Si algo es profundamente humano es la capacidad para especular en relación
a los asuntos que generan curiosidad o entran al campo perceptivo. Difícilmente
puede aparecer una idea u ocurrir un hecho tangible y difícil de cuestionar,
cuando casi de manera refleja, en el espíritu de ciertas personas, surge la
idea de especular y modificar las vicisitudes en base a lo que ven o quieren
ver. Especulativos o ciegos por
naturaleza como noción de vida sería una manera sencilla de conceptuarlo.
De esa tendencia a dudar de todo, surge un espiral de interrogantes y
concatenaciones capaces de generar confabulaciones, teorías conspirativas,
yerros interpretativos y afines. Es como si se tendiese a enredar lo tangible y
convertir lo sencillo en retorcido. En una escalera lineal, se aprecia una de
caracol y en un sendero con arroyos límpidos se trata de encontrar gusanos bajo
las piedras. De ahí, que por no aceptar el equilibrio, hacen de la existencia
un amasijo de hilos. Ser especulativo por naturaleza es estar al ras del
chisme, de la destrucción de la reputación ajena y dejar mal parado a quien se
conduce en base a sus principios.
Tonterías que trascienden
Aburridos por la insípida vida que les ha tocado, la existencia de otras
personas se les hace más interesante que la propia y no dudan de hacer una
telenovela en donde solo existe un texto breve. Son los inquisidores de la
subsistencia en sociedad, los que soban hasta el cansancio nociones como la
“dignidad” humana, concepto tan maleable como vacuo, tratando de hacer de
simples creencias sencillas asuntos que casi alcanzan la estructura de una
secta, por no decir una religión. Lo intrascendente es el ombligo del mundo
para quien tiende a lo supuesto. Son terribles cuando llegan al poder, porque
son incapaces de dejar tranquilo lo operativo y se ensañan con acabar lo que
funciona.
Trabajos que los atraen son aquellos que le dan figuración pública como la
política o el periodismo o lo que es peor, quien es tan básico que hace
periodismo y política a nivel del suelo. Que si la vida privada de tal o cual
es de una u otra manera; el chismorreo es el gran astro sobre el cual gira su
sistema de pensamiento. Pareciera que su sed destructiva supera cualquier otra
necesidad y en un afán de acabar con el otro, su vida desaparece para
convertirse en la sombra del objeto odiado.
Inquisidores del siglo XXI
Parecía cuesta arriba imaginarse que en pleno siglo XXI, los asuntos
moralistas y las costumbres más ceñidas a una forma de ser que ya no se
practica, fuesen el objetivo telescópico de la mira de sus cerebros. Una
especie de zigzagueante moralismo estruendoso los carcome en el tuétano de los
huesos. Incapaces de tener una mínima idea propia en relación a lo que nos
circunda, se apegan a recetas prefabricadas grupales y enarbolan las banderas
más extravagantes que nos podamos imaginar con un fanatismo con el cual se hace
difícil congeniar. La minusvalía mental es la lanza con la cual se atreven a
expulsar opiniones y discursitos a diestra y siniestra. Solo les bastaba la
aparición de las redes sociales para consumar un matrimonio que exalta la
vulgaridad, la chabacanería y el desprecio por la razón.
Ningún lugar le es más cómodo que aquel donde reciben el aplauso del
público de galería y su expresión más notable y mísera es cuando se esconden
tras el anonimato. En las turbas se sienten cómodos porque su identidad su
diluye y se vulgariza, dejando de ser individuos para convertirse en masa.
Pocas cosas le placen tanto como tratar de hacer aserrín del árbol caído y si
vinieron a este mundo, por no encontrar fundamento ni excusa que justifique
mínimamente su presencia, se regodean con hacerle la vida difícil a los
valerosos y talentosos que excepcionalmente asoman la nariz.
Estaba justo en esta parte del texto, aislado durante el fin de semana
haciendo el ejercicio intelectual de darle forma a lo que digo, cuando de
manera imprevisible, me interrumpió una llamada de teléfono. Contesto sin mucho
afán y malhumorado por la interrupción; del otro lado del continente me llama
uno de estos personajes sobre quienes escribo. Escucho con simulado interés el
asunto que me plantea, sin dejar de advertir que lágrimas de mujer bonita son
el eco ahogado de una conversación que no me interesa prolongar. Ella explica
la necesidad que tiene de contar con mi apoyo en estos momentos que vive
mientras siento que es una suerte de destino lo que me la puso al teléfono.
Trato de escoger con cautela mis palabras y a cortapisa termino la conversación
y cuelgo con una escueta y espero que fulminante despedida.
Trato de recordar en dónde metí, dejé o perdí ese trabajo sobre La Santa Histeria, mientras recobro la
concentración y trato de escribir sobre esos seres pequeños con los cuales tal
vez soy cruel y sin poder evitarlo, hago el enredado ejercicio de ponerme en
lugar de ella. Demasiado tarde, me digo a mí mismo. El texto quedó
terminado.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 28 de abril de 2020.
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