domingo, 10 de mayo de 2020

Buenas y malas juntas



En los comienzos de los años noventa del siglo pasado, conocí a un profesor universitario con un excelso currículum académico, a quien lo carcomía el odio y el resentimiento. Era muy culto y tuvo la deferencia de prestarme su biblioteca personal durante mucho tiempo. De esa biblioteca pude obtener acceso a los más variados y difíciles libros de conseguir, por lo que le quedé agradecido. Lo respeté como suelo respetar a tantas personas, pero particularmente me compadecí de sus creencias ideológicas y/o políticas, porque en su discurso de la cotidianidad apostaba por que en nuestro país la tiranía llegase al poder. En realidad era bastante extravagante cuando los escuchaba hablar, pues básicamente su ideal se basaba en invocar a un tirano para “salvar” la República. No podía sino compadecerme de tan extraña manera de pensar. Era muy joven en ese tiempo.

Devorador de libros de historia y literatura, era uno de los lectores más prolijos que conocía en ese tiempo como también era emocionalmente inestable, con una gran tendencia a la suspicacia y a pensar de manera dicotómica, en buenos y malos. Los que no están conmigo están contra mí y cualquier clase de lugares comunes ocupaban sus pensamientos rumiantes a la par de desafiantes. Nunca la agarró conmigo y hasta el día de hoy desconozco las razones. Supongo que en su infinita desconfianza hacia cuanto lo circundaba, mi tendencia a ser directo y claro le daba la seguridad de que era amigo de alguien que le proporcionaba la certeza de saber lo que pensaba. Cuando me preguntaba qué opinaba sobre sus ideas, no vacilaba en señalarle que no las compartía. Tal vez por eso me respetaba.

La transformación y el poder

La imagen que daba el profesor, independientemente de su extraña manera de pensar, era que se trataba de alguien solidario, preocupado por el prójimo y por las vicisitudes que generan las circunstancias en las cuales las personas debemos vivir y sobrevivir. Se mostraba contrariado ante las injusticias propias de la vida en sociedad. Lo cierto es que la dinámica consustancial a la historia nacional hizo que de la noche a la mañana adquiriese poder y dominio de espacios, así como la posibilidad de tomar decisiones importantes que le cambiaban la vida a la gente. El ejemplar de Los endemoniados de Dostoievski era de su biblioteca, por lo que pude ver retratado en el libro que me prestó, la transformación de una persona cercana, quien pese a sus imperfecciones e ideas descabelladas, se fue transformando literalmente en una ser malvado y cruel en la práctica vivencial diaria.

Empezó por dar conferencias internacionales acerca de los aciertos de un sistema de gobierno que claramente no es perfecto y se terminó por convertir en un mercantilista y nepotista burócrata al servicio de intereses que por más que lo intento, no puedo justificar. Se iba convirtiendo cada día en un monstruo real. Cuando lo conocí, solo estaba en una condición de maldad latente. No era necesario hacer daño para lograr lo que él quería, pero lleva décadas haciéndolo. De ser un catedrático respetado, terminó por espantar a sus allegados como si fuera una persona infectada con coronavirus en el año 2020. En lo particular, a mí me dejó de hablar y en una ocasión en que me lo encontré de frente en una feria del libro, apenas esbozó una sonrisa y me dijo en voz baja sin ocultar lo que pudiésemos llamar la envidia de lo infrahumano: “- Se ve que eres feliz”.

Delatores por naturaleza

El perfil de los delatores por naturaleza es de los más nauseabundos que existen entre lo humano. La idea es vigilar cuanto le circunda y asumir el rol de juntar miserias internas para ir a “acusar” al otro. En ese duro juego de sombras, el delator le arruina la vida a sus pares y se regodea en el éxito malsano que significa el hundimiento físico, moral, económico o hasta la propia vida de los demás. Es difícil no sentir desprecio por gentes que llevan la delación en su sangre, así como es casi imposible que no nos hayamos topado con uno. Los menos enfermos se mueven por intereses económicos. Los más enajenados los mueve el deseo de hacer sufrir para sentir placer.

Por razones que tiene que ver con asuntos vocacionales, cada vez me alejo más y más de todo aquel que no me convenga como persona. El poder aislarme en mi burbuja imaginaria, me ha permitido solventar las circunstancias más adversas en los más agrestes escenarios. Tal vez por eso sigo escribiendo de manera ordenada; porque una parte importante de mí necesita plasmar y compartir lo que piensa. Otra parte solo quiere mantenerse al margen. Difícil evitar contraponer esas dos visiones de la vida y tratar de acoplarlas en una sola manera de conducirse, aunque sea más lo que tratamos de ocultar que lo que terminamos por expresar.

Afortunadamente los buenos amigos son más y por eso es necesario recordar a quienes no convienen o hacen daño. Valoramos a quienes se mantienen combatiendo el mal desde sus trincheras.



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 14 de abril de 2020. 


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