Bajando
por la famosa gran Avenida 2 de la ciudad de Mérida, del Estado Mérida de
Venezuela, quedaba una tienda que ostentaba el rimbombante nombre de: ‘La casa de la magia’. Era por lo demás
curioso cada uno de los artículos que estaba a la venta en el largo mostrador
que tenía vista a la calle, desde capas para desaparecer a la gente e
invisibilizarlos, hasta perfumes con el poder de hacer que una persona
seleccionada quedase enamorada de quien se untase la loción.
Contras,
amuletos, talismanes, azabaches, repelentes contra el mal de ojo y conjuros en
tablillas de madera, ocupaban espacios junto con cartas, baritas mágicas,
petardos, pólvora en las más variadas presentaciones y alguno que otro
“juguete” que inspiraba en las noches a muchas parejas de enamorados que
furtivamente entraban en el local. Era un lujo para cualquier niño poder adentrarse
en dicha tienda, porque la atención era de primera y un extraño caballero hermético
y misterioso, de edad inefable, tenía media docena de atractivas jóvenes
atendiendo a quien entraba en el recinto. A media luz se podía escuchar los
susurros de quienes daban las explicaciones sobre cómo encontrar un buen
esposo, ahuyentar a una amante furtiva, conseguir un buen empleo, ganar en el
juego de carreras de caballos llamado 5 y 6 o sacar las mejores calificaciones
en los exámenes.
Pero
de todas las cosas que logré ver y obviamente escuchar, la que más me llamó la
atención a mí y a la mayoría de las personas que iban al negocio eran unos
extraordinarios anteojos que tenían promoción incluso por las principales
radios frecuencia A.M. de la ciudad. Eran unos lentes negros con los cuales se
podía observar a las personas desnudas.
De la
tienda salían jóvenes y viejos, todos varones, con los lentes puestos (solo era
para mayores de 18 años) y cada mujer que se encontraban en su camino, se
incomodaba a más no poder y corría espantada por los amenazantes anteojos. Lo
cierto es que por más que quise tener uno de esos prodigiosos refractores,
ninguna de las jóvenes de la tienda me los quiso vender porque yo solo tenía 12
años en ese tiempo.
Aunque
fue mucha la insistencia y las argucias con las cuales traté de hacerme de uno
de esos originales lentes, no fue posible comprarlos y si alguien me pidiese
que resumiese en una sola palabra lo que generó en mí esa vivencia diría sin
ambages que se trata de una “frustración”. ¿Cómo era posible que viviendo en la
ciudad de ‘La casa de la magia’, no
tuviese tan codiciado objeto?
Las
quejas no se hicieron esperar, hubo varios accidentes automovilísticos
condicionados por el uso de los lentes y el propio alcalde hizo la petición de
prohibir tan singular artículo que ya se estaba convirtiendo en un objeto de uso
masivo. Poder mirar a la gente desnuda era un poder erótico que solo tenía un
personaje de las tiras cómicas como Superman y que los merideños tuvimos hace
ya unas cuantas décadas.
Lo
cierto es que ya treintón, más por problemas visuales que por pavería, ante la
imposibilidad de tolerar la luz intensa, me fueron indicados, por un
prestigioso oftalmólogo, unos lentes negros polarizados que usualmente tengo
puestos y con los cuales logro ver el mundo hasta el día de hoy.
La
primera vez que una chica me preguntó por qué usaba lentes oscuros hasta en la
noche, le respondí sin cortapisas que mis lentes negros tenían el poder de ver
a la gente desnuda. La joven se puso roja como un tomate y de manera refleja se
tapó partes del cuerpo con los dos miembros superiores. Luego pensó que era una
broma y la risa nerviosa hizo su aparición.
Desde
esa primera vez no he dejado de jugar con mis anteojos y las respuestas más
inusitadas se hacen sentir cada vez que explico que con mis lentes negros tengo
el poder de ver a la gente como Dios la trajo al mundo. Incluso una mujer
policía quiso detenerme por el chiste y cuando le pregunté el motivo, señaló
que: “-Por transgresión a la moral en la vía pública”. Tuve que convencerla de
que mis anteojos no tenían tal poder para no ir preso y hoy en día tengo una
buena amiga que forma parte del cuerpo de la policía de la ciudad donde nací.
Los
lentes negros me han acompañado en mis ascensos a las más elevadas cumbres de
las montañas de mi ciudad natal, a dar clases matutinas a los alumnos que
apenas se están despertando y en la más absoluta oscuridad del cine. En una
ocasión casi los pierdo por sacar la cabeza del automóvil y sentí que mi vida
podía cambiar para siempre.
Una
amiga caraqueña sabe del poder de mis lentes y cada vez que nos encontramos, se
pone papel aluminio en algunas partes estratégicas de su cuerpo para que yo no
pueda vulnerar su intimidad. Me ve con los anteojos puestos y suelta la gran
carcajada. Incluso los llevo puestos cuando estoy nadando en el mar o cuando tengo
que escribir de cerca en la computadora. Me han acompañado una buena parte de
mi existencia y sin ellos no sería quien soy ni mi manera de percibir el mundo
sería la que tengo.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela, el 13 de marzo de 2018.
Ilustración: @cosmoperez
http://www.opinionynoticias.com/opinioncultura/32119-lo-prestii
http://www.eluniversal.com/el-universal/2453/modal-foto.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario