En una ocasión, desde la centralizada y
distante ciudad de Caracas, notable en la contemporaneidad por su decadencia y
pobreza cultural inducida, se planificó un estudio para entender tres modelos
de gestión, que en su momento llamaron la atención por su elevado nivel de
éxito, lo cual era toda una novedad.
El primero era “Aguas de Mérida”.
Cualquiera que haya ido a esa ciudad, pero más quienes allí nacimos, sabemos
que no existe un agua tan sabrosa como la de esa parte de los andes. En mis
afanes por hacer montañismo, en muchas ocasiones fui a tomarla en la fuente
original de donde emerge, a más de 4220 metros de altura y se encauza en la
Cascada El Duende, derivando en el río Mucujún. Era depurada por una empresa
tradicional, con personal contratado desde hacía años, con instalaciones
deportivas y recreativas al lado de la planta de procesamiento, en el sector
conocido como El Vallecito.
El otro modelo de gestión exitoso era “El pasaje estudiantil”. Se trataba de una estructura estrictamente transversal (horizontal), en la cual, a través a la renta petrolera, se subsidiaba la posibilidad de que los estudiantes pudiesen usar el transporte público. El modelo era increíblemente exitoso, en donde de manera colaborativa, se repartían turnos de cumplimientos de trabajo de pares, sin una jefatura como tal. El fin último era el mismo y era motivo de interés la celeridad y eficacia del modelo.
El tercero era el “Hospital San Juan
de Dios de Mérida. Centro de Atención Integral en Salud Mental”, del cual
tuve el privilegio de formar parte en sus inicios, hasta que cumplió casi una
década de funcionamiento. Se trataba de una estructura organizacional de
carácter jerárquica, dirigida por una orden religiosa en donde la toma de
decisiones era de carácter vertical, con pocas posibilidades de coparticipación
en la toma de decisiones por parte de quienes formaban los niveles más bajos de
la estructura piramidal perfecta.
Eran tres modelos muy disímiles entre
sí, que llevaban a la pregunta: ¿Por qué tres modelos, con organigramas
diferentes, con tipos de jefaturas y tomas de decisiones que iban desde la
transversalidad más auténtica, hasta la verticalidad más absoluta eran
exitosos?
Y mientras tanto
A la par que se desarrollaba este
trabajo, la opinión pública venezolana, en múltiples estudios, señalaba que las
tres instituciones que más generaban credibilidad, confianza y respeto eran: “Las
Universidades Autónomas, La Estatal Petróleos de Venezuela y el Ejército
Nacional”. Hoy las tres instituciones, por cierto, menguadas, colapsadas o
caídas en desgracia. Era la gran Venezuela potencia de los
80 y los 90, de la cual se esperaba mucho, mientras a la par se cocinaban los
más desmesurados esfuerzos por forzar la caída y desmembramiento de la
estructura institucional, la cual se venía consolidando de manera continua,
desde mediados de la década del 40 del siglo XX.
Volviendo a Mérida
Los resultados de la investigación en
torno a tres modelos ejemplares, “Aguas de Mérida”, “El pasaje
estudiantil” y el “Hospital San Juan de Dios de Mérida. Centro de
Atención Integran en Salud Mental”, generaron gran expectativa entre
quienes nos hemos dedicado a formar equipos, participar en la gerencia de
instituciones o asumir roles de liderazgo. Los resultados iban a ser fuente de
conocimiento de por qué esos modelos, pese a ser radicalmente distintos en su
concepción, funcionaban bien.
La respuesta fue tan amable y perfecta
como se pudiese esperar. Los resultados arrojaron que esos tres modelos
funcionaban bien porque quienes trabajaban en esas instituciones los hacían
trabajar bien. Dicho de otra forma: Era la
gente que trabajaba en esos tres sitios la que hacía que fuesen paradigmáticos
en su funcionamiento, generando magníficos resultados. Era más interesante aún
cuando al revisar los salarios de los trabajadores, los mismos no representaban
un atractivo especial, muy por el contrario, eran sueldos promedios e incluso
nulos, en el caso de los estudiantes.
¿Cómo se generan climas laborales sanos
que hagan que las personas den mucho de sí, de su sistema de creencias y
valores, logrando pasar las horas en el trabajo de manera armónica y saludable
y además alcancen niveles de excelencia en lo que respecta al cumplimiento de
sus funciones?
Creo que existen varios elementos
claves para alcanzar este logro, pero me focalizaré en esta ocasión en solo dos
aspectos:
1.La selección del personal. La
acuciosidad y delicadeza con la cual se determina cuál es el mejor talento
humano es pieza clave para que las cosas fluyan.
2.La posibilidad de precisar de manera
temprana aquellas individualidades y micro-grupos que funcionan como fuentes
generadoras de conflictividad, capaces de acabar con el equilibrio que
necesitan los equipos de trabajo. Esto último va de la mano con la cohesión de grupos
sanos, capaces de funcionar como sistemas potencialmente autoregulados que
limitan a quienes apuestan por alterarlos.
Foto: Andrea Estrada
Publicado en el diario El Universal, de Venezuela, el 08 de octubre de 2019.