Lo civilizatorio está profundamente anclado en el lenguaje; particularmente en la expresión común, en la manera como nos comunicarnos cada día. Pensamiento y lenguaje van de la mano al punto de que es precisamente a través del signo lingüístico como logramos modificar la forma de percibir y conceptuar todo aquello que nos circunda. Al modificar el modo de hablar de un conglomerado, se logra cambiar la manera de pensar del mismo.
El lenguaje no sólo es la base de la comunicación entre pares, sino que es propio a todas las manifestaciones culturales: Al comercio, a lo político, a lo afectivo, a lo cotidiano, a lo trascendente y a lo banal. Para dimensionar el nivel que ocupa el lenguaje, basta con señalar la preponderancia del mismo y sus consecuencias en el bíblico Génesis 11: “(…) todos forman un mismo pueblo y hablan una misma lengua (…). Ahora nada les impedirá que consigan todo lo que se propongan”.
Se puede ser muy conservador con respecto a algo en particular, pero las circunstancias obligan a que aparezca un mínimo de capacidad adaptativa para aceptar las modificaciones inherentes a la existencia, por más moderado que se pretenda ser. Lo propositivo es lo que fluye, entendiendo que los cambios son inmanentes a la vida, propios al movimiento de las cosas y al paso del tiempo. De hecho “la vida” es el mejor ejemplo de cambio.
El lenguaje va cambiando, en ocasiones de manera acertada y en otras en forma “errática”, todo como consecuencia de ciertos equilibrios propios de la dinámica de los sistemas. Por ejemplo, una de esas palabras que de manera temeraria y victoriosa logró calar e insertarse por tiempo prolongado en la atareada sociedad venezolana es el término “oposición”.
“Opositor” y “oposición” en realidad son desatinos retóricos que logran dispersión. Ser opositor a algo es (limitadamente) trabar, dificultar, evitar e incluso evadir o escapar de una circunstancia particular. Tendría sentido si el término ocupase un tiempo delimitado, pero se desvirtúa cuando se mantiene indefinidamente. La razón: Oposición sin proposición es la exaltación de la nada, de lo inexistente.
Al calar en el discurso la palabra “oposición” (como proposición), cuando en realidad significa poco, los resultados en relación a impacto lingüístico-psicológico son casi nulos, porque sólo a través de lo proactivo se llega a algún resultado. Por ello, una de las técnicas de confrontación más elementales relativas al manejo discursivo es la siguiente premisa: “Una proposición sólo puede ser contrarrestada con otra”. Al menos en el terreno de lo pragmático, de lo operativo, de aquello que es capaz de producir un efecto que se mantenga a largo plazo.
Si alguien me dice verde y yo le respondo amarillo, estoy haciendo una contrapropuesta, pero si alguien me dice verde y yo le respondo que no me gusta el verde, estoy cayendo en la doble repetición discursiva. Dice verde, yo digo verde, al final es verde dos veces. Sin darme cuenta, estoy ratificando la premisa de que sólo el verde es el color que nos ocupa.
El permitir el manejo poco acertado del discurso es consustancial a sociedades “pasionales”. El manejo atinado del discurso, por su parte, es propio de quien sabe operar tácticas y estrategias persuasivas. Si en algo han fallado de manera notoria los que han realizado el encomiable papel de tratar de guiar a la sociedad con fines benévolos, ha sido precisamente en no contra-argumentar con firmeza. Sólo se logra minimizar cualquier discurso propositivo cuando se emplea otra proposición.
Ser opositor es similar a ser “anti” algo. Se puede ser liberal, conservador, socialdemócrata, progresista, laborista, nacionalista, socialcristiano, demócrata; anarquista (filosóficamente hablando), en fin que tiene sentido aquello que apunte a un futuro. El que apuesta a ser “anti” tiene contra sí que sus ideas fallecen cuando aquello a lo cual se opone desaparece. Entonces cae en el vacío de los que cultivan la incapacidad de sustentar una forma de pensamiento que dé estructura y visión de futuro. Lo contrario de “anti” es ser “pro”. Se puede ser pro-constitucionalista, pro-democracia, pro-republicano, pero ser “anti” no conduce sino a “oponerse”. Lo deseable en una democracia es que exista “pro-puestas”.
El hombre tiene una “necesidad de creer” que es inseparable de su naturaleza. Quien esgrime el discurso en términos positivos y proactivos tendrá mayores posibilidades de concretar metas que aquel que sólo se satisface con hacerle frente a una premisa sin sustituirla por otra. Mientras más impacto tenga esta premisa, mayores posibilidades de éxito tiene y mientras una premisa tenga parecido con la ya existente, menos logros ha de alcanzar.
Quienes manejan el discurso dirigido a grandes mayorías tendrán que ir afinando sus palabras. No sólo a través del encantamiento que produce la manera de decir las cosas, sino interesándose porque lo que se diga sea efectivo, contundente, propositivo.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el lunes 18 de mayo de 2015.
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