En ocasiones se hace necesario volvernos a encontrar
con afectos y pasados que han construido lo que somos en el presente. El
domingo de Pascua, tuve la oportunidad de establecer conexión con amigos
entrañables, a quienes les había perdido la pista. A veces el pasado condena a
muchos y a otros nos recuerda lo feliz que hemos sido. De manera que lo que
pudo ser una conversación entre miembros de una generación sobre las
banalidades de sus vidas y el transcurrir del tiempo con altos y bajos
momentos, resultó una recapitulación de hechos que harían palidecer en
creatividad a la más ingeniosa de las invenciones teatrales. No podía ser más
asombrosa la historia y el actual paradero de cada uno de nosotros y el montón
de personas que conocemos, a la par de cómo el tiempo transcurre mientras
tantos cercanos aterrizan en los lugares más insólitos.
Estampidas asombrosas
Se piensa que el Don pudo haber tenido casi una
veintena de hijos si no contamos las pérdidas. Lo cierto es que un amigo
patriarca legendario era el ente unificador de gente que durante años
compartimos atardeceres, buenos vinos y magníficas comidas, acompañadas de
conversaciones de infinito interés por su intensidad emocional y su nivel
intelectual rara vez posible. A la muerte del Don, la casi totalidad de su
descendencia salió del país, siendo los destinos de cada integrante del grupo
una novela dentro de una novela, que pareciera una historia de ficción si no
estuviese acompañada de desarraigo y nostalgia. En algunos está presente la
terrible añoranza que cuesta quitarse de encima y que actúa como una bola
pesada que con grillete de hierro se aferra al tobillo de amigos que tuvieron
que irse del país donde nací. La estampida de la cual había perdido el rastro
no pudo menos que asombrarme por la capacidad de supervivencia de mucha gente
cercana. Todavía la realidad me agarra desprevenido con su cúmulo de sorpresas
y los conejos que salen de todos colores del sombrero de copas de la
existencia. Cualquier destino puede ser un mejor lugar para muchos. Cada uno
tiene una historia excepcional.
¿Quién apaga la luz?
Me he puesto a pensar con quién podría encontrarme
si regreso a mi nación y veo que resiste estoicamente un grupo de buenos
amigos, que la vida convirtió en mis hermanos y que no piensan marcharse del
país. De hecho, si quedan fragmentos amables en la sociedad venezolana, es
precisamente por la gran cantidad de gente buena que no ha sido tocada por la
vileza que hilando sin pausa se apoderó de uno de los más extraordinarios
sitios del planeta. En 2017 el dinero ya no se contaba, sino que se pesaba,
porque más valía el papel que lo que señalaba el signo monetario. Luego vino la
tormenta hiperinflacionaria y una nueva ola de connacionales tuvo que partir
sin tomar ciertas previsiones de rigor. Luego se nos puso por delante el
terrible asunto de la pandemia, haciendo de la migración venezolana una de las
más abultadas de la región, además de que le tocó lidiar con un tiempo en
extremo complejo, cuyas repercusiones han afectado hasta el último rincón de la
tierra. En realidad, nadie va a apagar ninguna luz en mi país porque siempre
será un lugar en donde muchos podrán conquistar sus sueños y capitalizar los
espacios necesarios para poder vivir. Se entra en un ciclo para pasar a otro y
así se va la vida. En fin.
Buenas y malas personas
De
las cosas más interesantes de migrar es que en realidad no conocemos el lugar a
donde vamos. Podemos haber estado ya en el sitio y habernos familiarizado
montones de veces con sus costumbres, pero asunto aparte es formar parte de la
cultura del lugar donde nos establecemos. Tal vez algunos tengamos lo
trashumante en nuestra naturaleza, pero en general no es asunto menor tener que
asimilarse a otra cultura, sobre todo porque lo peor de esa cultura se nos va a
aparecer antes de lo que pensamos. Cuando se migra se desarrolla una
acuciosidad especial para desentrañar aquello que nos parece extraño, siendo el
desarraigo un elemento que va de la mano con el migrante. Pienso que eso no es
malo, sino que puede ser útil para hacerle frente a los asuntos por resolver,
que para el extranjero van desde lidiar con el hambre de cada día hasta tener
un estatus legal como foráneo. De grandes problemas y menudencias va el enredo
de la vida y el tiempo se nos va en destejer aparentes necedades o resolver
situaciones en las que nos jugamos la vida.
En
todos lados hay de todo, es la consigna, mientras la experiencia del día a día
nos obliga a subir la defensa. Más de un chasco de la cotidianidad marcará
nuestro destino, lo cual se acompaña de la certeza de que estamos rodeados de
ángeles, capaces de quemarse sus manos por nosotros. Hay tanta universalidad en
lo humano que a duras penas se puede modificar la esencia de lo que somos. Lo
humano es universalmente multi determinado y en esa esencia encontraremos lo
mejor y lo peor, independientemente del lugar a donde vayamos.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 06 de abril de 2021.
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