domingo, 3 de noviembre de 2019

El malestar del equilibrio



Era un diciembre cuando de manera afable, un grupo de amigos chilenos me invitó a cenar. Después de unos cuantos tragos de vinos espumantes y alardes de buen gusto y mejores maneras, me explicaron por qué los venezolanos, apostando al estatismo enfermizo y la poca capacidad de aupar la economía de libre mercado nos merecíamos la tragedia que estábamos viviendo. Estructuralmente tendientes a lo numérico, me explicaban el enorme producto interno bruto que tiene el país austral y la manera efectiva en que lograron disminuir la pobreza. Como tiendo a ser aplomado, escéptico y tengo la calle en las venas, trataba de disfrutar las buenas bebidas que me ofrecían.

Etnocentrismo negativo

El etnocentrismo es la actitud del grupo, raza o sociedad que presupone su superioridad sobre los demás y hace de la cultura propia el criterio exclusivo para interpretar y valorar la cultura y los comportamientos de esos otros grupos, razas o sociedades. Una de las cosas que he vivido en carne propia es aprender a escuchar la suciedad (inmundicia) de la calle. Ajeno a lo virtuoso, lo vulgar es la genuina representación del alma socavada de los pueblos. En el sentimiento marginal se halla la riqueza cultural de una parte invaluable que conforma la identidad de una nación. La clase media, a fin de cuentas, mantiene más o menos el mismo discurso en todas partes. Viví la autocrítica destructiva y malsana de los venezolanos clase media de los años 90 del siglo pasado y conozco los resultados de ese proceso social. Nos mataba el etnocentrismo y aspirábamos a ser el mejor país del mundo. Recuerdo que en cualquier conversación se decía que si los japoneses esto, que si los japoneses lo otro. Era la Venezuela etnocentrista que se consideraba lo peor y potencialmente, a la vez, lo mejor del mundo. Ese mismo discurso lo he escuchado en cada chileno con quien he compartido sobremesa. La queja como forma de conducirse es parte de nuestra estructura cultural. Creernos el sucio e inmaculado ombligo del mundo simultáneamente.

Pobrecito Ícaro

En la mitología griega, Ícaro tenía unidas con hilos las plumas centrales de sus alas y con cera las laterales. Se le advirtió que no volase demasiado alto porque el calor del sol derretiría la cera ni demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría las alas y no podría volar. Cuando Ícaro comenzó a ascender, contrariando lo aconsejado, el quemante sol derritió la cera y las alas se desarmaron. Murió al caer al mar. Los procesos de ascenso social en América Latina una y otra vez se tropiezan con los mismos problemas. Países exportadores de materias primas, dependientes de los precios que establecen las demandas de los mercados, pareciera que existiese un techo de desarrollo que no se podrá superar. Quieren seguir ascendiendo en la natural escala de aspiraciones humanas sin tener con qué, a la par de intentar implementar modelos utópicos fracasados. Con poca capacidad de generar sus propias ideas, las antiguas formas de pensamiento rígido y encapsulado no dejan de resucitar.

El maldito equilibrio

Los seres humanos, en general, no somos muy dados a manejar el equilibrio como forma de conceptuar la vida. Creemos que se es inerte cuando logramos estar equilibrados y tendemos a romper esta dimensión. En los bolsillos cargo calderilla y billetes. Tiendo a pagar en efectivo y al contado y si bien le debo demasiado afecto y solidaridad a mucha gente, no le debo ni un centavo a nada ni a nadie. Oriundo de las montañas, aprendí a pagar las cuentas con dinero contante y sonante desde que tengo memoria. La primera vez que fui de compras en Santiago, el vendedor no podía entender por qué iba a pagar todo de un tajo en vez de hacerlo en una docena de cómodas cuotas. Tal vez mis niveles de aspiración en lo que respecta al confort son bajos y mi estatus lo tengo claro: No necesito demostrarle nada a nadie. Las maneras como se endeuda la clase media chilena no tienen comparación con otras sociedades que haya conocido. Lo digo como trashumante, mochilero, trotamundo y taguarero. Aspirar a tener más sin tener lo suficiente, conlleva a endeudarse en una espiral de la cual es casi imposible salvarse y la bancarrota tiende a ser el derrotero. Doblemente condicionados por nuestras pulsiones y lo aprendido, la falacia del libre albedrío es la excusa culposa culpante para explicar las deudas. Las sociedades de consumo esclavizan al ciudadano que aspira a verse mejor que los demás.

Relaciones peligrosas

Cuando, en términos marxistas el lumpenproletariado y la pequeña burguesía se ensamblan, se genera una bomba que tarde o temprano estalla. Si la clase media aplaude la barbarie que grupos delincuenciales realizan, se comienza a generar una bola de nieve de resultados impredecibles. El “caracazo” edulcorado por la inteligencia venezolana de la época, trató de dar las explicaciones más sesudas y contrahechas a lo delincuencial. Lo peor de sentir que las cosas se repiten es que anticipamos los resultados.



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 05 de noviembre de 2019. 

1 comentario:

  1. Excelente y muy acertado artículo Dr. Alirio.
    Gracias por compartirlo!

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