domingo, 20 de agosto de 2023

El escritor bendito

 


A veces tengo la sensación de que cada persona es una suerte de rompecabezas, cuyas piezas se encuentran desperdigadas por el mundo. En ese ir y venir entre espacios alcanzables, sueños imposibles y grandes recorridos a la redonda, la literatura se presenta como una posibilidad de ir recogiendo nuestros propios fragmentos, que son susceptibles de ser descubiertos cuando se da ese encuentro excepcional entre un lector y un escritor que comparten intereses y afinidades.

Escritores malditos, escritores benditos

Hay escritores que supuran a través de sus textos. Son tan ineludibles como el sol porque en el arte literario hay necesidad de mostrar el dolor e intentar recrearlo de manera directa. Solemos agradecer a aquellos que escriben textos elevados, en donde las tinieblas se pueden jactar de su propia belleza. Es fértil el campo de la literatura porque en cualquiera de sus espacios, que es el espacio de lo humano, se pueden construir propuestas y mostrar penas. Pero hay un área muy necesaria en donde el escritor brilla por elementos que nos dan alegría y nos permiten transitar senderos en donde el goce por la lectura es capaz de llegar a ser tan alto que bien vale la pena hacer las exploraciones necesarias para descubrir a estos maestros de la palabra escrita.

La belleza de las palabras

Puede ser a través de la exaltación del arrojo y la valentía, como lo puede ser a través de la expresión de manera pura y cristalina como los arroyos de la Cordillera de Los Andes. El asunto es que hay combinaciones de palabras que alcanzan su perfección por la belleza, tanto en el uso de vocablos como en la manera en que se van tejiendo las ideas. De ese grupo de escritores me he enriquecido y siento que conocerlos ha sido agua para mi molino personal con el que me suelo nutrir. De esa manera, leo, respiro, pienso en lo que leo y soy feliz mientras suspiro. La belleza de la palabra escrita es una especie de revelación que nos permite descifrar enigmas cotidianos y laberintos cundidos de pequeñas trampas. De esas y otras emboscadas podemos salir airosos si nos protegemos con las bellas letras. La palabra también permite la posibilidad de plantearse la perfección. De esas y otras hazañas va lo de la escritura, porque para los maestros del arte, la corrección de cada párrafo, de cada línea, de cada oración, de cada palabra, de cada posibilidad de musicalizar lo que se escribe, lleva implícito de manera inexorable el chance de lograr la perfección y bien es sabido que aquellos desafíos que se pueden materializar en algo tan puro como la idea de lo perfecto es uno de los atractivos que más seduce a quien escribe y por supuesto, a quien lee. Lectores y escritores danzan al compás de los gemelos siameses.

Palabras e historias que emocionan

En ese espectro de posibilidades que en ocasiones parecen infinitas, se escurre de manera sigilosa la peripecia de contar cuentos cuyo fin último es relatar la historia en sí, alejada de moralejas, ramalazos moralistas o enseñanzas que nadie está solicitando. Esa literatura, la de la historia que se cuenta como manera de entretenimiento, es parte de lo civilizatorio por cuanto representa el sentido más primigenio de lo gregario, que es la capacidad de contarse cosas que sean capaces de generar hilaridad y deseos de saber en qué termina la trama. Esa, que representa la función de entretener y distraer, es valiosa porque personifica la fascinación de lo humano por el relato en su sentido más puro. El relato como camino que nos lleva a las más disímiles exploraciones y literalmente nos transporta a aquello que hace de la palabra un tesoro incomparable que nos ha acompañado desde que andamos hermanados en manadas.

Tocar la puerta

Ese camino, el de leer y escribir, es en realidad una manera de practicar con soltura y ligereza el ensayo y el error como una instancia necesaria para la vida saludable. Con la palabra escrita, podemos escapar de tristezas y soledades y construir universos que se van configurando de manera paralela uno tras otro, sin posibilidades de que exista un final. Cuando vamos en busca de ese escrito que en algún sitio encontraremos, tocaremos una y muchas veces la puerta en un intento de anunciar nuestra curiosidad y necesidad de sorprendernos. La palabra escrita de manera artística y con pretensiones de alcanzar la belleza tiende a ser un gran aliciente que hace más ligeras las cargas de la condición humana y despeja los enmarañados caminos por los que vamos a transitar. Por eso es por lo que el ejercicio de tocar la puerta no desfallece en aquel espíritu que sabe que existe un escrito que será bien recibido por algún agradecido lector. De esa dupla surge el milagro que llamamos literatura, que, si lo miramos bien, es una de las muchas formas que hemos creado para generar ilusiones en relación con todo lo que signifique ser una persona. En todo lo que sea humano.

 

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 21 de agosto de 2023.

domingo, 13 de agosto de 2023

Perdidos con brújula

 


Si se tiene claro a dónde se quiere llegar, es posible que el camino se haga menos pesado. Incluso en esas circunstancias un dejo de duda es necesario. Pero, cuando se tiene la seguridad absoluta de cuál es el lugar a donde se quiere arribar, sin dar cabida a ninguna clase de cuestionamiento, podría emerger el fanatismo o la falta de pensamiento medianamente argumentado. La mentira, a pesar de tener patas cortas, suele impresionar inicialmente, mientras nos damos cuenta de que se trata de representaciones de lobos vestidos de ovejas.

Conceptos y farsas conceptuales

Hay términos difíciles de atrapar, como el de felicidad o el de salud mental. Cuando tratamos de conceptuar la felicidad, la cosa se nos complica, porque lejos de condiciones de carácter espasmódicas, la felicidad pareciera que tiene más que ver con mantener la mayor cantidad de equilibrio la mayor parte del tiempo. Algo parecido pasa con el concepto de salud mental, que dice mucho y no dice nada, porque eso que tipificamos mentalmente sano es un asunto de carácter estadístico que tendría que ver con la posibilidad de mantener la mayor cantidad de equilibrio la mayor parte del tiempo, como lo es también la felicidad. Es sano recordar que la “salud mental” no es una disciplina ni mucho menos una profesión. Es un concepto de corto alcance y mucha sonoridad, del cual no podemos apreciar su presencia, pero lamentamos de manera terrible su ausencia. Por eso es por lo que las disciplinas que tratan de mantener el equilibrio se tienden a enfrentar a múltiples formas de caos y desorden, lo cual va de la mano de la historia de la civilización.

Si la meta es una ilusión, el resultado será fallido

Si no tenemos idea de cómo podríamos asimilar un concepto, mucho menos vamos a poder llegar a materializar el mismo. El ejercicio de pensar bien vale la pena y lejos de repetir eslóganes o formulitas prefabricadas, para poder avanzar hacia espacios mejores, deberíamos tratar de aclarar las ideas y hacer a un lado aquellas creencias que lejos de ayudarnos a construir, se terminan por convertir en pesados lastres que vamos arrastrando y nos van minimizando nuestra capacidad de movilizarnos con agilidad. Si el postulado inicial es falso, todo lo que hagamos será fallido.

Soluciones probadas: fallidas y exitosas

En general, la experiencia, o sea el aprendizaje, debería servir para no repetir los mismos errores. Es más que consabido que si seguimos haciendo lo mismo, seguiremos obteniendo los mismos resultados. De ahí que cualquier intento por cambiar las cosas para bien, obliga a pensar mal de aquello que tiende a separarnos y a generar divisiones y quiebres en el tejido de una sociedad. Por el contrario, aquello que es proclive a unificar en relación con construir una causa común, tiende a generar mayores estados de equilibrio en las dinámicas sociales que vamos construyendo. En esta suerte de neo inquisición en la cual se ha venido transformando el siglo XXI, es casi inevitable tomar partido para que grupos ultra minoritarios no se salgan con la suyas, porque generan falaces matrices de opinión que incluso tratan de convencernos de que los postulados más sencillos son falsos. Es buen tiempo para usar binoculares y lupas que nos permitan detectar sofistas de baja monta, tanto de lejos como de cerca. Los vendedores de ideas pululan en nuestra contemporaneidad y tarde o temprano tendrá que imponerse el siempre triunfante principio de realidad.

Tiempos de esperanzas

Lejos de asumir una posición desesperanzada, creo que los asuntos de la contemporaneidad tienden a poder resolverse con la vieja fórmula de intentar ser capaces de discernir entre ética y moral. Lo moral es lo que consideramos bueno y malo en un momento y en un lugar determinado. Lo ético es mucho más ambicioso, por cuanto se trata de realizar el ejercicio filosófico de pensar en una supra moral, que sería una manera de generar una moral universal. La ética es crítica que se hace sobre lo moral y es un intento de universalización de lo bueno y lo malo, independientemente del contexto. Probablemente el ejercicio ético jamás termine, porque hay tantas morales como sociedades hay en el planeta. Pero el desafío está ahí. Presente y latente, invitándonos permanentemente a hacer el esfuerzo de intentar conceptualizar una manera de hacer que el mundo sea un lugar para todas las personas de buena voluntad.

Movimiento, acción y reacción

Los que piensan que el mundo es estático, se equivocan. No solo porque el cambio y el movimiento son constantes sino porque ante cada acción, la tendencia es que aparezca una reacción. Esa confrontación de fuerzas potencialmente da cabida al equilibrio, que por una especie de fatalidad propia de lo humano y de los sistemas, una vez que se tiende a alcanzar el mayor grado de moderación, la tendencia es a romperlo. En esas se nos van las energías, las cuales tienden a renovarse conforme mantenemos en alto el espíritu combativo y las cosas que hacemos para crear puedan superar a aquellas que tienden a destruir.

 

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 14 de agosto de 2023.

domingo, 6 de agosto de 2023

Nacimiento al atardecer

 


Martha, de casi cien años, no falta a las consultas de control conmigo, que soy su médico de cabecera. Le he dicho infinidad de veces que con gusto la puedo atender en su casa, que no es necesario que se desplace hasta el dispositivo de Salud Pública para sus controles, pero ella es tajante y no permite ninguna concesión al respecto. Toma el autobús que tiene paradero a tres cuadras de su casa y se queda a unos quinientos metros del lugar donde es atendida. “Venir para acá me mantiene activa y el que se queda en casa se tuye”, dice de manera serena y luego suelta una carcajada.

Quienes no ven atardeceres

Para algunas personas, pareciera que los atardeceres de la vida no existen. Martha se ríe cuando conversa conmigo y me dice que el arte de vivir se encuentra en tener siempre proyectos en función de futuro por los cuales luchar. Siendo una persona de casi un centenar de años, que lo diga ella no deja de causar una gran impresión, no sólo por la edad que tiene, sino porque de esa manera ha llevado su existencia, sintiendo que ha sido exitosa en la forma como ha conducido su vida, pero por encima de todo, porque me dijo la última vez que hablamos de que era profundamente feliz

Vidas agitadas

Cuando Martha habla del tiempo que le ha tocado vivir, es enfática en señalar que la vida es muy dura y no hay forma de que no tengamos que lidiar con las más agrias vicisitudes y extravagantes desafíos. Por eso, me dejó paralizado cuando me dijo que ser viejo era para sentirse orgulloso y suprimiendo las citas de rigor y las referencias bibliográficas, a capela, mientras lo decía de manera musical, me repitió, casi sin quitarle una coma, un fragmento sobre la vejez que publiqué en el libro de mi autoría Los cambios psicológicos. Haciendo alarde de su magnífica capacidad de memorizar lo leído, Marta dijo:

-Como si se tratara de un término peyorativo, a la vejez se le suele cambiar el nombre con alguna frecuencia. “Tercera edad”, “adulto mayor”, “etapa de los años dorados” y otras múltiples maneras que en realidad son intentos eufemísticos con los que se trata de adornar el término VIEJO. La vejez es de las etapas más fructíferas y venerables de la vida, debiendo ser aceptada por la sociedad de la época en su justa dimensión. A fin de cuentas “… dejamos de ser niños”, pero…  “todos vamos pa’ viejos”. A menudo se estereotipa a los ancianos. Estos estereotipos pueden incluso originar actitudes y políticas que desalientan su participación en el trabajo y en las actividades recreativas. La vejez no siempre ha inspirado temor a la gente. En la Biblia, se plantea que los ancianos poseen una gran sabiduría. En China, en Japón y en otras naciones del Lejano Oriente se les venera y se les respeta en la tradición de la piedad filial. Por ejemplo, en Japón más de tres de cada cuatro ancianos viven con sus hijos y se les muestra acatamiento en diversas actividades ordinarias. Los aspectos físicos del envejecimiento rigen muchos de los cambios y de las limitaciones propias de esta etapa de la vida. El envejecimiento es un fenómeno universal. Ocurre antes en algunas personas y después en otras, pero es inevitable. Todos los sistemas del organismo envejecen incluso en condiciones genéticas y ambientales óptimas, aunque no con la misma rapidez. En casi todos los sistemas corporales estos procesos comienzan en la juventud y en la madurez. Muchos de los efectos no se perciben sino hasta en los últimos años de la adultez, porque el envejecimiento es gradual y los sistemas físicos poseen una gran capacidad de reserva.  Muchos suponen que el intelecto de los ancianos decae de un modo automático. Por ejemplo, nadie se sorprende si un joven o una persona de mediana edad se prepara para asistir a una fiesta y no recuerda dónde dejó el abrigo. Pero si el mismo olvido se observa en un anciano, la gente se encoge de hombros y dice: “La memoria empieza a fallarle” o “está perdiendo el juicio”. Con la senectud disminuye la rapidez del desempeño mental y físico. Por lo regular, los ancianos muestran mayor lentitud en los tiempos de reacción, en los procesos perceptuales y en los procesos cognoscitivos en general. Aunque esto se debe en parte sin duda al envejecimiento, en parte también puede deberse a que los ancianos dan a la exactitud mayor valor que los jóvenes. Aunque muchos ancianos conservan las capacidades de memoria y adquieren la sabiduría, algunos presentan un deterioro notable de su funcionamiento cognoscitivo. Puede ser temporal, progresivo o intermitente. En algunos casos es pequeño y dura poco, pero en otros casos es grave y progresivo. El deterioro puede deberse a causas primarias o secundarias. Entre las primeras se encuentra la enfermedad de Alzheimer (un tipo de demencia) y la apoplejía. En el caso de la demencia, aparece confusión, olvido y cambios de personalidad crónicos que a veces acompañan a la senectud. Muchos temen la demencia, pues creen erróneamente que es parte inevitable de la vejez. Para ellos hacerse viejos significa perder el control intelectual y emocional, convirtiéndose así en personas desvalidas e inútiles que llegan a ser una “carga” para su familia.

Esas fueron las palabras de Martha. Para mi gran satisfacción, quedamos en volver a vernos en un par de meses.

 

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 06 de agosto de 2023.