Hay una idea que siempre me ha parecido atractiva en extremo y es la de
poder atesorar tanto nivel de conocimiento que nos permitiese contemplar desde
una instancia más que elevada, todo aquello que explique lo que somos y lo que
nos circunda. ¿Qué cosa puede ser tan cautivante como tener la capacidad y el
entendimiento de poseer tal nivel de sapiencia que no fuesen las piezas del
rompecabezas la que vemos cada día sino el rompecabezas completo?
Eso nos permitiría poner en su lugar todas aquellas dudas que tenemos y
sería un poder tan desmesurado que tal vez quien lo alcance, deberá retirarse a
una ermita. Mientras tanto, vamos a pie juntillas con lo que señalen nuestras
creencias.
El leguaje destruye realidades
El lenguaje tiende a ser fuente de malos entendidos; además de distorsionar
la realidad al punto de engañar. Con el lenguaje tendemos a apostar al
falseamiento de la realidad. Con el lenguaje destruimos realidades y nos
apegamos a falsos conceptos y premisas que en la contemporaneidad se resumen en
la inefable y pobre palabra: “Paradigma”. Cuando alguien trata de explicarme
las características de los nuevos “paradigmas” solo siento pena por su falta de
ingenio. Deseoso de poder ver el conocimiento desde una postura universal, los
castrantes “paradigmas” son simples eslóganes de menguados mentales.
Cuando el individuo es embelesado por las ideologías o las explicaciones
que limitan el pensamiento, se cae en tierra de nadie, donde la posibilidad de
refutar una idea es contraargumentada por formas de pensar que en realidad son
actos de fe. Tener la capacidad de no ser atrapado por una consigna sería
acercarse a entender el sinsentido cotidiano de la vida y abrazar la
posibilidad de que sí existe trascendencia en este mundo lleno de entuertos.
Sería poseer la verdad en nuestras manos, sin la certeza del fanático, con la
gigantesca humildad del iluminado. Aproximarnos a aquello que no es
argumentativo sino verdadero es poseer la llave mágica que nos permitiría abrir
todas las puertas y descifrar cada enigma.
Me gustaría tener tal nivel de sabiduría, la cual sin dudas iría a la par
de la experiencia de vida, con sus vahos podridos y sus momentos de gloria. El
saber y el poder vivir… a nuestras anchas, sería alcanzar la cima del más
grande de los desafíos.
Ciegos sin remedio
Condenados a ver un pedacito de la realidad, ni siquiera alcanzamos a
dominar esa miga a la cual tratamos de atrapar. Sin embargo, la terquedad puede
llegar a extremos asombrosos en los cuales el conocimiento no solo es una forma
de poder sino de simple placer. La idea de que el conocimiento es una instancia
hedonista y propia de quienes disfrutamos de los placeres mundanos va de la
mano con el hombre exigente, capaz de visualizarse desde una dimensión en la
cual muchos pocos se atreven siquiera plantearse.
Conformarse con ver un pedacito de la gran torta es de alguna manera
condenarse a tener una vida menguada, en donde la curiosidad se encuentra
atrofiada y el ser deja de dar lo mejor que tiene para ser arrastrado por lo
pusilánime y lo tendiente a lo mediano. En términos tangibles, la actual
pandemia habrá de seducirnos para tratar de replantearnos en el contexto en el
cual estamos, si no es que nos lleva con ella.
Nada nuevo tiene la actual peste. De alguna manera confirma las grandes
falacias que hemos venido vociferando como viajeros sin retorno. A raíz de la
revolución industrial y potenciados cronológicamente con la aparición de la
microtecnología, se nos dice una y otra vez que las personas vamos a ser
sustituidas por las máquinas. Nada más falso y la prueba condenatoria que rompe
esa premisa es lo que estamos viviendo. Nunca antes fueron tan importantes las
personas, especialmente los individuos con ciertos talentos.
Kliní, en
griego, significa cama, lecho. Producto de un interrogatorio estructurado y de
un examen físico y mental, el clínico llega a conclusiones que permiten
concluir en un tratamiento apropiado. Es un lugar común en el área de Salud
Pública, por ejemplo, denostar de la importancia de los clínicos. De igual
manera, pereciera que desde el mundo más que tangible de los clínicos, lo
epidemiológico y tendiente a lo comunitario es una suerte de entelequia que no
tiene los pies puestos en la tierra. Para quien es capaz de ver la gran torta
de cuanto ocurre, no podría separar una instancia de la otra, porque forman
parte del mismo proceso.
De ahí que una de las grandes reflexiones a las cuales nos va a llevar la
actual pandemia es a la necesidad de invertir más en salud y educación. Cada
persona en su más íntimo y por demás entendible temor, ansía no ser contaminado
por el virus, pero si ello llegase a ocurrir, lo menos que espera es que
pudiese recibir atención por parte de un equipo de salud (personas) en las que
estén, por supuesto, incluidos los médicos (personas), particularmente aquellos
que tienen la pericia y el conocimiento para enfrentar como clínicos (personas)
a la muerte.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 31 de marzo de 2020.
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