Mientras cruzaba el Puente Internacional Simón Bolívar, como muchos otros venezolanos, buscando mejores posibilidades de vida en otros lugares, gente de buena voluntad nos esperaba al otro lado de la frontera para ofrecernos un plato de sopa y una manta. Una sola muda de ropa (la que cargaba puesta) y una mochila en la que llevaba los documentos legales de rigor, fueron los pertrechos que me acompañaron ese día, el cual solo era el comienzo de una infinitud de situaciones singulares, no ajenas a los peligros de rigor, que me permitieron terminar sentado frente al computador, escribiendo este texto.
De las vicisitudes, los viajes, los riesgos y las carencias
vividas en mis últimos años de existencia, intentaré escribir en otros
espacios. Por lo pronto la “gastronomía del ojo” acapara mi interés. Lo que veo y
escucho cada día, en cada uno de los escenarios que me circunscriben acapara mi
atención. Es difícil abstraerse por completo de las circunstancias, por más que
cultivemos el placer de tratar de vivir lo mejor posible cada día. Ser migrante
requiere de una voluntad y disciplina en la que no es inusual desfallecer.
Entre rivales
Habiendo experimentado en carne propia, durante la mitad de
mi existencia, lo que conlleva el hecho de que una sociedad se polarice en
bandos confrontados, algunas experiencias ajenas me son tan propias que es
inevitable caer en el lugar común de sentir que estoy viendo la misma película
por segunda vez. En estricto rigor, se trata de una auténtica estafa propia de
la vida que a algunos nos ha tocado vivir. El tener que lidiar no una sino dos
veces con la misma muralla de dificultades pareciera un producto solo concebible
en una mente macabra, de un teatro de horrores con situaciones tragicómicas. Eso tiene dos vertientes que generan
pesadumbre: 1) Por un lado el sentir que ya sabemos cómo termina todo y lo
otro: 2) El intuir lo que cada uno ya va a pensar y/o decir. Toda una
pesadilla.
En realidad las sociedades están conformadas por
multiplicidad de individuos que llevan a cuesta sus prejuicios o taras
intelectuales, las cuales se disparan como un resorte en el instante en que una
situación propia a la dinámica con los demás active su sistema de creencias,
siempre matizado por las cosas positivas y negativas que conforman su
percepción de las cosas.
En el momento en que una persona sienta vulnerado sus
intereses personales, lo más probable es que deje de apoyar cualquier causa
social, por más justa que parezca. En el momento en que sean vulnerados los
derechos de otros y en el mundo interior del sujeto se active el revanchismo,
el resentimiento, el complejo de inferioridad y la sensación de minusvalía, es
bastante probable que se termine por aupar las más oscuras posiciones, como
avalar estrambóticas formas de violencia o alegrarse por el sufrimiento ajeno.
Es la parte más oscura del sujeto la que aparece cuando se
toman posturas lejanas a estar matizadas y se cae en el piloto automático del
fanatismo. Es la historia del ser humano repetida al infinito una y otra vez.
El equilibrista
Si se quiere cultivar una posición
medianamente objetiva en un contexto que tiende a dividirse en bandos
enfrentados, se está haciendo todo el tempo un ejercicio de equilibrista del
más alto nivel. El que se intenta mantener en una posición razonable, verá las
embestidas de las posiciones más alocadas y carentes de juicio. En ocasiones
haremos mutis porque sería un sinsentido expresar abiertamente lo que pensamos
en un contexto de enloquecidos; en ocasiones solo expresamos lo que hemos
vivido, sin ánimos de generar polémica, solo con el deseo de compartir la
experiencia de vida.
Lo cierto es que es muy difícil
construir. Destruir, por el contrario, requiere de poco tiempo. Lleva muchos
años crear una sociedad unida en su esencia con personas remando hacia el mismo
lado. En cuestión de horas un pueblo se puede fragmentar en sus cimientos. He
vivido y vuelto a vivir la polarización de una sociedad, que traía odios y
rencores mitigados a cuesta y en un abrir y cerrar de ojos, vemos cómo se
pulverizan sueños y expectativas colectivas, al igual que aparecen los idearios
más recalcitrantes, con el peso que lleva consigo el deseo de aplastar al otro.
Desde arriba
Aristóteles preconizaba la idea de
intentar posicionarse en justo punto medio y ver la totalidad de lo que ocurre
como si fuese una gran torta. Dos siglos y medio después, algunos tratamos de
hacer el ejercicio filosófico de intentar mirar la totalidad y plantarnos desde
arriba, mientras vemos con nuestros ojos cómo lo humano pareciera no haberse
desarrollado tanto como preconizamos. La violencia, expresada en todas sus
formas, nos sigue acompañando.
Lo bueno de lo malo es que,
independientemente de lo que ocurra en nuestro entorno, podamos impedir envilecernos.
Si nos salvamos de eso, estaremos en una posición tan elevada, que bien habrá
valido la pena haber transitado por caminos tan torcidos.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 26 de noviembre de 2019.