martes, 29 de septiembre de 2020

Virus y ontología

Como necesidad recurrente, es propio de lo humano tratar de dar sentido a las cosas. Incluso hay una escuela de psicoterapia llamada logoterapia, de carácter existencialista, en la cual se intenta explicar el sentido de la vida desde el padecimiento del sufrimiento, particularmente su potencial utilidad. Entendiendo el sufrimiento como algo que debe tener algún sentido, más cuando condiciona la manera en que a muchos les ha tocado enfrentar o conducir predominantemente sus vidas. La vida sin sufrimiento no existe y de ahí que la ontología y el sufrimiento son una dupla inseparable que siempre va a dar qué pensar y tiene en Víctor Frankl a uno de sus más importantes exponentes. En ese orden de ideas, ha surgido infinitud de futurólogos que, como maestras de escuela, ya adelantan lo que pudiésemos considerar “el legado del virus”.

El legado de Coronavirus  

Como consecuencia de la recesión económica que va de la mano con la pandemia, se perfila un tiempo en el cual el grito de “sálvese quien pueda” ya comienza a retumbar. La supervivencia se hace prioritaria, independientemente de los recursos o métodos que se usen para lograrla. Es difícil establecer una ética de la recesión económica, sobre todo porque habría que tratar de hacer una ética del hambre y en el siglo XXI, no era esperable que apareciera una pandemia como hace un siglo apareció la gripe española. A mi juicio, dada la necesidad de sobrevivir, el aprendizaje será potencialmente predecible, en donde la ruindad, la mezquindad y la poca capacidad de empatizar podrían salirse con la suya.

Es básico tratar de sobrevivir cuando las circunstancias son apremiantes y desbordan las posibilidades de sortearlas. El miedo, la lucha y la huida siguen siendo las tres respuestas ante lo adverso, en este caso microscópico. Las tres potencialmente están ligadas con el lado abominable de lo humano.

La paradoja del regreso al pasado

Hoy, en la prensa, el titular era que ya habíamos superado el millón de muertos por coronavirus a nivel mundial. Cifra poco alentadora en un siglo que se jacta de sus avances tecnológicos, los cuales a todas luces son más atinentes a exaltar un alarde de vaciedades y temas volátiles en donde occidente hace pompas de una baja capacidad de aspirar cosas mejores para lo humano. Pareciera que va ganando la lidia ciertas exaltaciones perversas, además de hacer ostentación pública de cosas íntimas que no deberían interesar a gente ocupada.

Se regresa escandalosamente al pasado en el sentido de depositar la esperanza de la lucha contra el coronavirus en el desarrollo de una vacuna que no llega, lo cual es literalmente volver al siglo XVIII y retomar el camino de Edward Jenner, “el padre de la inmunología” y el descubrimiento de la vacuna contra la viruela y los posteriores avances en relación con la vacunación que hace Louis Pasteur en el siglo XIX. Nada contemporáneo. Se regresa literalmente a los albores de cosas demasiado básicas sin tener resultados contundentes y mucho menos expeditos.

Lo otro llamativo de todo esto que ocurre con relación a la pandemia es el fracaso de la implementación de políticas de prevención desde el inicio de la propagación del virus (uso de tapabocas, lavado de manos y distanciamiento físico). En este punto es notable que sigamos viendo a los que lideran el mundo haciendo apología a controvertir el sentido común.  

Además de lo anterior, se apuesta al nosocomio como recurso salvador. Triunfa nuevamente lo más depurado de la medicina occidental y las naciones se ven volcadas a invertir cuantiosas sumas de dinero en unidades de cuidados intensivos y ventiladores mecánicos. Gana la medicina occidental con su modelo hospitalario y desarrollo de vacunas, mientras se distorsiona la prevención temprana como elemento que perfectamente pudo limitar el daño.

No puede sonar sino como falta de sesos que en importantes centros de salud del mundo se le pidió al personal que no utilizase implementos de protección personal, porque podía crear caos entre los ciudadanos. El nivel de esta irresponsabilidad no tiene límites.

La esperanza vence

La esperanza es un mecanismo de defensa que tiene ciertas complejidades. Es una mezcla de otros mecanismos de defensa que van desde la negación hasta la sublimación. Necesariamente el ser humano se tiene que aferrar a ella o de lo contrario la vida no tendría sentido. De ahí que hay una esperanza que atañe al día a día y facilita las relaciones con lo circundante, permitiendo que el ser humano sueñe con un mejor porvenir. Además, la esperanza se vende como paquete de doble cupón y a los que nos les va bien por los lados de acá tienen al más allá para reconfortarse. Si en esta vida no se les dio las cosas como potencialmente aspiraron, les queda la idea esperanzadora de la trascendencia. Si no es en este mundo, será en el que sigue, dirá el hombre de fe. La esperanza vence porque sin ella quedaríamos enceguecidos por tantas cosas que nos rodean.

 

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el martes 29 de septiembre de 2020.   

 

martes, 22 de septiembre de 2020

Ontología del virus



Deseosos de hallar alguna explicación medianamente convincente sobre las cosas que nos ocurren, no faltará quien intente dar forma al sentido de una pandemia. Desde quienes consideran que se trata de un castigo divino hasta los que creen que es una forma de regulación de la población propia de la naturaleza. Los “consparanoicos” estarán bailando en una pata por décadas, pues se ratifican sus creencias de que la élite actuó de nuevo, cuando no los extraterrestres. Lo cierto es que ya hemos pasado por pandemias antes y las conductas para enfrentarlas han sido diferentes. El balance ha enseñado que unas han sido combatidas de maneras más erráticas que otras en una sucesión de torpezas difíciles de creer.

VIH-SIDA

La década del ochenta del siglo pasado se vio profundamente modificada con relación a las costumbres sexuales cuando aparece la pandemia del VIH/SIDA. Entre cristianos y musulmanes se expande la idea de que se trataba de un castigo de Dios a los homosexuales y se le llamó inicialmente cáncer gay. En ese tiempo, no era común el uso del preservativo entre homosexuales por considerarse predominantemente que este era solo un método anticonceptivo. Dado que la difusión del VIH/SIDA en África fue preferentemente heterosexual, y con evidencias de que en parejas de heterosexuales occidentales había transmisión del virus, los organismos encargados de prevenir enfermedades a nivel mundial no tardaron en preconizar una fortísima campaña en la cual el condón habría de venir en el mismo combo de elementos amatorios, como la caja de bombones y el ramo de flores.

Dada la magnitud del problema, los medios de comunicación de manera unívoca y recurrente hicieron que el condón formase parte de lo sexual, cuando no del enamoramiento y de las instancias más románticas de las personas. Por más pataletas que se hizo desde el catolicismo, la necesidad de usar el preservativo terminó por imponerse. Balance de la pandemia: Mucho más de cuarenta millones de muertos.

Sexo animal y gastronomía que mata

Después de mucho darle vueltas, la teoría más reconocida sostiene que el VIH proviene de un virus llamado “virus de inmunodeficiencia en simios”, el cual causa síntomas similares al SIDA en los primates. El virus debe haber entrado por primera vez en los seres humanos en los años 20 del siglo XX, en el centro de África. Las relaciones sexuales entre humanos y animales no solo están ampliamente difundidas, sino que, en algunos pueblos, las primeras formas de iniciación sexual son precisamente con animales. Sin poder ser categorizada como una parafilia ni una aberración, muchos jóvenes tienen un largo anecdotario (cuando no prontuario) en lo que respecta a sus prácticas sexuales que incluyen desde grandes aves hasta grandes y no tan grandes mamíferos.

En las comunidades llamadas originarias, no es infrecuente comerse un plato de mono, una culebra o un loro. La naturaleza provee y se debe sobrevivir a través de la caza y la pesca, la cual no siempre es dadivosa. En sociedades con grandes poblaciones, alimentar a tanta gente no deja de ser un gran problema y las recetas de animales no propios de la gastronomía occidental son afines a esas culturas. El festival de Yulin, Guangxi, llamado también festival del lichi y la carne de perro, se celebra en el solsticio de verano en China. A lo largo de diez días de festividades los perros desfilan en jaulas de madera y de metal y los participantes del festival los sacrifican y cocinan para su consumo. Se ha llegado a comer hasta 10 000 perros en cada evento.

En realidad, el negocio de consumo de animales de todo tipo, incluyendo los silvestres, forma parte de los hábitos de buena porción de la población mundial, además de ser un elemento cultural que los distingue. Los riesgos a los cuales conlleva, por no tratarse de animales de granja, criados con normas de sanidad para ser llevados a la mesa, probablemente tienen su más trágico resultado con la aparición del COVID-19. 

La gran burrada

Contrario a la pandemia del VIH/SIDA, en la cual se preconizó el uso del preservativo, con la tragedia del coronavirus las cosas no fueron tan expeditas. La enfermedad comienza en China y la Organización Mundial de la Salud se encarga de anunciar tarde que se trata de una pandemia. Contrario a lo esperable, no establece las pautas para enfrentar la misma y de manera disparatada, deja a discrecionalidad de gobernantes de los países la responsabilidad de combatirla.

Desde el primer día, se debió indicar de manera masiva e irrestricta el uso de tapaboca, el distanciamiento físico (doble torpeza haber indicado que había que “distanciarse socialmente”) y la higienización de las manos y de espacios físicos. Un recetario elemental de tres medidas universales que no se señalaron en su momento, pudiendo minimizar el número de muertos que lleva a cuestas la nueva pandemia. A la par de este yerro, líderes atolondrados hacían alardes de manejarse con irresponsabilidad.



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 22 de septiembre de 2020. 

 

El hombre atrapado en el sinsentido


A mis queridos estudiantes de la Universidad de Los Andes

En 2017 me llamó mucho la atención un asunto al cual comencé a darle vueltas. Muchos de mis estudiantes de la Facultad de Humanidades y Educación estaban leyendo simultáneamente a Víctor Frankl y sus trabajos sobre logoterapia. El país iba directo a un nivel de colapso cada vez mayor y mis alumnos sentían que había que darle sentido al sufrimiento que estaban experimentando. Se sujetaban al legado de quien había creado la tercera escuela vienesa de psicoterapia. La idea de que se estuviese de alguna manera comparando la experiencia de Frankl con sus propias vidas de jóvenes universitarios era bastante perturbadora: Venezuela vislumbrada como un potencial campo de concentración. A todas estas, yo hacía planes para migrar en busca de un país en donde la vida tuviera más sentido que solo sobrevivir cada día.

En lo más profundo de la miseria

Víctor Frankl fue un neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco que sobrevivió desde 1942 hasta 1945 en cuatro campos de concentración nazis, incluyendo Auschwitz. Logra sobrevivir a este infierno, pero no así su esposa, sus padres, su hermano, su cuñada, muchos colegas y amigos. Esta experiencia extrema lo lleva a escribir uno de los libros más leídos en el siglo XX (El hombre en busca de sentido) y crea la logoterapia y se dedica al análisis existencial. De esta vivencia espantosa, escribe y desarrolla una teoría en la cual aborda aspectos cardinales de la existencia como la libertad, la responsabilidad, el asunto del sufrimiento y su potencial utilidad y, en definitiva, lo más trascendente de su obra, hace una propuesta acerca del sentido de la vida. 

En condiciones extremas, Frankl se apega a dos elementos esperanzadores de carácter futuro, como el desarrollo de una teoría psicológica de la cual había elaborado un manuscrito (que le fue arrebatado al llegar al campo de concentración) y el amor que sentía por su esposa. Su obra ampliamente conocida, El hombre en busca de sentido, se construye sobre la base de unas modificaciones muy pertinentes. La primera edición es un ensayo sobre la vivencia de haber estado en un campo de concentración. Inicialmente exitoso, no estaría escribiendo sobre ese libro si Frankl no lo modifica y escribe por petición de los lectores y de los editores, la segunda parte de la obra: Conceptos básicos de logoterapia.

El sentido de la vida

Al existencialismo, y particularmente a la obra de Víctor Frankl, se le opone la fuerza del determinismo, al punto de que el austríaco lo llama “pandeterminismo” y lo muestra como una enfermedad infecciosa que los educadores hemos inoculado. Como en cualquier intento de darle forma a las ideas, se recurre a la posición de defenderlas con las garras, lo cual es loable y forma parte de la historia de lo civilizatorio. Cuando Frankl señala que “la libertad no es más que el aspecto negativo de cualquier fenómeno, cuyo aspecto positivo es la responsabilidad”, y propone que la estatua de La Libertad en la costa este de los Estados Unidos debería ser complementada con la estatua de la Responsabilidad en la costa oeste, establece opiniones muy difíciles de conceptualizar, cuando no yerros en la manera de entender el asunto de la existencia.

Contraviniendo la idea de Frankl, el sentido de la vida es el que la persona (el ser) pueda darle. En la medida de que alguien pueda darle sentido a su vida, la misma lo tiene, independientemente de que no se esté actuando de manera libre o responsable. Las ideas de responsabilidad y libertad poco tienen que ver con el sentido de la vida, salvo en sujetos muy elevados y con grandes atributos intelectuales como el propio Frankl. Al final de todo, el nihilismo gusta salirse con las suyas, entre otras razones porque las ideas de libertad y más aún la de responsabilidad son etéreas y muy difíciles de atrapar.

La vida sin sentido

En la medida que las personas llenen el vacío de la existencia con creencias, la vida puede tener sentido. Esas creencias pueden ser generalmente de carácter político o religioso, que a fin de cuentas son las dos vertientes más primitivas del pensamiento. Lo político y lo religioso están al alcance de cualquier persona porque son instancias vulgares, que no requieren de mayor elaboración intelectual y por más primitiva que sea la persona, en ambos de estos aspectos se puede sentir un experto y dar sentido a las cosas. Incapaces de razonar, al asumir el pensamiento político o religioso, se está endosando un recetario de ideas al sistema de valoraciones humanas.

No es casual que los dos temas de conversación que unían a sus compañeros en los campos de concentración eran precisamente los temas políticos y religiosos, ambos ajenos al razonamiento y apegados a la capacidad de argumentar. Deficientes a la hora de razonar, los grandes argumentadores de ideas deslumbran, convencen y dan sentido a la vida. Si no es destructivo, debe ser respetado. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 15 de septiembre de 2020.