Se suponía
que el teniente Dan Taylor, el de la película Forrest Gump, debió morir en combate. Los hombres de su familia que
lo precedían habían muerto luchando y su máxima aspiración era fallecer en su
ley. Si no es por el “limitado” Forrest Gump, el destino de Dan se hubiese
consumado, pero el haber sido salvado cambió el rumbo de su existencia.
He tenido la
experiencia de haber participado en muchas entrevistas de trabajo como
seleccionador de los más disímiles aspirantes. Me ha tocado armar equipos
enteros de personas talentosas, con habilidades para laborar en grupo, generando
una atmósfera de gran actividad con mínima conflictividad entre pares. He
participado en tantos procesos de deliberación y he sido tantas veces evaluador,
que en ocasiones he sentido que es una especie de buena luz que me ha
acompañado desde hace años.
La selección
de personal es una de las áreas de mayor interés en psicología, de algunas maneras
modernas de afinar los sistemas que esclavizan a los seres humanos y del
negocio de traficar con los talentos de las pobres almas que necesitan
alimentarse. De ahí que siempre he tratado de ser respetuoso con los aspirantes
a las más variadas acciones que las personas ejecutan para ganarse la vida.
Esa función
me ha permitido hacerme una idea de los individuos sin tener que invertir tanto
tiempo, al punto de que, como tantos, puedo afirmar que para hacerse una idea
de alguien no se necesita mucho rato. Lo esencial de las personas lo captamos
desde una dimensión más intuitiva que argumentativa y esa suerte de corazonada,
que es la percepción de las emociones del otro, trabajadas desde nuestras
propias emociones, constituye un arte que pocos pueden llegar a ufanarse de
haber podido conquistar. Leer a los demás es un asunto en el cual no se puede
fallar.
Sin embargo,
ninguna experiencia supera la de haber sido sometido al escrutinio de los más
heterogéneos jurados y entrevistadores en las oportunidades en las cuales he
aspirado a un trabajo o he concursado para ejercer un oficio.
Una vez, un
médico, quien tenía una camisa estampada con el rostro del Ché Guevara el día
de la entrevista, me preguntó mi opinión sobre la Revolución Cubana. En otra
oportunidad, un caballero, vestido de rosado, con una orquídea en el cabello,
me preguntó si tenía alguna posición en relación a las minorías desfavorecidas
por los prejuicios. En otra ocasión, un hombre con un diente de tigre colgado
en el cuello, me preguntó cuál era mi posición frente al exterminio de algunas
especies animales. Así, de la mano de lo burlesco, los interrogatorios pueden
haber sido aburridos, cínicos, menos que desafiantes y hasta caricaturescos.
No se me
olvida cuando en perfecto inglés londinense, se me hizo la interrogante: -¿Cuál es su color favorito y cómo justifica
su respuesta? … y ahí más o menos les he ido dando la vuelta, rodeándolos
con mis respuestas, en las cuales trato de decirlo todo sin decir nada, para
que invariablemente los resultados se torciesen a mi favor y así poder salir
airoso de tanto necio que hace alardes de su falta de inteligencia o tanto
desocupado que ni entendió lo que le respondí, para terminar en darme las
gracias por mis atinadas contestaciones y felicitándome por mi capacidad de no
caer en provocaciones fatuas.
Pero
conforme pasa el tiempo, uno ya comienza a ver la vida en función de distancias
y la incapacidad de tolerar a cualquier indiscreto desubicado pesa más que la
necesidad de ganarnos la vida. Por eso no puedo evitar ser un tanto hosco
cuando me preguntan por mis afinidades políticas, mis gustos personales por las
damas o mi opinión sobre el nudismo. Cansado de tanta pregunta payasa, la
irreverencia se termina por apoderar de cualquiera, con la madurez necesaria
para tener un mínimo de respeto por uno mismo.
En ocasión
reciente, en eso de dar trompicones de supervivencia, un muchacho con un arete
en la nariz y los cabellos largos hasta más debajo de los hombros, con actitud
displicente y en una extraña pose, intentando dar una impresión de profundidad,
tratando de impresionar a este viejo lobo que ya no es diablo por viejo sino
por puro diablo, me hizo la pregunta mirándome a los ojos de refilón:
-“¿Con cuál personaje de cuál película se
siente usted identificado”.
Cansado
de lidiar con la estupidez, o tal vez acostumbrado, le respondí sin cortapisas
que me identificaba con el teniente Dan, quien debió morir en buena hora, pero
quiso la vida que se le prolongara su vivir, al punto de que cada día está copado
de horas adicionales que en realidad nunca debería estar viviendo, porque el
que trastoca el justo momento de su muerte queda supeditado a una incertidumbre
que solo tiene el que vive cada día como si fuese de gracia.
Nunca
supe si fue por el tono con el que se lo dije o por cada palabra que pronuncié
como si estuviese dando un dictado, lo cierto es que me contrataron. Por cierto,
que me aprobaron hasta un bono… por experiencia.
Publicado en el diario
El Universal de Venezuela el 21 de agosto
de 2018.