey
trata de seducir al personaje Conchita, la mujer erotizada, seductora y
castrante que es interpretada en una genialidad propia de Buñuel por dos
actrices que se intercalan en sus apariciones. La participación de María
Schneider en esa monumental película no cuajó y se fusionaros Carole Bouquet y
Ángela Molina en el mismo personaje. La singularidad y extravagancia de las
interpretaciones en relación con lo que significaba esa dualidad de actrices en
torno a la misma figura era para reírse porque en el contexto surrealista, bien
podía tratarse de una broma o como tiempo después lo vendía a explicar Buñuel
en su biografía (Mi último suspiro), era la fórmula para no tener
problemas con el sindicato de actores, lo cual la transformaba en una doble
ironía. Al parecer el asunto no le hizo gracia a un grupo de asistentes a la
película y casi destrozan la sala, para beneplácito de un Luis Buñuel que
seguía dando motivos qué hablar, incluso desde el más allá.
Estudiar era una fiesta
La Facultad de Medicina está en la Av. Don Tulio
Febres Cordero y muchos de los estudiantes vivían cerca, en el Sector Glorias
Patrias. En una concesionaria de automóviles estadounidenses, las luces
resplandecientes servían para alumbrar los autos en venta y era el sitio ideal
para estudiar hasta el amanecer. Montones de jóvenes pasaban noches largas y
enteras preparándose para los difíciles exámenes. Era frecuente que en La Plaza
se combinase el amor con sus besos a las sombras con los incandescentes faroles
que daban brillo a un texto de fisiología. No muy lejos de La Plaza, un viernes
cualquiera, el ron, la cerveza y la buena música daban pie a celebraciones que
enceguecían de rabia a los vecinos por las risas de los jóvenes que se divertían
una y otra vez. Recuerdo una noche en que es asomé por el apartamento de un
buen amigo que hoy en día es cirujano pediátrico y por alborotados, se
comenzaron a lanzar harina Pan. Salí de allí blanco de pie a cabeza, las
escaleras del edificio resbalaban por la cantidad de harina regada y los ecos
de las carcajadas todavía retumban en mis recuerdos. Al día siguiente le
pidieron que desalojara el departamento por escándalo público, transgresión a
la moral y las buenas costumbres y otros señalamientos de rigor que con
frecuencia se le hacen al mejor portado de los estudiantes. En fin, los buenos
tiempos, pues.
Asuntos de vocación
Como he contado en alguno de mis libros, fui un muchacho con ciertas actitudes rebeldes a quien mi abuela dio el mote de caso perdido y oveja negra de la familia. El día que me inscribí en la Escuela de Medicina, ella me regaló un vehículo Chevrolet cero kilómetros como premio por haber enderezado mi vida, asunto que parece que fue una buena decisión, si lo miro con los anteojos de la distancia mientras escribo. En la ciudad de Mérida y en la Facultad de medicina forjé las bases de lo que ha sido mi presencia hasta el día de hoy, acompañado de las formas más genuinas de amor y de amistad. Si me lo ponen a decir más corto, en Mérida me hice de hermanos con quienes comparto los días hasta la mañana de hoy. Esa vocación me llevó a otra y de esa forma generé una espiral que es mi existencia en la cual a veces hago de espectador y en ocasiones de protagonista, nunca inerte. No es la aquiescencia mi fuerte y el movimiento me es tan propio como el aire que respiro. Creo que esa combinación de linajes de las cuales vengo me generó una temeridad de la cual estoy conforme y hasta orgulloso. No me cuesta tomar decisiones y si tengo que decir algo sin edulcorante no tengo empacho en señalarlo. Tal parece que solo se vive una vez, dicen los entendidos, razón de sobra para vivir esta vida como si fuese la única y no otra. El buen gusto y mejor tono me han acompañado, para bien y para mal. Ser solemnemente agradecido es el sentido más prominente que me define.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 27 de abril de 2021.