El escritor
estadounidense William Faulkner gana el premio Nobel de literatura, en un
tiempo en el cual dicho galardón tenía una importancia social incuestionable.
Su obra, El sonido y la furia, es el libro de su autoría que de alguna
manera deja claro su carácter trascendente y universal. Esa condición de abrir
camino en torno a una manera particular de ver las cosas es lo que lo hace un
pionero que ha de tener discípulos y su estilo habrá de ser potencialmente
imitado, repetido, calcado o interpretado.
William
Faulkner influye profundamente en lo que habría de ser el boom latinoamericano, particularmente en la creación artística de
dos titanes como lo son: Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Faulkner
elabora toda una red de entramados y de personajes que hacen vida en el
fantástico condado ficticio de Yoknapataupha (Macondo para García Márquez), al
noreste del Misisipi. Al revisar la capacidad de influencia que un creador
tiene en otros, nos lleva al siempre interesante asunto de la originalidad.
En relación
a los enredos del pensamiento, en el mejor de los casos, un griego lo asomó, lo
prefiguró o claramente lo escribió. En asuntos que tienen que ver con la
creatividad, se podría decir que, si bien lo original de manera radical no
existe, cada intérprete o autor tiene una manera particular de tratar los
mismos asuntos. De ahí que, en una eterna apuesta a la creación, cada vez que
aparece un artista que nos sorprende, es por lo que pone de sí en la obra, que
en realidad es una repetición de los mismos asuntos, pero asumidos desde el
mundo personalísimo de cada intérprete.
Cuando me
han señalado el carácter personal de cualquier intento de presentar mi propia
interpretación de las cosas, no puede ser de otra manera que precisamente por
ser personal que puede llegar a tener algún valor. Se valora por consenso lo
sesgado, precisamente por su carácter tendiente a lo único.
Cuando el
arte colectivista africano, de carácter repetitivo y grupal, es interpretado
por Pablo Picasso, se transforma en arte individual, porque se le está dando
otra mirada a lo que repetidamente está siendo observado por muchos. Esta otra
o nueva mirada es precisamente la esencia del arte occidental tal como lo
conocemos.
Abrumado de
poca originalidad, la autenticidad de cada propuesta estética está enriquecida
por lo que cada intérprete tenga a bien poner de sí mismo a lo que otros ya han
tratado de reproducir. Viéndolo de esta manera, se es original en la medida que
se tenga un estilo, lo cual tiene que ver estrictamente con la persona, la
manera como preconcibe las cosas y el poder desarrollar una forma de ser que
destaque por hallarse alejada de la corriente que arrastra al más absoluto
anonimato.
La música es
claro ejemplo de cómo, ante la ausencia de poder crear letras o melodías
originales, la fusión o mezcolanza de los más disímiles estilos, termina por
imponerse como un aporte original a la cultura. El rococó musical es motivo de
deleite e inspiración para las generaciones que se van sucediendo una tras
otra, cada vez con aparente mayor velocidad.
A veces,
cansado de mirar y no ver nada, entra un hombre en el vagón del metro vestido
como Elvis Presley. La mayoría de los presentes ni siquiera saben de quién se
trata el hombre que es imitado, sin embargo, los aplausos suceden uno tras otro
ante la inminencia de lo trascendente. El acto creativo suele volar disparado
en función de futuro cada vez que es capaz de impresionar al que se le acerca.
Nicolás Maquiavelo debe ser repetido hasta el fin de los tiempos porque no
existe otra forma de ejecutar el arte de las artes sino como lo dejó claro el
florentino.
Sonido y
furia siempre ha existido y seguirá habiendo. La representación de este
fenómeno, condimentada por lo más conspicuo de lo humano es lo que permite su
perpetuidad. Una clara muestra de que es precisamente lo más subjetivo del
hombre y lo más local de lo universal, lo que tiene el valor de ser catalogado
como original. Sonido y furia habrá cada vez que aparezca un nuevo poema,
porque, entre otras razones, el motivo que inspira cada poema es uno solo e
irrepetible. Cada mujer distinta en torno a cada poema, lo hace inédito a
rabiar. Cada beso de cada historia de amor tiene el carácter absoluto que lo da
el instante y las circunstancias que lo circundan.
Cada baile,
de cada fiesta, de cada melodía que lo inspira, de cada uno de los danzantes,
es, aunque no nos demos cuenta, un número en la infinita sumatoria de eventos
de los cuales, sin dudas, habrá uno o más de uno que posiblemente tendrá un
carácter de mayor valoración que cualquier otro.
Esa es una
lucha en la cual muchos han dejado hasta la vida. La búsqueda de ese carácter
especial, de esa tesitura pocas veces vista y de esa manera de interpretar,
forma el genio de la civilización, la piedra angular de los problemas y
resoluciones humanas y la gran ruta para ascender a lo mejor de nuestra
especie.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 04 de septiembre de 2018.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 04 de septiembre de 2018.