-¿Qué
estabas haciendo el día que tumbaron (o “cayó”) el muro de Berlín?, es la pregunta de sobremesa de cualquier persona que tenga
edad suficiente para recordarlo. A fin de cuentas solo han pasado treinta años
de ese hecho histórico.
En lo particular recuerdo que los grupos comunistas y
aquellos tendientes a preconizar el ideario de “izquierda”, se quedaron sin argumentos
para explicar o darle forma a lo que estaba ocurriendo. Por su parte el
pensamiento liberal y particularmente el liberalismo más clásico, habían
conseguido ¡por fin! señalar que el camino inequívoco al cual debía transitar
la civilización había quedado más que marcado. Creo que en el mundo
contemporáneo, contrario a otras épocas, tres décadas es tiempo suficiente para
intentar hacer el ejercicio intelectual de plantearse que se trata de un ciclo
en el cual quedaron claras ciertas cosas que por la ceguera propia que implica
vivir en un tiempo en particular, es difícil precisar.
La ceguera histórica
El hombre difícilmente puede llegar a
entender el tiempo en que vive. No lo puede entender precisamente porque lo
está viviendo y sus prejuicios lo obnubilan. Es casi imposible disociar la
capacidad de pensar con los sentimientos y ese vínculo que se establece entre
el intento de comprender las cosas (lo racional) y las emociones con las cuales
las tratamos de entender (lo afectivo), es muy difícil de separar.
Tampoco puede entender el tiempo
pasado, porque no lo vivió. La historia, que en realidad es historiografía, o
registros de los hechos históricos, es en el fondo una profunda tergiversación
de lo que aconteció en tiempo pretérito y sobre lo cual, por no haberlo
experimentado, lo manejamos mentalmente como ajeno a nuestra realidad. La
asumimos con la misma capacidad de falsear el presente, con el agravante de que
ni siquiera lo hemos experimentado.
La fórmula mágica
En un intento de dar explicación a las
cosas, recurrimos a los idearios cuando no al pensamiento utópico. José Ortega
y Gasset señalaba que pensar en “izquierda” y “derecha” eran expresiones de
hemiplejía mental. Por mi parte, creo que son reduccionismos atávicos y formas
de expresión rudimentarias que no comparecen con los tiempos en que vivimos.
Pronunciarse en términos de “izquierda” y “derecha” son expresiones contrahechas
de dinosaurios intelectuales, como quien entiende la vida en sociedad alegando
que existe un sistema capitalista enfrentado contra un sistema socialista. Son
pobres formas de entender la compleja realidad humana y los cambios propios de
cualquier tiempo. Se suponía que con el fin del muro de Berlín y sus
implicaciones, íbamos a desarrollar sociedades más armónicas sin los eternos
fantasmas de pasado. La realidad refuta a las ideas.
El comienzo de la historia
Menos de la mitad de los países de la
tierra tienen sistemas democráticos como forma de convivencia. Muy por el
contrario, en estos treinta años las democracias del planeta tuvieron su auge y
ahora experimentan claras debilidades. En algunas regiones se podría cuestionar
si son más los problemas o las soluciones a las cuales puede responder un
sistema democrático. Quienes nos sentimos demócratas y aupamos esta forma de
gobierno, nos parece una calamidad que esto esté ocurriendo, porque es regresar
una y otra vez a Maquiavelo. El Príncipe
es el libro de cabecera de cualquier persona que se interese en asuntos propios
de la vida en sociedad y es una mengua no atender a sus enseñanzas. El eterno
retorno a Maquiavelo pareciera ser la consigna de quien aspire a ocupar cargos
de poder en el enmarañado siglo XXI.
Una cosa son las ideas, algunas veces
simples ideítas prefabricadas y otra completamente distinta el ejercicio de
gobernar. Son tiempos para monstruos políticos y no para hombres con
mansedumbre espiritual. Numerólogos,
estadísticos, periodistas, estrellas de la farándula, deportistas y ahora las
redes sociales, tratan de imponer sistemas de creencias sobre la gran masa
humana. En cuestión de horas una persona con influencia en las redes sociales,
de pocas luces y amoralidad como norte, puede hacerle la vida cuadritos a
cualquier político de la contemporaneidad. Es la politización de la vida en
sociedad por parte de la chusma “opinadora”, haciendo tambalear estrategias y
posturas en torno a los planes de quienes deben ejercer la imprescindible
conducción de los pueblos.
Los políticos exitosos y trascendentes
que se han venido aglutinando después de la caída del muro de Berlín tienden a
ser de corte brutal, liderazgo cercano a lo animal, comportándose como líderes
de manada con claras tendencia a la megalomanía y el narcicismo. Las sociedades
se rinden ante estos perfiles y lejos de tender al equilibrio, tienen como
fórmula para alcanzar el poder la inducción de la polarización de las
sociedades o la eliminación física de cualquier potencial enemigo. A treinta
años de la caída del muro, el escenario actual no era lo que se había previsto.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 12 de noviembre de 2019.
No hay comentarios:
Publicar un comentario